El Papa y el Presidente. Humildad y Soberbia
Son
dos personajes de gran relevancia. Uno de ellos, guía espiritual de más de
1,300 millones de católicos del mundo y el otro, presidente de una nación con
más de 125 millones de habitantes. Cada uno ejerce un liderazgo basado en un
principio intangible que podríamos caracterizar como “autoridad moral”.
El
Papa, para las y los católicos, es el representante de Dios en la Tierra y para
quienes no profesan esta religión, es una persona con una gran influencia en
los asuntos internacionales.
El
presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, es el jefe del Estado
mexicano, cuyo mandato trasciende los 30 millones de votos que obtuvo en la
elección de 2018. Cada uno —el Papa y el Presidente— tiene su propio ámbito de
responsabilidad, pero sus palabras y sobre todo, sus actos, traspasan su
investidura formal y llegan a la vida cotidiana de las personas y familias, que
los observan, admiran y tratan de emular.
Este
peso moral se muestra en toda su magnitud a raíz de la pandemia del coronavirus
clasificado como Covid-19.
El
Papa Francisco, cabeza de la Iglesia y Jefe del Estado Vaticano, decidió
aceptar sin reservas las llamadas del gobierno de Italia y sumarse a las
acciones destinadas a combatir la pandemia que ha cobrado más de 7,000 vidas,
1,300 de ellas italianas. Las fotografías y vídeos que han circulado en estos
días nos muestran al Papa dando la bendición dominical ante una Plaza de San
Pedro vacía.
El
Papa Francisco, con humildad que lo enaltece, contribuye con su ejemplo a subrayar
la importancia de respetar las drásticas medidas de aislamiento que ha tomado
el gobierno italiano para combatir la epidemia. ¿Quién podrá en la Iglesia
negarse a acatar las restricciones que imponen las autoridades civiles, si el
Papa pone el ejemplo? Esta actitud refuerza su autoridad moral ante los fieles
católicos, pero también entre quienes no lo son, o profesan religión ninguna.
Desde
el inicio de la epidemia del Covid-19, las autoridades sanitarias
internacionales intentaron contenerla, primero en su país de origen, China,
después en Asia Pacífico, hasta que pasó de alguna manera desconocida aún, a
Europa, siendo Italia el país más afectado en un principio. Dos semanas
después, prácticamente todos los países europeos, incluyendo Noruega, Islandia
y el recién separado Reino Unido, enfrentan la pandemia con disposiciones
inimaginables hace apenas unas cuantas semanas. Canadá y los Estados Unidos
asumieron también drásticas determinaciones, como el cierre de sus vuelos con
Europa, además de imponer restricciones al tránsito de personas por su
territorio. Varios mandatarios están aislados después de haber estado en
contacto con portadores del Covid-19.
Afortunadamente,
el acceso a internet y las tecnologías digitales permiten permanecer en
comunicación, realizar trabajo a distancia y emplear estas herramientas para la
educación de niña/os y jóvenes forzados a permanecer en sus hogares.
Otra
parece ser la historia en México. Las autoridades federales han anunciado
medidas de prevención, que parecen insuficientes para enfrentar la amenaza.
Todavía el “puente” pasado se pudo ver a miles de personas disfrutando de las
playas de Acapulco o asistiendo a conciertos multitudinarios.
El
argumento de “no mata, es algo más que un simple catarro o una gripa fuerte”,
se adereza con la aparentemente reducida mortalidad. “Si sólo se mueren 3 de
cada 100 infectados, ¡menuda mala suerte si me toca!”.
Esta
actitud despreocupada frente a la amenaza de la enfermedad no se parece a la
adoptada en 2009, cuando México se vio azotado por la gripa H1N1. Nuestro país
fue el primero en reportar casos en el mundo entero, a partir del 17 de marzo
de ese año, que se incrementaron a lo largo del mes de abril hasta ascender a
varios miles.
Oficialmente,
se analizaron los expedientes de 122 personas fallecidas a lo largo de la
emergencia, que se prolongó hasta el 6 de mayo de ese año. (Ver
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0036-36342009000500003).
En
esa ocasión, el ahora presidente López Obrador fue de los más acérrimos
críticos de las medidas adoptadas por el gobierno de Felipe Calderón. Sin
embargo, vistas en perspectiva, los acuerdos publicados en el Diario Oficial de
la Federación (25 y 30 de abril del 2009, respectivamente) en materia de
salubridad general y el que declaró la suspensión de labores en la
administración pública federal y en el sector productivo de todo el país por
cinco días (del 1 al 5 de mayo), ordenaron las acciones de la sociedad en
general y permitieron un pronto restablecimiento de la normalidad en todo el
país. Para el entonces opositor político, la caída del PIB del segundo semestre
de ese año se debió a las draconianas medidas de la administración calderonista
para combatir la epidemia. Sin lugar a dudas, tuvieron un costo elevado, más
cuando se sumaron a la recesión internacional de 2008.
¿Qué
tanto inciden los recuerdos de 2009 en la estrategia de 2020? Deben pesar
cuando el actor protagónico, Hugo López Gatell, lo fue también entonces, aunque
después fue desplazado. Sin embargo, hay una diferencia sustantiva. Ahora
existe —todavía— un liderazgo moral en la figura presidencial que está siendo
despilfarrado, o más bien, volviéndose un factor de riesgo para la sociedad.
Ante la pregunta sobre el empeño del presidente López Obrador de continuar sus
actos públicos, multitudinarios, abrazando y besando a diestra y siniestra a
los asistentes, la respuesta del subsecretario es de antología: “La fuerza del
Presidente es moral, no es una fuerza de contagio” porque, “el mandatario tiene
la misma probabilidad de contagiar que usted o yo”.
Ni
usted, amiga/o lector, ni yo, besamos y abrazamos a miles. Si nos contagiamos,
sufrimos con nuestras familias. Si transmitimos la enfermedad, lo hacemos en
nuestro entorno. No así López Obrador. Espero que el ejemplo de humildad de
Francisco domine la soberbia y la invulnerabilidad de que hace gala el
presidente de la república. Por el bien de millones que aún lo siguen…y lo
emulan.—Mérida, Yucatán