Reducir la brecha. Justicia para el Sur-Sureste
Dulce María Sauri Riancho
Pensando
en Yucatán y en nuestro desarrollo, hace unos días presenté una iniciativa de
reforma a diversas leyes en materia fiscal. Se trata de evitar que se
profundice la enorme desigualdad que existe entre regiones del país. Es también
una denuncia sobre el distinto trato que el nuevo gobierno pretende otorgar al
norte próspero y al sur-sureste rezagado. Éstos fueron mis argumentos.
Regiones
desiguales. La desigualdad es el principal problema que azota a México. Su
rostro más cruel está representado por la situación de pobreza y vulnerabilidad
en la que vive casi la mitad del pueblo mexicano. La desigualdad social tiene
múltiples manifestaciones. Uno de los rasgos más relevantes de la desigualdad
es la que se da entre regiones del país. Abarca numerosos aspectos de la vida
económica y social de los diversos estados.
Varias
entidades del país han logrado tasas de crecimiento sostenido semejantes al
mejor desempeño de los países asiáticos, en tanto que otras regiones presentan
serios rezagos en materia de infraestructura, producción y como consecuencia,
de oportunidades laborales para la mayoría. El federalismo fiscal ha permitido
compensar en parte la menor capacidad de las regiones más atrasadas, que
reciben más de lo que recaudan. Sus haciendas públicas son más débiles y sus
autoridades carecen de suficientes recursos para responder a las legítimas
demandas de la ciudadanía. A lo largo de medio siglo, se han aplicado diversos
programas tendientes a promover el desarrollo regional. Destacan la Comisión
del Balsas, el Programa de la Región Sur-Sureste, el Plan Puebla-Panamá, y
recientemente, las zonas económicas especiales (ZEE). Algunos de estos
programas resultaron un fracaso, otros, aún no rinden los frutos esperados. La
tabla de la pobreza ha registrado, desgraciadamente, poco movimiento
ascendente. A pesar de su disminución en términos relativos, incluso absolutos,
siguen Chiapas, Oaxaca y Guerrero como las entidades con menores índices de
desarrollo del país, muy lejos de las otras regiones de México, en especial del
norte y del Bajío.
Por lo
que concierne al programa de las ZEE, éste pretende estimular el dinamismo
económico a través de estímulos fiscales a las empresas para instalarse en
zonas determinadas, ubicadas en las entidades federativas con mayor incidencia
en pobreza, de acuerdo con la información del Coneval. De esta manera se podrán
generar en zonas depauperadas empleos de calidad y activar en ellas el
desarrollo industrial y de servicios. No cabe duda: el desarrollo justo y
armónico que requiere México pasa por cerrar la brecha entre regiones del país.
Compromiso
presidencial. En su discurso de toma de posesión ante el Congreso general, el
presidente Andrés Manuel López Obrador anunció lo siguiente:
“…
desde el primero de enero próximo entrará en vigor la zona libre a lo largo de
los 3,180 kilómetros de frontera con Estados Unidos. Esta franja de 25
kilómetros de ancho se convertirá en la zona libre más grande del mundo. Allí
se cobrará lo mismo de impuestos y costarán igual los energéticos que en
California, en Arizona, Nuevo México y Texas, de la Unión Americana. En otras
palabras, en esta franja se reducirá el IVA del 16 al 8%. El impuesto sobre la
renta bajará al 20%. La gasolina, el gas y la electricidad costarán menos que
en el resto del país y se aumentará al doble el salario mínimo”.
La
aplicación de este programa significa que una franja de una de las regiones del
país con mayor dinamismo económico, como es la frontera norte de México,
recibirá un tratamiento preferente en materia de impuestos, tarifas y precios
de servicios. Allá sí bajarán los precios de la gasolina, el gas y la
electricidad, tanto doméstica como de uso industrial. Bueno por las ciudades de
los seis estados que tienen colindancia geográfica con Estados Unidos; malo, para
el resto del país, para las y los mexicanos que vivimos a más de 25 kilómetros
de la línea. Peor, para los estados más rezagados de México, que verían cómo la
brecha entre regiones no se cierra, sino se amplía considerablemente.
Peligrosa
diferencia. No podemos ignorar que una zona especial en la frontera norte en
estas condiciones y con estos estímulos fiscales, de tarifas y en los precios
de combustibles, sería un contrasentido de la Ley Federal de Zonas Económicas
Especiales, anularía sus efectos benéficos y representaría un retroceso para el
desarrollo regional con igualdad de oportunidades en el país.
Pero
esto puede cambiar, si consideramos que las medidas anunciadas por el
presidente de la República para la zona especial de la frontera norte se apliquen
de igual manera en los estados más rezagados.
Justa
solución. La iniciativa que presenté la semana pasada, propone que las
entidades federativas con zonas económicas especiales, las más pobres y
rezagadas del país, cuenten con los mismos incentivos fiscales y de precios a
los energéticos, que la franja de 25 kilómetros de la frontera norte. Que
Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán, Campeche, Yucatán, Tabasco y Veracruz
sean territorios donde se establezca la tasa del 8% de IVA, en vez de 16%; que
se pague sólo el 20% de Impuesto sobre la Renta; que la gasolina cueste la
mitad, por la eliminación del impuesto sobre producción y servicios; que lo
mismo pase con la electricidad y, desde luego, con los salarios mínimos al
doble para las y los trabajadores de esos estados. El “sacrificio” recaudatorio
será sensiblemente menor al impacto de estos estímulos en la frontera norte.
Aumentar el crecimiento económico de estas entidades rezagadas, podría acelerar
su salida de la pobreza y marginación ancestral que han padecido.
Es de
justicia social, es revolucionario y digno de ser apoyado por el nuevo
gobierno. Ojalá así lo entiendan todas las fuerzas políticas representadas en
la Cámara de Diputados.— Mérida, Yucatán.