La gira de López Obrador. En tiempos de Covid-19
Dulce María Sauri
El lunes 1º de junio amaneció con lluvia. El fin de los dos meses de la “Jornada Nacional de Sana Distancia” y el primer día de la nueva etapa de retorno a la “nueva normalidad” se dio en un entorno obscuro, como si el cielo y el clima se unieran a la penumbra que rodea el combate a la pandemia del Covid 19. No les agobiaré, amig@s lectores, con la serie de acuerdos del Diario Oficial de la Federación (DOF) de las últimas 10 semanas, sólo recordaré el del 29 de mayo pasado, que consigna los lineamientos técnicos específicos para la reapertura de las actividades económicas.
Trabajadores y patrones han visto la caída de sus ingresos sin que los compromisos económicos, incluyendo las tarifas de energía eléctrica, se vieran reducidos en una cantidad equivalente. El “banderazo” legal para el regreso era ansiosamente esperado, pues la falta de una política federal para atender las necesidades de empleo y apoyo a las pequeñas y medianas empresas ha agudizado su desesperación.
Los Lineamientos del 29 de mayo fueron traducidos en “semáforos” cuyos colores: rojo, naranja, amarillo y verde, ilustran actividades y ritmos de retorno a la “nueva normalidad”. Pasar del rojo al naranja significaba poder realizar actividades en espacios públicos abiertos, como parques y jardines, en tanto que en lugares cerrados se mantendría la prohibición.
Y lo más importante: el semáforo naranja indica que existe la posibilidad de reanudar labores en empresas y comercios calificados como no-esenciales, aunque sea con una operación reducida.
Troya ardió cuando, el martes 26 de mayo, se presentó el mapa del país casi todo cubierto de rojo encendido. Significa que 31 de las 32 entidades federativas, menos Zacatecas, sólo y exclusivamente podrían realizar las actividades esenciales, incorporando las tres recién reclasificadas: minería, automotriz y construcción, ninguna más.
Varios gobernadores respondieron negativamente a esa “instrucción” federal; incluso, algunos, como los de Jalisco y Tamaulipas, subrayaron que no habían recibido apoyo alguno durante la fase de emergencia, y que, por tanto, las autoridades federales tampoco tenían autoridad moral para indicarles el ritmo de apertura de sus economías.
Que los ejecutivos de los estados se encuentren confundidos y enojados con las políticas del gobierno federal durante la pandemia es entendible, incluso justificable ante el abandono. Pero lo más grave se da entre la ciudadanía, aquella que está sufriendo y que ha mantenido el “quédate en casa” como una obligación hacia sus vecinos, parientes y amigos. De pronto, cuando las cuentas nacionales y estatales de los contagios se elevan día a día, cuando las cifras de defunciones reconocidas ya rebasaron los 10,000 muertos, el presidente de la república sale de gira al sureste del país.
Sí, a esta región que registra deficiencias en sus capacidades de atención a las personas contagiadas; esta zona donde solo Campeche y en alguna medida, Chiapas, se salvan parcialmente del recuento de horror que significan los decesos; esta parte de México en la que hay retenes comunitarios para impedir la entrada a numerosas poblaciones, única forma que han encontrado sus habitantes para protegerse de lo que en los medios de comunicación se denomina “pandemia letal”.
De pronto, en pueblos y comunidades del sureste retumba el anuncio de la visita presidencial para dar el “banderazo” al Tren Maya. La caravana de camionetas suburban negras —sí, mismo modelo aunque diferente color de los anteriores gobiernos— surca las carreteras peninsulares, cruzándose con albañiles y trabajadores que se desplazan a Cancún, Riviera Maya, Mérida y otras ciudades donde se ha reanudado la construcción. “Si sale el presidente de gira, ¿por qué yo no voy a salir a vender?”, dirán ambulantes, venteros de comercios y tianguis. Si el presidente lleva una comitiva de seguridad, prensa y equipo de logística, ¿por qué no pueden reabrir las maquiladoras textiles, almacenes y mercados? Si el tapabocas es de uso molesto pero recomendable, ¿dónde está el del presidente López Obrador, que incluso se niega a ponerse gel desinfectante?
Para los incrédulos del Covid, que existen aunque nos resistamos a admitirlo, el ejemplo presidencial es la razón perfecta para evitar seguir cualquier recomendación, incluyendo la “sana distancia”.
Señor presidente López Obrador: en numerosas ocasiones usted ha sido bienvenido a tierras yucatecas, siendo candidato y ahora, como responsable del Ejecutivo federal. Pero en estos momentos, carece de sentido su presencia física. No aporta a la solución de los graves problemas de miles de familias que se han visto privadas de sus ingresos; no ayuda a solucionar uno de los agravios más sentidos, como son los “recibos locos” que la CFE ha enviado a miles de hogares, y que de no ser liquidados, llevará a los ominosos cortes de luz. No trae compromiso alguno para incrementar en forma significativa los fondos de garantía para reactivar a las alicaídas empresas yucatecas.
A pesar del esfuerzo local y de la actitud amable —algunos dirían complaciente— del gobernador Vila, ni siquiera ha podido tener acceso al padrón de beneficiarios del “Censo del Bienestar”, lo que provoca falta de coordinación en las acciones para atender la emergencia económica. Sí, señor presidente López Obrador: Yucatán se siente librado a sus propias fuerzas, como si el gobierno federal hubiera decidido abandonar el compromiso de coordinar esfuerzos y recursos con estados y municipios. A usted, que le complace mirar el presente en el espejo de la Historia, revise lo que esta región ha luchado para prosperar, reducir la pobreza y brindarle oportunidades iguales a tod@s sus habitantes. Apóyenos, escúchenos; no imponga soluciones que no son nuestras. Así, nos hará más fácil llegar a la sociedad del Bienestar que Yucatán se ha propuesto.— Mérida, Yucatán