El ganso feo. Conflicto de nacimiento

Dulce María Sauri Riancho
Para la creación de la Guardia Nacional, el Congreso de la Unión y la Presidencia de la República se llevaron meses en la elaboración del andamiaje legislativo que le otorgara existencia formal.

No solo fueron las reformas constitucionales, que en sus idas y venidas por las cámaras de diputados y de senadores alcanzaron su aprobación casi por unanimidad. Esta actitud se repitió en las tres importantes leyes secundarias, totalmente nuevas: de la Guardia Nacional, del Uso de la Fuerza y la del Registro Nacional de Detenciones, además de las reformas a la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

El Ejecutivo federal expidió el Reglamento de la Guardia Nacional apenas el 29 de junio y un día después, con toda solemnidad, el presidente de la República acompañado de su esposa y de los secretarios de Defensa Nacional, Marina y Seguridad, pasaron revista a miles de efectivos congregados en el Campo Marte de Ciudad de México.
Ese domingo triunfal, todo parecía marchar sobre ruedas para el proyecto presidencial de crear una nueva fuerza para combatir la inseguridad y el crimen. Horas después de la ceremonia, quedaron al descubierto graves tropiezos, consecuencia de falta de sensibilidad, de una mala planeación y pésima organización.

Se sabía que unir a tres corporaciones tendría un elevado grado de dificultad, no solamente por sus distintas formaciones —militar y policiaca— sino también por sus diferentes condiciones laborales.

La policía militar y la naval gozan de prestaciones (salud, pensiones, vivienda, entre otras) que no tienen sus homólogos de la Policía Federal. Éstos, por su parte, perciben remuneraciones (ingresos, bono de riesgo) más elevadas que los integrantes de las fuerzas armadas.

Quienes armaban la naciente estructura sabían que prestaciones y salarios tenían que acercarse, garantizando el mantenimiento de las mejores condiciones para las tres corporaciones que se convertirían en una.

Existían también otras diferencias que había que tomar en cuenta. Los integrantes del Ejército y la Marina tienen, por mandato constitucional, la obligación de pernoctar en sus cuarteles cuando se encuentren en servicio.

Los policías pertenecientes a la PF debían hacerlo en hoteles o paradores en el destino de su misión. Marinos y militares permanecían destacados por temporadas largas, de varios meses e incluso años, en ciudades y poblaciones. En los mismos lugares arraigaban sus familias. Los federales (PF) podían regresar una vez concluida su comisión, que podía ser de días o semanas; por lo tanto, sus familias permanecen en las ciudades escogidas para vivir. Como no tienen cuarteles a su disposición, los federales comen en fondas, restaurantes o lugares públicos. Para eso y para pagar su alojamiento recibían viáticos.

Todas estas diferencias podrían ser solucionadas con una buena planeación en la estrategia de fusión de los tres cuerpos. Pero resulta que la Policía Federal es la Cenicienta en la creación de la Guardia Nacional, es el Gansito Feo que se incorpora a la parvada del gobierno en materia de Seguridad.

En los últimos días se hizo patente el rechazo de quienes tienen a su cargo la tarea de creación de la Guardia Nacional. El comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM) los llamó “fifís” porque reclamaron alojamiento y comida en Tapachula y les entregaron uniformes tan grandes que dos de ellos cabían en un pantalón. Han sido rechazados por gordos o por llevar tatuajes.

El mismo presidente de la República expresó, en repetidas ocasiones, que la PF está podrida, que sus integrantes son corruptos. Si esa es la apreciación presidencial, si cuenta con información que respalde su dicho, su responsabilidad habría sido liquidarla en su totalidad, no pretender la incorporación de una parte de ella a la Guardia Nacional.

El desdén y la descalificación del pasado caracteriza al gobierno del presidente López Obrador. Quizá un poco de humildad hubiera ayudado a revisar los resultados registrados cuando, en 1998, se formó la primera policía federal, dependiente entonces de la Secretaría de Gobernación.

Los integrantes de esa naciente corporación provinieron de la Policía Militar; ahora se dice que pasaron a formar parte de la corporación civil sin que conservaran sus prestaciones o su grado en el Ejército. Es más: ni siquiera les preguntaron, solo les ordenaron presentarse en su nueva adscripción.

La deserción se dio en poco tiempo; sucede con frecuencia, dicen, en los cuerpos de seguridad y las fuerzas armadas. Pero en este caso, fue la semilla de un poderoso cártel del crimen organizado, los Z, que sigue asolando extensas regiones de México.

No estaría de más que los colaboradores del presidente López Obrador revisaran la creación de la Gendarmería, hace seis años. En un inicio, también fue la Policía Militar su base más numerosa; pero fue imposible sostener el compromiso económico de mantenerles las mismas prestaciones que recibían como integrantes de las fuerzas armadas.

Y se tomó otro camino, abonando al desorden institucional: policía federal, gendarmería, además del ejército y la marina… y las fuerzas estatales.

Minimizar la protesta de un grupo de policías federales inconformes por su incorporación a la Guardia Nacional; ridiculizarlos y acusarlos de corruptos, no augura nada bueno para la seguridad del país.

Tampoco para la Guardia Nacional, si tiene que absorber a elementos que su mismo comandante supremo, el presidente de la República, ha descalificado.

La humillación es fuente de agravios. Y éstos, unidos al imperativo de sobrevivir, pueden formar un peligroso “caldo de cultivo” que acabaría beneficiando al crimen organizado. Modestia, talento y humildad de los negociadores para encontrar el mejor arreglo, tanto para las personas que arriesgaron lealmente su vida en nuestra defensa, como para el sano desarrollo de la Guardia Nacional, que recién se inicia.

El ganso feo puede convertirse en zopilote, si se le desprecia y golpea. Pero puede también volverse un bello cisne que contribuya con los otros dos a restaurar la paz en México.— Ciudad de México.

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