Tres sobres al Presidente | Segundo año de gobierno
2 diciembre*
Es muy conocida la anécdota de los tres sobres que entregaba
el presidente de México saliente a su sucesor.
En esos años de presidencialismo exacerbado y de predominio
político de un solo partido, el contenido de cada uno de ellos demostraba que,
aun cuando el relevo se realizaba entre integrantes de la misma organización,
las tensiones existían y se hacían presentes por las diferencias en el “estilo
personal de gobernar”.
¿Qué decían las misivas encubiertas por las envolturas del
rumor sexenal?
El antecesor aconsejaba abrir la primera carta cuando las
turbulencias del nuevo gobierno presentaran situaciones difíciles para su
administración.
“Échame la culpa”, frase lapidaria que encerraba la
sabiduría del resurgir de la esperanza por el cambio de gobernante.
Si revisamos los primeros años de las administraciones
anteriores a 2018 encontraremos que en ellas, casi sin excepción, hubo críticas
abiertas o soterradas a las políticas públicas y a los funcionarios de la
administración anterior.
En algunos casos, como en 1983, hubo incluso un proceso de
desafuero de un senador, Jorge Díaz Serrano, condenado a prisión por habérsele
imputado diversos ilícitos en Pemex.
O el año inaugural del gobierno 1988-1994, con detenciones
espectaculares del líder sempiterno del sindicato petrolero y la anulación
política del influyente dirigente del SNTE, con todo y su cargo de senador.
La crisis económica desatada por el llamado “error de
diciembre” no distrajo de culpas al pasado: a principios de 1995 fue detenido
el hermano del expresidente.
El relevo de partido político en la presidencia de la
república en el año 2000 normalizó las denuncias a los antecesores o a
funcionarios e integrantes del otrora partido en el gobierno.
La tensión del proceso electoral de 2006 y el abrupto inicio
del gobierno del segundo presidente surgido de Acción Nacional parecen haber
generado condiciones para “olvidar” la receta de las culpas, más interesado en
resolver los ingentes problemas del impugnado recuento de votos.
El Pacto por México en 2012 ayudó a trascender la tradición
de enfocar baterías sobre el pasado inmediato, lo que abonó a la imagen de
obsolescencia del “consejo” del primer sobre.
Pero llegó 2018 y el gobierno de Andrés Manuel López
Obrador. Ya no fue el antecesor inmediato, no fueron sólo los pasados 6 años,
sino toda una etapa del desarrollo de México que fue clausurada abruptamente
por el discurso presidencial.
En dos años, pasamos de la condena pública al mundo de los
fifís —“persona presumida y que se ocupa de seguir las modas”— al
neoliberalismo y los “conservadores” como culpables de todos los males
acontecidos en México desde la Colonia.
Las “mañaneras” presidenciales volvieron a México un país
binario: pobres y no pobres, liberal o conservador, puro o corrupto, bueno o
malo. Blanco o negro, sin matices ni gradualidades.
Esta visión ha llevado a rechazar y destruir todo aquello
que el presidente de la república vincule al pasado reciente, incluyendo
instituciones y políticas públicas, más allá de los esfuerzos de muchos años y
varias generaciones.
Bajo esta óptica binaria, el horizonte del mal se inicia en
su etapa moderna en 1988, poco después del principio de la apertura económica
al exterior y del redimensionamiento del papel del sector público en el
desarrollo.
Los años condenados por el discurso presidencial fueron
también los del avance del pluralismo político, de la ciudadanización plena del
Instituto Electoral, hoy INE. Fueron los del periodo de arranque y madurez de
los tratados de libre comercio: con Estados Unidos y Canadá, la Unión Europea,
y más de 40 instrumentos que permitieron avanzar en forma palpable al sector
exportador.
Errores, vicios y deficiencias los hubo. La percepción de
corrupción en el gobierno y entre sus funcionarios y sobre todo, la creciente
desigualdad entre regiones; la falta de oportunidades para un amplio sector de
la población, en especial jóvenes —hombres y mujeres—, superaron con creces los
avances obtenidos por una economía que llegó a ser catalogada como la décima
del mundo.
El martes pasado se cumplió el primer tercio del gobierno de
Andrés Manuel López Obrador. Me niego a caer en la trampa binaria de rechazar
todo logro gubernamental de los últimos dos años o de sumarme al aplauso
incondicional de sus corifeos.
Considero que este gobierno ha tenido más sombras que luces,
más retrocesos que avances en la política, en la economía, en la organización
social y cultural. Rechazo el uso del hacha para amputar en vez del empleo del
bisturí para corregir y mejorar. Me conduele el propósito deliberado de
alimentar el presente con la nostalgia de un pasado que no puede, no debe
regresar.
Me preocupa el proceso de concentración del poder en la
figura presidencial y retornar al tiempo de la centralización efectiva de
decisiones y recursos en el omnipotente gobierno federal.
Observo con inquietud el despliegue de políticas claramente
neoliberales —como el reparto individualizado de ayudas económicas— en tanto se
destruyen sistemáticamente las redes de solidaridad, como en el caso de
estancias infantiles, comedores comunitarios, casas de cuidado diario para
adulto/as mayores, entre otras.
¿Hasta dónde alcanzarán las culpas al pasado para expiar los
errores del presente gobierno? ¿Cuándo asumirá sus propias responsabilidades
para realizar una evaluación objetiva del resultado de sus políticas, para
mejorarlas, consolidarlas o cambiarlas?
“El tiempo vuela”, dice la sabiduría popular. Tarde o temprano,
la rendición de cuentas a la ciudadanía alcanzará a esta administración.
Es hora de dejar atrás la recomendación del primer sobre.
Será decisión del presidente López Obrador si abre el segundo. Lo sabremos muy
pronto, si, como recomienda la misiva: “Cambia a tu gabinete”.
Del tercer sobre, dentro de dos años hablamos. Si Dios, el
Covid y Diario de Yucatán lo permiten.— Mérida, Yucatán.