Sepultar con votos | Lecciones del Norte
11 de noviembre*
Leer, observar y dar seguimiento a las elecciones
presidenciales en los Estados Unidos arroja importantes lecciones aplicables a
México.
Nuestros poderosos vecinos, como en las películas de acción
que logran en los minutos finales conjurar las amenazas a la supervivencia de
la raza humana, han podido, hasta ahora, salvaguardar el funcionamiento de sus
centenarias estructuras democráticas encargadas de hacer valer el voto de sus
ciudadan@s.
Confieso que me emocioné cuando, al dar a conocer la noticia
del triunfo de la fórmula demócrata, un comentarista político de CNN —Van
Jones— rompió a llorar frente a las cámaras de televisión mientras, con voz
entrecortada, decía: “es más fácil ser padre esta mañana… es más fácil decirle
a los hijos que decir la verdad importa… ser un buen hombre importa”.
Para millones de estadounidenses, el resultado electoral
representa un retorno de sus valores más apreciados a la Casa Blanca,
justamente aquellos que acompañaron las lágrimas de este hombre afroamericano.
En un editorial publicado en un periódico de circulación
nacional (1) encontré una sugerente forma de explicar el proceso político que
vive una sociedad cuando elige por métodos democráticos a un autócrata, es
decir, a una persona “que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado”
(RAE).
Donald Trump tiene todos los rasgos de un autócrata. Una vez
instalado en la presidencia, tras haber obtenido la mayoría de votos en 2016,
se cumplió la primera fase, la de la Tentativa Autocrática. Es el “periodo en
que la autocracia aún es reversible por los métodos electorales”.
Si el presidente Trump hubiera conseguido el propósito de
reelegirse, hubiera dado paso a la segunda etapa, la Ruptura Autocrática:
“cuando las estructuras mismas del gobierno han sido transformadas y ya no
pueden protegerse a sí mismas”.
Por ejemplo, el Poder Judicial hubiera sido invadido por
juzgadores afines al presidente; hubiera sucedido la ruptura definitiva con
organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, entre
otros.
La tercera y última fase, por ahora lejana a la experiencia
de América del Norte, consiste en la Consolidación Autocrática, cuando incluso
las formas y formalidades de las elecciones pueden ser omitidas o ignoradas,
sin riesgo alguno para quien se ha entronizado en el poder.
Parece que en Estados Unidos están logrando conjurar la
tentativa autocrática, en tanto sus instituciones electorales han funcionado y
permitido definir a la fórmula ganadora.
Joe Biden y Kamala Harris encarnan la capacidad de reacción
del sistema político estadounidense frente a la pretensión del presidente
Donald Trump de lograr su reelección mediante la ruptura en las instituciones
guardianas de la democracia.
Daños profundos
Sin duda alguna, los cuatro años de gobierno que habrán de
concluir en 70 días dejan daños profundos en los valores de tolerancia, unidad
y respeto entre conciudadanos que habían sido defendidos históricamente más
allá de los partidos políticos.
La polarización como estrategia política para alcanzar y
después mantener el poder ha sufrido una derrota en los Estados Unidos. Esas
son buenas noticias para la democracia mexicana que, con sus propios problemas,
se enfrentará el próximo año a la disyuntiva de comenzar a desmontar la
tentativa autocrática o de acelerar el paso hacia la ruptura y desmantelamiento
de las instituciones.
Además del voto ciudadano, el Instituto Nacional Electoral
(INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) son
las instituciones que se interponen frente a la tentativa autocrática en
México. La razón es simple: ellas garantizan que podamos cambiar de opinión y
de preferencia en cada proceso electoral.
En la medida que el INE y el TEPJF ejerzan sus atribuciones
en forma autónoma e independiente de los poderes, en especial del Ejecutivo y
del Presidente de la República, garantizarán el funcionamiento de la
democracia. Pero no solo ellas son responsables, también los partidos
políticos, en particular los opositores al gobierno en turno, que tienen el
deber de construir y comunicar una opción real de cambio a la ciudadanía.
Vienen las elecciones de 2021. Los relevos de gobernador/a
en 15 estados, las presidencias municipales y Congresos locales en 30 entidades
federativas pueden ocultar la importancia del cambio en la Cámara de Diputados.
La actual Legislatura, que concluye sus funciones el 31 de agosto, retrocedió
24 años, hasta 1994, última ocasión en que un partido político —entonces el
PRI— tuvo mayoría absoluta en la Cámara de Diputados.
Entre 1997 y 2018, los partidos opositores al gobierno en
turno hicieron mayoría, lo que invariablemente obligaba a los acuerdos para
aprobar las distintas reformas a las leyes. Esta presión dio como resultado un
mejor trabajo legislativo, no exento de problemas y tropiezos, pero generado y
revisado desde el propio poder Legislativo, con una intervención acotada,
limitada por la realidad política, del Presidente de la República.
En 2021 la disyuntiva de las y los electores mexicanos se
inclinará por recuperar el equilibrio entre el Legislativo y el Ejecutivo a
través de una mayoría opositora al gobierno en la Cámara de Diputados o, en
sentido contrario, por refrendar el actual predominio absoluto de Morena y sus
aliados, con la consecuencia inmediata de ampliar y prolongar el poder
presidencial.
En los Estados Unidos dieron el primer paso hace dos años,
cuando en la Cámara de Representantes (equivalente a la de Diputados en México)
el Partido Demócrata logró la mayoría, abriendo un flanco opositor al gobierno
del presidente Donald Trump.
Ahora, en la elección presidencial, la opción que ganó en
las urnas es la que se propone curar las heridas de la división en la sociedad
estadounidense.
Para México y su democracia no habrá camino fácil, pero el
inicio del cambio se dará el año próximo. Después, hacia 2024, se abrirá la oportunidad
de sepultar cualquier tentación autocrática por el único camino que brinda la
democracia: los votos en las urnas.— Ciudad de México.