Juegos del tiempo | Visión de futuro en las campañas electorales
24 marzo, 2021, 3:00 am
“Sabia virtud de
conocer el tiempo…”. Vuelta canción, esta primera frase del poema de Renato
Leduc parece reducida a la trova romántica.
Nada más lejano a la realidad actual, puesto que la visión
sobre el tiempo, su interpretación y la manera de trascender el presente tiene
una alta relación con la política y los personajes que la protagonizan.
Las campañas electorales que se iniciarán en breve están
vinculadas al concepto de tiempo que le imprimen sus liderazgos. Desde luego
que Morena y sus aliados, al igual que sus adversarios, pretenden ganar la
voluntad popular el 6 de junio próximo.
Las ofertas y los compromisos menudean: unos, para avanzar y
profundizar en lo que consideran sus logros; otros, se empeñan en desandar un
conjunto de medidas que, desde su perspectiva, han dañado seriamente al país y
a sus instituciones.
En ambos casos, el futuro inmediato es el tiempo a alcanzar.
Hasta aquí no hay diferencia alguna con otras campañas políticas, otras
candidaturas y aspiraciones de triunfo.
Sin embargo, el proyecto del presidente de la república y
las fuerzas políticas oficialistas parecen disputar con las oposiciones el
lugar del pasado al que nos quieren retornar. Unos, en el gobierno, viven la
utopía de volver a la mitad del siglo XX; otros, en la oposición, se proponen
dar marcha atrás al reloj lo necesario para abandonar la pesadilla de los casi
tres últimos años.
Retroceso
En este espacio he sostenido que la visión del futuro de
Andrés Manuel López Obrador está impregnada de un pasado que, por los
resultados de 28 meses de gobierno, retrocede al país hasta la década de 1970.
Esta fue la etapa de los nacionalismos; de la “guerra fría” en el mundo y la
“guerra sucia” en México; de la intervención a ultranza del Estado en la
economía; del México dividido en dos partes, polarizado, con una sociedad civil
débil por el avasallante poder del presidencialismo autoritario.
En 2018, la mayoría se declaró harta de la corrupción, de
los excesos y privilegios concentrados en unos cuantos. Amplios grupos de
clases medias urbanas votaron por un cambio con la esperanza de un futuro mejor.
Más preparadas que sus padres y madres —nacidos en la segunda mitad del siglo
pasado—, intuían y sentían lo que rechazaban y lo personalizaron, con
esperanza, en el actual Presidente de la república.
Como sucede en toda gran decisión de cambio, dotaron al
candidato López Obrador de las cualidades y atributos hasta perfilarlo como una
verdadera opción para transformar un presente insatisfactorio.
No considero que en el acto racional de elegir y votar, la
ciudadanía haya puesto en su radar la amenaza que representaba elegir a una
persona nostágica del pasado, para encabezar un gobierno para el cambio.
Avanzar hacia el futuro con la visión del pasado que
arrastraría a México 50 años atrás es una apuesta arriesgada para cualquier
dirigente político que aspire a trascender, más para quien está comprometido
con el cierre de las grandes brechas de desigualdad social, el combate a la
pobreza y a la corrupción.
Las políticas públicas que impulsa el gobierno
lopezobradorista responden a una realidad anclada cinco décadas atrás en lo
económico, en lo político y en lo social. No es cierto que para gobernar
eficazmente se requiera reconcentrar el poder en la figura presidencial.
Tampoco lo es que la corrupción y la ineficiencia en los distintos órdenes de
gobierno se elimine centralizando decisiones en el ejecutivo federal.
De las políticas públicas del gobierno actual, quizá sólo la
pensión a adulto@s mayores sea la excepción al páramo de futuro, pues
corresponde a una sociedad cuyo envejecimiento avanza aceleradamente. Y párele
de contar.
Suspiros de nostalgia
Por su parte, las oposiciones se debaten en sus propias
nostalgias de un pasado cercano que, a juicio de un creciente número de
mexican@s, era más promisorio que la realidad actual. Las políticas en materia
energética; la relación con los contrapesos que representan los órganos
constitucionales autónomos (OCA) a la actuación del Ejecutivo; la
descentralización administrativa hacia estados y municipios, aspiración en
proceso de materializarse, son algunas de las cuestiones que arrancan suspiros
de nostalgia a un tiempo que hace muy poco se volvió pasado.
En las oposiciones, nadie quiere avanzar añorando el
cuestionado tiempo de la corrupción y los privilegios. Realidad o percepción,
el hecho es que justamente por eso ganó el voto a favor de López Obrador.
No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor si aplicamos
indicadores objetivos para su análisis. Ni el pasado de mediados del siglo XX
ni el pasado inmediato, ya en el siglo XXI. Si interviene el recuerdo selectivo
podemos arribar a conclusiones erradas.
Equivocarnos en lo personal por nostalgias de tiempos y
amores pasados puede tener repercusiones en nuestra vida y entorno próximo.
Pero como gobernante, el daño es mayúsculo. Inspirar determinaciones
legislativas, políticas públicas y acciones de gobierno en la nostalgia de un
pasado idealizado por el tiempo, condena al país al retroceso y cancela el
futuro de las nuevas generaciones.
Pretender girar hacia atrás las manecillas del reloj, así
sea hacia el pasado más reciente, cancela la oportunidad de alcanzar el futuro
con propuestas viables.
Espero que haya una tercera visión en la campaña electoral
próxima. Ni el pasado cercano, ni el pretérito lejano sino una manera nueva,
diferente de enfrentarse a los retos de la tercera década: cambio climático,
desigualdad social, desventajas de género, pobreza, falta de empleo e ingreso
dignos. La economía del conocimiento y la sociedad de la información son una
realidad en la que no tiene cabida la nostalgia, sólo la voluntad de construir
el futuro.
Sabia virtud de conocer el tiempo…Ciudad de México.