Responsabilidad colectiva | En tiempos del Covid-19
28 de octubre*
Se habla de una “segunda ola” de la pandemia del Covid. En
Europa occidental se han tomado medidas severas para enfrentar un repunte del
número de casos registrados en las semanas recientes.
También se dice que, como sucedió la primera vez, América
registrará un aumento un mes después de Europa. Posible, lo es. Las cifras
oficiales de México muestran un incremento del número de infectados, que ha
vuelto a rebasar 6,000 diarios, en promedio. Chihuahua ya retrocedió su
semáforo al rojo, alerta máxima; y se menciona que otros seis o siete estados —principalmente
del norte del país— se encuentran en la “tablita” del cambio del naranja al
rojo.
La pandemia no registra las cimas escarpadas del Himalaya,
pero estamos en una especie de “alta meseta”: un trayecto de semanas y meses en
los que no han descendido los muertos ni los casos de contagios. Los registros
de fin de semana invariablemente reportan menos defunciones, como si la muerte
descansara en domingo. Pero el gozo momentáneo es sustituido en miércoles y
jueves por cifras abultadas de decesos.
El esfuerzo de la sociedad ha sido grande, pero, como en
otras situaciones, la gente se cansa y decide convivir con el riesgo del
contagio. Algunos minimizan al virus y su poder letal, cuando hablan de una
especie de “gripa ligera”. Otros, con la suerte de haber sobrevivido, narran el
horror de su experiencia y las secuelas que les dejó en sus pulmones o en
alguna otra parte de su cuerpo.
El problema es la sensación de falsa seguridad que se genera
por dichos y conductas de quienes, por su cargo o sus actividades públicas,
tienen una alta visibilidad. Me pregunto qué pensarán las y los jóvenes cuando
ven al presidente López Obrador en sus conferencias a rostro limpio, y a sus
funcionarios, incluso los de edad avanzada, también. Es posible que consideren
que sus madres, padres o maestros exageran para fastidiarlos; que los “toques
de queda” que obligan a concluir temprano las fiestas y reuniones son un
auténtico estorbo, como lo son las restricciones a la movilidad y a la
concentración de las personas en conciertos y espectáculos deportivos.
La polémica sobre el cubrebocas y la necesidad de utilizarlo
en cualquier sitio público, continúa, a pesar de la evidencia internacional que
registra la importancia de su empleo como auxiliar estratégico en la
prevención.
¿Qué habrán considerado quienes siguieron la larguísima
sesión de la Cámara de Diputados para aprobar la Ley de Ingresos y la
Miscelánea Fiscal, cuando vieron en sus pantallas a cientos de legisladores
agolpados en el salón del pleno?, ¿qué opinión les merecen las y los senadores
que “resucitaron” el recinto de Xicoténcatl, que se construyó para albergar a
64 senadores, ampliado con graves deficiencias para 128? Lamentablemente ya se
registró el deceso de un senador directamente imputable a la agitada sesión en
la que aprobaron la desaparición de los fideicomisos mientras que, en la Cámara
de Diputados, ha habido un incremento de los contagios después de las
maratónicas sesiones de semanas pasadas.
Legislaturas
Al igual que otras actividades consideradas como esenciales,
en los congresos de los estados y en las cámaras federales deben continuar
funcionando.
En la Cámara de Diputados se han diseñado protocolos y
procedimientos ex profeso para cuidar la salud de las y los legisladores y del
personal de apoyo al trabajo parlamentario. Pero, como en todas partes, el
cumplimiento de las normas pasa por la voluntad personal y colectiva de aplicar
las disposiciones por convencimiento propio, por responsabilidad con quienes
convivimos.
En otros ámbitos no se tiene opción, como en el transporte
público que millones de trabajadores y empleados tienen que tomar todos los
días para trasladarse a sus centros laborales. Asisten o los despiden, así no
sean óptimas las condiciones para su traslado. Las medidas de las autoridades
para garantizar su seguridad se han visto acompañadas de la colaboración de la
inmensa mayoría de usuarios que, mascarilla en rostro, tratan de conservar la
sana distancia en unidades atestadas. Ellas y ellos llegan a la fábrica, al
comercio, donde pocas veces tienen acceso a las pruebas PCR, incluso si
registran algún síntoma.
En cambio, sí hay opción entre acudir a una fiesta o
quedarse en casa cuidando la sana distancia. Entre realizar una celebración,
boda o cumpleaños, respetando el horario y el número máximo de invitados, o
jugarle al “vivo” intentando evadir retenes o prolongar el festejo hasta las 5
de la mañana. Habrá opción entre conmemorar a los fieles difuntos con un altar
de Hanal-Pixán digno y familiar, o recrear las festividades de antaño.
Y es que “antaño” ahora es solo un año. Apenas 12 meses
atrás preparábamos las ceremonias “como siempre”. Pero eso ya desapareció, al
menos por un buen tiempo. Lo habremos de observar en las festividades
navideñas, como ya sucede en bodas, bautizos y primeras comuniones.
La verdad es que nos resistimos al cambio que nos ha
impuesto la pandemia. En el Congreso de la Unión, en las campañas electorales,
en las reuniones y celebraciones familiares, en los distintos sitios que
acostumbraban reunir cientos, miles de personas. Resiste quien no usa
cubrebocas; quien teniendo la posibilidad, no se realiza la prueba PCR por
comodidad o miedo; quien reviste su irresponsabilidad desde el falso discurso
de la libertad personal.
Vendrá la vacuna, pero las conductas y las formas de
responder a la crisis habrán marcado a esta generación, que nos correspondió
enfrentarla. A las personas y a sus autoridades. Estamos a tiempo, todavía, de
darle sentido positivo al sufrimiento de tantos. Haga cada quien su parte, en
el lugar y momento que nos ha tocado vivir. — Ciudad de México
dulcesauri@gmail.com