Adiós programa Prospera. Corresponsabilidad o dispendio


Dulce María Sauri Riancho
Yesenia es la madre en uno de los más de 150 mil hogares yucatecos beneficiarios del programa federal Prospera. Fanny es otra madre, soltera, trabajadora y con un hijo adolescente.

Ambas han vivido las nuevas reglas aplicadas a los programas sociales por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Yesenia tiene experiencia en los cambios sexenales. Hace seis años, hubo de esperar varios meses para que se regularizaran los recursos que recibía para su hija, que se encontraba a la mitad de la escuela primaria en 2012.

Después, inscribió a la segunda hija en el padrón del programa, que pasó de llamarse Oportunidades a Prospera, pero con los mismos componentes.

Todavía en diciembre pasado, Yesenia recibió el dinero de las dos becas escolares —primaria y secundaria—, un apoyo para madres en situación de vulnerabilidad, además de recursos para fortalecer la alimentación familiar.

La suma alcanzaba cuatro mil pesos, más que un salario mínimo. A cambio, Yesenia llevaba a sus hijas al control de su salud y se aseguraba de que asistieran regularmente a la escuela. Ella es la responsable de recibir los fondos transferidos y de su correcta aplicación.

Con la seguridad del “piso” económico de Prospera, Yesenia trabaja en diversas casas de Mérida, lo que le permite contar con un ingreso razonable para satisfacer las necesidades de su modesto hogar.

Al hacer este relato, más bien debería hablar en pasado, pues a diferencia de las tardanzas de los cambios sexenales anteriores, en el gobierno de la 4T, Yesenia esperará en vano: “Prospera” ha sido cancelado. Se ha sustituido con las Becas “Benito Juárez”, 800 pesos mensuales, pero sólo los puede recibir una hija.

Desorientada frente al cheque del primer bimestre del año —entregado, por cierto, apenas en mayo— los diversos promotores “Siervos de la Nación” le dijeron que pronto habría otros apoyos que se sumarían a la magra suma recibida.

Si quiere cambiar su suerte, Yesenia tendría que tener en casa a una persona entre 18 y 29 años que no estudiara ni trabajara —aquellas conocidas como NiNi—, para recibir 3,600 pesos más. O tal vez si su madre o sus dos progenitores fueran mayores de 68 años y vivieran con ella, podrían ingresar 1,260 pesos mensuales, cada uno. O si tuviera un hijo en la preparatoria, con beca también de 800 pesos; o si tuviera un hijo estudiando universidad, le entregarían 2,400 pesos mensuales.

Pero Yesenia y su familia no están en alguno de esos casos. Su triste realidad es que de recibir transferencias monetarias de más de 4,000 pesos cada mes, ahora sólo le llegan 800 pesos ¿Cómo sobrevivir a esa abrupta reducción de ingresos, aquellos que le permitieron a la familia salir de la línea de pobreza extrema?

El caso de Fanny es un poco diferente. Por la zona donde vive, ella nunca ha calificado para obtener apoyos de los programas federales. Su esposo era el proveedor familiar principal, pero abandonó a Fanny y a su hijo preparatoriano. Ella decidió trabajar en alguna casa de la ciudad, ingresos por día. Su mayor compromiso es la educación de su hijo, por lo que con dificultad y mucho entusiasmo, junta los 500 pesos de la cuota de inscripción anual y una cantidad similar para los libros.

Por eso recibió con gran beneplácito el anuncio de las Becas Benito Juárez para la Educación Media Superior. Asistió al igual que otr@s progenitor@s a la asamblea informativa donde los promotores de la 4T enfatizaron a las y los beneficiarios que ese dinero era exclusivamente para ell@s, que lo gastaran o invirtieran en lo que consideraran sus prioridades, porque “el presidente de la república confía en los jóvenes”.

Desconcertados, padres y madres se miraban unos a otros mientras preguntaban cómo manejar a esos menores de 18 años, que viven en su hogar, y hacerlos comprender que el recurso entregado es para satisfacer necesidades que ellos, sus padres, no pueden cubrir con sus ingresos.

Con la “acelerada” que les dieron los promotores de la 4T, numerosos preparatorianos acudieron en masa a las tiendas de celulares, de videojuegos, para gastar su primer cheque, en vez de los libros y los útiles que les permitiesen un mayor rendimiento escolar. Esta estrategia de “empoderar” a los adolescentes tiene sus consecuencias en la dinámica familiar. No es cuestión de confianza, sino de madurez y asignación prioritaria de los recursos a las necesidades reales, de tal manera que logren culminar exitosamente sus estudios de preparatoria.

En 1997 nació Progresa. Sus siglas significan “Programa de Educación, Salud y Alimentación”. Los recursos serían dedicados a las familias que se encontraran por debajo de la línea de la pobreza y serían recibidos y administrados por las mujeres madres de familia. La selección se realizaba a través de un riguroso cuestionario, levantado por técnicos, no por políticos.

El gobierno de la 4T decidió eliminar a las madres como transmisoras y garantes del correcto uso del dinero transferido. Quitó también los componentes de salud y alimentación: ya no habrá que llevar a los controles médicos a la familia.

La política de corresponsabilidad ha sido sustituida por el reparto arbitrario y dispendioso de los recursos públicos. Se carece de reglas de operación en la mayoría de los nuevos programas; por tanto, tampoco se podrán evaluar.

Mientras, Yesenia, Fanny y miles de madres yucatecas —millones en el país— tendrán que hacer frente a la realidad: Prospera se acabó…digan lo que digan los promotores de la 4T.— Ciudad de México.

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