Anticipar salidas. Revocación, derecho ciudadano
Dulce María Sauri Riancho
No es
primera vez que se legisla sobre revocación de mandato. De hecho, la
Constitución yucateca tuvo durante muchos años esta figura como una posibilidad
de concluir anticipadamente la gestión del gobernador o gobernadora. Terminar
con un mal gobierno antes del plazo es una tentación presente en la ciudadanía.
En México, además de la revocación del mandato, contamos con otras figuras
legales para prescindir de un mal gobernante, como el juicio político, aunque
hasta la fecha no se ha instaurado procedimiento alguno para la destitución
presidencial.
Si
exploramos en el arcón de la memoria, encontraremos que la mayoría de los
presidentes de la república gozaron de una razonable popularidad hasta casi el
final de su mandato. Por ejemplo, si en las elecciones intermedias se hubiese
preguntado si José López Portillo se quedaba en la presidencia o se iba (1979);
o si Carlos Salinas de Gortari concluía anticipadamente su gestión (1991); o
Vicente Fox (2003), o Enrique Peña Nieto (2015) debieran ser destituidos, la
respuesta en todos los casos hubiese sido un No mayoritario. Es que a mitad del
periodo, con muy pocas excepciones, se alcanza el cenit del poder presidencial.
Vale la
pena recordar la excepción que se presentó en la primera parte del mandato de
Ernesto Zedillo, cuando azotó al país la más grave crisis económica de la etapa
moderna. Entonces, se rumoraba que el sexenio concluiría antes de su primer
año. Las malas percepciones ciudadanas sobre el gobierno se vieron reflejadas
en las urnas. En 1997 fue la primera ocasión en que el PRI perdió la mayoría
absoluta en la Cámara de Diputados, abriendo el paso a una nueva etapa de la
democracia mexicana.
En el
pasado, ¿hubiese servido la figura de revocación del mandato? En todos los
casos presentados, salvo la excepción zedillista, no creo equivocarme al decir
que hubiese ganado el Sí a la permanencia del presidente de la república hasta
la conclusión de su mandato. En ese sentido, hubiese sido un ejercicio poco
útil, por decir lo menos, más bien hubiese contribuido a concentrar aún más el
poder presidencial. Sólo en el caso del presidente Zedillo los resultados tal
vez hubiesen sido distintos. En términos de “premio o castigo”, los resultados
de las elecciones intermedias han sido el mejor termómetro para medir la
aprobación ciudadana al gobierno. Salvo Fox y Calderón (los dos presidentes
panistas) los demás lograron mayoría para su partido en los comicios de mitad
de mandato. Eso no implicó de manera alguna que ese apoyo popular se mantuviera
hasta el final. Baste recordar 1982 para López Portillo, con la estatización de
la banca y el control de cambios; o el último año de gobierno del presidente
Peña Nieto.
En los
regímenes parlamentarios, como en el Reino Unido o España, cuando un sector de
la ciudadanía está inconforme con las acciones del gobierno, exige a sus
representantes (Cámara de los Comunes o Congreso de los Diputados) que lo
remueva anticipadamente. El primer paso consiste en promover lo que se denomina
“voto de censura”. Si la oposición se impone y cae el gobierno, se convoca a
elecciones anticipadas. Eso no sucede en el caso de los sistemas
presidenciales, como el mexicano.
El
gobierno de la 4T impulsa como novedad la revocación del mandato al presidente
de la república y a los gobernadores. Bajo la tesis impecable de “el pueblo da,
el pueblo quita” se ocultan las verdaderas intenciones de concentración de
poder en la figura de Andrés Manuel López Obrador. Lo que menos importa es el
derecho ciudadano a deshacerse anticipadamente de los malos gobernantes. Por el
contrario, lo que sus antecesores en la presidencia de la república vivieron a
través de los resultados de las elecciones intermedias, ahora López Obrador
pretende hacerlo explícito y directo sobre su persona y su mandato.
Vamos a
suponer, amig@s lectores, que soy una exagerada, opositora mal pensada de una
medida que beneficiará a la ciudadanía, que dispondría de más poder para
enfrentarse a los posibles excesos del gobierno. En ese caso, justo en ella, en
las y los ciudadanos que la componen, deberá estar el derecho de activar el
mecanismo de revocación de mandato. No en el gobierno, no en el presidente de
la república o el Congreso, sino en aquellos grupos de la sociedad que quieran
que el presidente se vaya antes de que haga más daño. Como se trata de una
medida de excepción, tendrían que demostrar que cuentan con el apoyo de
determinado porcentaje del electorado –uno o dos por ciento-, validado por el
Instituto Nacional Electoral, de manera que pueda activarse el mecanismo de
consulta. El mero hecho de solicitar el inicio del procedimiento ya sería una
especie de censura al gobierno porque un sector, así fuera minoritario, de la
sociedad quiere que se vaya antes de agotar su período.
La
mayoría morenista votó en la Cámara de Diputados por el refrendo presidencial a
mitad del periodo. Hizo caso omiso de las voces de alerta por la coincidencia
con las fechas electorales, lo que abriría la Caja de Pandora de la reelección.
Se decidió concentrar el poder en el gobierno, en vez de otorgárselo a la
ciudadanía. Ya pasó la minuta al Senado, donde será objeto de una cuidadosa
revisión. Esperamos que el diálogo y la negociación política en la Cámara Alta
enmienden la plana a la colegisladora, tal como sucedió en el complicado tema
de la Guardia Nacional. Revocación de mandato, derecho de la ciudadanía, no
atribución del gobierno.— Mérida, Yucatán.