Iniciativa presidencial | Electricidad y futuro
24 febrero, 2021, 3:00 am
El 1 de febrero pasado, al iniciar el periodo de sesiones del
Congreso, el presidente de la República hizo uso, por primera vez en su
gobierno, de su facultad constitucional para enviar una iniciativa
“preferente”.
Este calificativo significa que existe un plazo ineludible
para que las cámaras de Diputados y el Senado estudien, dictaminen y voten,
bien sea para aprobar o para desechar la propuesta presentada por el Ejecutivo
federal. Por esa razón, antes del 2 de marzo, los diputados tenemos la
obligación de resolver sobre la iniciativa de reformas a la Ley de la Industria
Eléctrica, que tanta preocupación y debate ha suscitado.
La intención explícita de la propuesta consiste en el
fortalecimiento de la empresa productiva del Estado, la Comisión Federal de
Electricidad (CFE). Arranca del supuesto que la reforma energética de 2013 se
realizó a expensas de la CFE, favoreciendo en forma desmedida a los productores
privados. Cierto es que, desde mediados de la década de 1990, comenzaron a
aparecer los proyectos “llave en mano”, principalmente plantas termoeléctricas
construidas por particulares y entregadas a CFE para su operación.
También a finales del siglo pasado se autorizó la
autogeneración y la posibilidad de vender los excedentes de la electricidad
producida. Al iniciar el siglo XXI, aparecieron los proyectos privados de
electricidad eólica y fotovoltaica que aportan desde entonces su producción a
la satisfacción de la demanda nacional. Con la reforma de 2013, cuando se
establecieron reglas claras en la Constitución, se incentivó aún más la
inversión privada en la generación eléctrica, acrecentada por los compromisos
que México había adoptado en el Acuerdo de París para enfrentar el cambio
climático e incrementar significativamente las energías limpias.
Adicionalmente, en los hogares y negocios comenzaron a instalarse paneles
solares para generar parte de la electricidad consumida, reduciendo de esta
manera los abultados recibos de luz.
La generación es la parte donde participa la CFE y los
particulares bajo distintas modalidades. Pero la transmisión y distribución quedaron
reservadas en forma exclusiva para la CFE. Es la manera de garantizar la
integración y mantenimiento de la red eléctrica nacional, indispensable para
ejercer efectivamente la rectoría del Estado en el sector. Además, la red de
gasoductos —aquellos que el presidente de la República dijo apenas en agosto
pasado que traían mucho más gas del que necesitábamos— abrieron la posibilidad
que CFE venda a las fábricas y empresas que lo requieran, sus excedentes de gas
natural, para disminuir sus costos de producción.
Numerosas plantas de la CFE consumen todavía combustóleo
—derivado del proceso de refinación de las gasolinas— caro y contaminante. Por
el contrario, las plantas privadas —más nuevas y con tecnologías “verdes”—
producen electricidad a menor precio. Por cierto, se requiere un respaldo para
cuando no sopla el viento o viene la obscuridad de la noche, que forma parte
del costo de producción de los particulares. El problema de la iniciativa
presidencial es que pretende eliminar de tajo la posibilidad de producir
energía barata y limpia al eliminar la “molesta” competencia, dificultando la
participación de los más eficientes generadores. Es como si, en la década de
1920, se hubiese prohibido la circulación de los automóviles por considerar que
eran competencia desleal para los carruajes y los criadores de caballos de
tiro.
Tener la exclusividad de las líneas de transmisión confiere
a la CFE un extraordinario poder, pues de nada sirve producir luz si no se
puede trasladar por los cables de CFE hasta el lugar de consumo. La reforma de
2013 le puso reglas a la generación: primero “sube” la más barata y, como
escalera, a la cola se quedan las plantas más caras y contaminantes. Justamente
son estas disposiciones las que se pretenden eliminar con la reforma, supuestamente
para favorecer a la CFE y ayudarla a recuperar su fortaleza. Limpia o sucia,
cara o barata, primero pasa CFE y después, los demás. Y si no les gusta, que se
vayan…
Fortalecer a la CFE en la segunda década del siglo XXI pasa
por darle opción de transformarse en una empresa productora de energías
limpias. Este propósito requiere inversiones millonarias, en las
hidroeléctricas, en la geotermia e incluso, en la ampliación y modernización de
Laguna Verde, la única nucleoeléctrica mexicana. Y posiblemente, asociarse para
desarrollar parques solares y eólicos. Pero la CFE no puede ni debe pretender
regresar a 1970 cuando, junto con Luz y Fuerza del Centro eran los productores
exclusivos de energía eléctrica. Los particulares están ya aportando: eso no se
debe, no se puede sofocar a golpes de decreto.
Mirar hacia atrás en materia energética condenaría a México
a un rezago muy difícil de subsanar por las siguientes generaciones. Anclarse
en los combustibles fósiles es una gravosa miopía, cuando el desarrollo mundial
va justamente en dirección contraria. Rectoría del Estado no es exclusividad,
no hay que olvidarlo. Tampoco podemos ignorar que la Suprema Corte de Justicia
ya se pronunció sobre la inconstitucionalidad de la pretensión de descarrilar a
las energías limpias y a los productores privados.
Con esos antecedentes, no debería haber engaño de la mayoría
oficialista en las cámaras de Diputados y Senadores. Con sus votos, llevarán la
reforma a los tribunales, que ya rechazaron sus contenidos. Tras su
publicación, se abriría una temporada de litigios: acciones de
inconstitucionalidad, controversias constitucionales, amparos y demandas ante
tribunales de arbitraje internacionales por violaciones al T-MEC, al TPP
(Asociación del Pacífico), Unión Europea, etc. Y lo más importante: luz más
cara, que pagarían directamente las familias y las empresas o, indirectamente,
a través de enormes subsidios, los impuestos de tod@s, que en vez de destinarse
al desarrollo, tendrían que cubrir los elevados costos de producción de la CFE.
Como diría el clásico: ¡pero qué necesidad!— Mérida, Yucatán