Presidencialismo restaurado | Gobernadores controlados
Pocos, muy
pocos quieren que México regrese al pasado. Muchos, cada vez más, nos
preguntamos por una alternativa de futuro incluyente, novedosa.
El
presidente de la república todos los días abona por el retorno a la década de
1970. Su pensamiento está fincado en la visión de un país idealizado donde
imperaba el orden y había progreso sostenido, en el que el Ejecutivo federal
controlaba todos y cada uno de los aspectos relacionados con la política y la
economía.
Por esa
fijación histórica presidencial saco a relucir un libro publicado por primera
vez en 1978, “El presidencialismo mexicano” (1), cuyo autor, Jorge Carpizo,
logró sistematizar los rasgos más característicos del ejercicio del poder entre
1950 y 1980. Son once “pilares” que, a juicio de Carpizo, sostenían la
actuación omnímoda del titular del Ejecutivo federal. Su revisión me ha
permitido darle seguimiento, a manera de “check list”, a los intentos de
regresar al pasado autoritario que todos los días se expresan en Palacio
Nacional.
Para los
fines de este artículo me limitaré a revisar el octavo de los “pilares”, que
corresponde al control o subordinación de las y los gobernadores de las 32
entidades del país.
En las
décadas de añoranza presidencial, el Ejecutivo federal tenía dos “resortes”
para controlar a los gobernadores de entonces. Por un lado, “indicaba” su
preferencia por algún precandidato al gobierno del estado donde habría
elecciones. Lo que coloquialmente se conoció con el sobrenombre de “dedazo”
aseguraba que el triunfador de la contienda interna del PRI —y seguro ganador—
guardase lealtad absoluta a quien había hecho posible su postulación. Así
funcionó el sistema durante muchos años, hasta que el PRI empezó a perder,
primero en algunos municipios y, después, en varios estados, a partir de Baja
California en 1989.
Mellado el
control presidencial sobre las candidaturas; no pudiendo asegurar que quien
fuera postulado triunfaría, el presidente de la república empezó a emplear con
mayor frecuencia el otro resorte, que era el presupuesto. Desde esos años,
gobernantes opositores tenían estrictamente lo justo, en tanto que los demás
recibían partidas “extraordinarias”, provenientes de la Secretaría de Hacienda
(SHCP).
Cuando el
PRI perdió la mayoría legislativa, en 1997, uno de los primeros pasos de la
oposición unida fue el diseño y aprobación del Ramo 33 en el Presupuesto para
garantizar recursos a los estados, independientemente del partido que los
gobernase. Así se fue avanzando a lo largo de los años, para descentralizar
atribuciones y recursos. Y cuando se registraba algún obstáculo, las
controversias constitucionales presentadas ante la Suprema Corte (SCJN)
despejaban dudas y reconducían decisiones.
El intento
de restablecer el octavo pilar del presidencialismo ha llevado a López Obrador
a un enfrentamiento con algunos de los gobernantes opositores. Desde el inicio
del gobierno se delinearon estrategias para controlar a l@s gobernador@s vía la
disponibilidad de recursos, mientras que funcionarios de la Presidencia
—llamados “delegados de programas para el desarrollo”— supervisan de modo
directo el ejercicio de gobierno y del gasto público transferido a las
entidades federativas.
Durante las
giras presidenciales hubo de todo: insultos, descalificaciones altisonantes
que, con gesto magnánimo, detenía el presidente de la república después de que
el aludido gobernador hubiera recibido la “paliza verbal” correspondiente.
Cuando llegó
el Covid, la relación presidente-gobernadores ya era tensa; algunos lo rumiaban
en silencio, confiados en las viejas formas de negociación; otros, más ruidosos
o rijosos, abiertamente han demostrado sus desacuerdos con una política
concentradora de decisiones y centralizadora de recursos, a costa de las
facultades y obligaciones de las autoridades locales.
La semana
pasada se registraron tres hechos que muestran la profundización del conflicto.
El primero tiene que ver con la deuda que algunos congresos locales han
autorizado a sus gobiernos, entre otros, Jalisco (MC) y Tamaulipas (PAN), para
afrontar las consecuencias económicas de la pandemia. Resulta que para poder
hacer efectivo el crédito autorizado, la ley los obliga a hacer el registro
ante la SHCP. Formalmente es un trámite administrativo, si cuentan con el
decreto publicado en su periódico oficial y si se determina el destino
específico de la inversión. Pero Hacienda ha decidido retener y complicarles el
proceso, probablemente para descarrilar las solicitudes presentadas a la banca
comercial.
El segundo
hecho es un amparo concedido a una persona anciana, habitante de una colonia
del sur de Mérida, cuya modesta casa de cartón fue destruida por las recientes
lluvias. Ella, a través de un joven abogado, obtuvo la protección de la
justicia federal que ordenó a las autoridades municipales de Mérida, del DIF y
del gobierno de Yucatán, que hicieran efectivo su derecho a una vivienda digna.
En circunstancias anteriores, esta determinación de la justicia federal debería
ser aplaudida sin suspicacia. Pero ahora, en medio de este clima de
enfrentamiento, demandar todos los derechos exigibles de la Constitución a las
autoridades locales, eximiendo a las federales del cumplimiento de esas mismas
obligaciones, parece ser una acción más para debilitar a los gobernadores.
El tercio se
completa con la participación de las fuerzas armadas permanentes (Ejército,
Marina) para combatir al crimen organizado, marginando o limitando seriamente
el papel de los ejecutivos locales. Pasa ahora en Guanajuato (PAN), como
sucedió anteriormente en Michoacán (PRD). La presencia o ausencia militar y de
la Guardia Nacional son moduladas no en función de las necesidades del
restablecimiento de la paz, sino del amedrentamiento político a sus autoridades
locales.
Como
respuesta, algunos gobernadores han decidido aplicar impuestos a las refinerías
de Pemex o a las plantas de la CFE por la contaminación que causan en sus
entidades.
En las
elecciones del próximo año, el presidente de la república buscará “cerrar la
pinza” del control, jugando abiertamente a favor de los 15 candidatos de Morena
a relevar a gobernantes del PRI (8), del PAN (5), PRD (1) y a un independiente.
Fiel a su
vocación de pasado, el presidente López Obrador intenta restaurar el octavo
pilar del presidencialismo de los años 70. Quienes voten en esos estados
marcarán el rumbo. Esperemos que triunfe la democracia. ¡No al retroceso!—
Mérida, Yucatán.
dulcesauri@gmail.com
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1) Carpizo
McGregor, Jorge, 1978. “El presidencialismo mexicano”. Siglo XXI Editores,
México.