Las leyes y la realidad | 8 de marzo y violencia
10 marzo, 2021, 3:00 am
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Ha transcurrido un año desde las grandes movilizaciones de
mujeres que conmemoraron el 8 de marzo de 2020.
Y lo más impresionante sucedió un día después, “el nueve,
ninguna se mueve”, cuando millones acudimos al llamado ausentarnos de los
centros de trabajo y de las actividades cotidianas dentro y fuera del hogar. El
movimiento avanzaba con una fuerza que parecía incontenible para las
instituciones, timoratas y asustadas frente a la fuerza de las denuncias.
Ironías del destino que, antes de una semana, nos vimos obligados a
confinarnos, para protegernos del terrible Covid que comenzaba a azotar el
país.
Un año después, el cese de la violencia contra las mujeres
continúa siendo la gran demanda, exigencia y clamor de la sociedad. En este
duro lapso el encierro exacerbó los episodios violentos, acicateados por la
convivencia forzada. Atrapadas en relaciones tóxicas, miles de mujeres vieron
desaparecer las oportunidades de evadir las tensiones y actitudes violentas de
sus parejas. Decididas a denunciar, a poner sus vidas a salvo, no han
encontrado respuesta contundente de las instituciones, con presupuestos
recortados y las limitaciones que acompañan a la pandemia.
En el hogar, las madres han visto multiplicar sus
responsabilidades: trabajo desde casa (homework, anglicismo cada vez más
socorrido), ayuda a hijas e hijos en la jornada escolar frente a la televisión
o la laptop, sumadas al acrecentamiento de las tareas de preparación de
alimentos, aseo de la casa, cuidado de adultos mayores y, en numerosos casos,
atención a quienes se han visto contagiados de Covid.
Y los feminicidios continúan. Mujeres mancilladas en sus cuerpos
y privadas de la vida solamente por el hecho de ser consideradas posesión de un
hombre que puede hacer con ellas lo que quiera: celarlas, “corregirlas”,
golpearlas, humillarlas, y en un extremo, asesinarlas.
En la Cámara de Diputados la “Legislatura de la Paridad”
concluirá su último periodo ordinario de sesiones en unas cuantas semanas.
Elegimos denominarnos así no sólo por el número (241 mujeres de 500
integrantes, casi la mitad), sino también por el compromiso para legislar desde
la perspectiva de los derechos de las mujeres. Nos dedicamos a detectar
aquellas disposiciones que, de manera oculta y soterrada, ponían en desventaja
a las mujeres para trabajar, participar en la vida económica, en la educación y
para ejercer su derecho a una vida libre de violencia.
La Constitución fue reformada para que la paridad no se
limitase a las candidaturas a cargos de elección popular, sino que abarcase a
todos los órganos del Estado mexicano: los tres poderes de la Unión, los
órganos constitucionales autónomos, como el Banco de México y el Instituto
Nacional Electoral (INE).
Mucha energía se ha concentrado en prevenir y sancionar la
violencia contra las mujeres. Por eso la ley que tutela ese derecho ha sufrido
numerosas reformas para afinar responsabilidades y dejar fuera de duda su
aplicación. Junto con la comisión de Igualdad, los grupos de trabajo para
apoyar los avances en la igualdad sustantiva y en la tipificación del
feminicidio han dado resultados alentadores para avanzar en el terreno
legislativo.
El mandato constitucional de paridad también se ha traducido
en una interpretación pro-derechos de las mujeres en las determinaciones del
INE, por ejemplo, para que los partidos políticos postularan mujeres al menos
en 7 de las 15 entidades con elección de gobernador/a.
La violencia contra las mujeres es reprobable en cualquier
momento y circunstancia. Más lo es cuando se trata de aspirar a cargos de
elección popular. Las personas violentas deberán estar impedidas para
participar como candidatos. Por eso el INE expidió un acuerdo para obligar a
los candidatos a firmar un formato, de buena fe y bajo protesta de decir
verdad, donde manifiesten que no han sido condenados, o sancionados mediante
resolución firme, por violencia familiar o doméstica o cualquier agresión de
género; delitos sexuales; o son deudores morosos de pensión alimenticia.
En los procesos internos de los partidos políticos, en las
campañas electorales y luego en el ejercicio del cargo se presenta la violencia
política contra las mujeres en razón de género. Antes de las reformas
realizadas por esta legislatura, no existía en el Código Penal este tipo de
delito, lo cual limitaba la acción de la Fiscalía Especializada en Delitos
Electorales (FEPADE) y al Tribunal Electoral para imponer las sanciones. El INE
podrá asimismo aplicar medidas inmediatas de protección cuando se presente
alguna denuncia durante las campañas. Son avances, sin lugar a dudas. Pero la
terca realidad nos recuerda que la vieja cultura patriarcal, la de la
discriminación, segregación de las mujeres, el machismo soterrado, resiste y
mediante todo tipo de artimañas, se niega a desaparecer.
“Condena firme”, exigencia para actuar por parte de las
autoridades, me recuerda aquella expresión de “procesos democráticos” que antes
de 2012 impidió el cumplimiento pleno de las cuotas de género en las
candidaturas. Confesos y convictos, sólo así se aplica la exclusión a los
violentos. ¿Y la fama pública? Cuando menos, “Gozar de buena reputación”,
exigencia que la Constitución impone a quienes pretendan ser ministro/as de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación (art. 95, f. IV).
¿Qué fama, qué reputación tiene el candidato a gobernador de
Morena en Guerrero? Los negativos deberían de inhibir a cualquier partido
político a postularlo, simplemente por los antecedentes de su conducta
conocida. No ha sido así.
Este 8 de marzo, la candidatura de Félix Salgado Macedonio
nos permite ver la enorme brecha que subsiste entre la ley, las reformas
legislativas, los programas para prevenir, atender, sancionar y eliminar la
violencia contra las mujeres y la realidad cotidiana.
De manera alguna subestimo la transformación legislativa: es
condición necesaria, más no suficiente para acabar con el machismo y una
cultura patriarcal que, desgraciadamente, es todavía compartida incluso por
grupos de mujeres. Reconozco que los cambios culturales, porque atañen a
valores, tradiciones y costumbres, llevan generaciones. Tal vez por ello, son
las jóvenes mujeres quienes reclaman y exigen sus derechos con la convicción de
quienes se reconocen como iguales a los hombres. Mucho más que mi generación,
afortunadamente.
P.D. El nombre de Elvia Carrillo Puerto, junto con Hermila
Galindo, desde el lunes 8 está inscrito en el Muro de Honor de la Cámara de
Diputados. Se suman a otras 7 mujeres que a lo largo de dos siglos y a
cuentagotas, han sido reconocidas como protagonistas de la historia de este
país. Más vendrán en los años venideros. Estoy segura.— Ciudad de México.