Dos discursos. Con tres ausencias
Dulce María Sauri Riancho
Tenía
una enorme expectativa por escuchar los primeros mensajes del Presidente de la
República. Como si de magia se tratara, el solemne momento de ceñirse la banda
tricolor sobre el pecho se replicó puntualmente, como cada seis años desde
1934. Vinieron después las palabras desde la tribuna del Congreso de la Unión.
Con franqueza, esperaba más. Lo que escuché fue una recopilación de las
críticas expresadas en 12 años, presentadas ahora como diagnóstico; una
síntesis de sus promesas de campaña, acicaladas ahora como programas de
gobierno. Fue clara y tajante su ruptura con el llamado “modelo neoliberal”
que, desde su perspectiva, es causante de todos los males del país, incluyendo
a la corrupción galopante y a la diabetes. Anunció un cambio de régimen pero, honestamente,
no logré capturar las coordenadas básicas que lo definen. Repaso aquí algunas
de las guías descritas.
Democracia
participativa y popular para confrontar con la democracia representativa,
fundamento del Poder Legislativo, las cámaras de diputad@s y senador@s. Combate
a la corrupción, con perdón y olvido de por medio. Abatir la inseguridad, con
un modelo fincado en el combate a la pobreza y la desigualdad y que, en su
logística inmediata, descansa en las Fuerzas Armadas. Aires del pasado cruzaron
con fuerza San Lázaro. Añoranza de la larga etapa del desarrollo estabilizador,
con sustitución de importaciones. Admiración por los 12 años de desarrollo
compartido, que tuvieron en el gobierno a su protagonista principal, aunque
culminó en una grave crisis de endeudamiento y retroceso. Después, el páramo
del neoliberalismo, del magro crecimiento del 2% anual, del crecimiento
desbordado de la deuda pública, de la profundización de las desigualdades
sociales, del derroche de los recursos naturales, a lo largo de 36 años. Muy
bien, pero ¿qué sigue?
El
discurso presidencial tuvo pocos elementos novedosos. Lo que escuchamos fueron
las promesas de campaña de un candidato, ahora en boca de quien es, desde ese
día, el jefe del Estado mexicano. El peso de sus palabras, de sus ideas, de sus
juicios y sus prejuicios es considerable. Por eso da mucho qué pensar cuando
señala que la pobreza y el rezago de la región sur-sureste se resolverán con el
Tren Maya, remembranza de los programas de colonización del siglo XIX, cuando
la introducción del ferrocarril traía consigo, además de población, progreso y
civilización. O insistir en la recreación de la zona franca en la frontera del
norte, con tratamientos fiscales de excepción, expresión de añoranza por las
políticas que ayudaron al consumo de las familias avecindadas en esas zonas, al
término de la guerra o que incentivaron la producción, en la década de 1960,
con los programas de maquiladoras de exportación. Se deja de lado que bajar el
IVA y el impuesto sobre la renta en esas zonas, que son las más desarrolladas
del país, además de ser un error económico, constituye una disparidad, una gran
injusticia para los millones de mexicanos que producen en condiciones más
adversas y que pagarán impuestos mayores. No podemos olvidarnos que al final de
toda disparidad fiscal se encuentran el causante y el consumidor y que son los
más pobres los que resienten los mayores daños. Tal parece que López Obrador,
presidente, se alejará de su máxima: por el bien de todos… primero las
fronteras.
A mi
juicio, tanto en la intervención en el Congreso como en los 100 puntos del
discurso del Zócalo hubo tres grandes ausencias.
Visión
de futuro para el desarrollo económico. Sólo el dinamismo de la economía puede
crear los empleos dignos que reclaman millones de jóvenes, mujeres y hombres.
Mejorar la productividad con las seis refinerías existentes, incluso construir
una nueva no es suficiente para la segunda década del siglo XXI. El presente y
el futuro, en materia de energía, son las fuentes de energía renovable, el gas
natural, las obras de infraestructura que abastezcan de electricidad a precios
accesibles a las empresas y a los hogares. Estas políticas no se dan por
decreto, requieren concertación con los particulares, inversionistas y
empresas. En la reactivación del campo, el nuevo Ejecutivo propuso restablecer
los precios de garantía, como en las décadas de 1970-1980. Por cierto, somos
autosuficientes en la producción de maíz blanco, el de las tortillas, pero
importamos grandes cantidades de maíz amarillo, que sirve para transformar en
proteína animal, vía alimentos balanceados. Y eso se debe a una política de
precios, precios libres y competitivos, no a la garantía de un precio único y
ficticio. El ferrocarril transístmico multimodal que uniría Salina Cruz con
Coatzacoalcos es lo más cercano a las exigencias de infraestructura para la
competitividad global. Y no hay más.
El
federalismo. ¡Pobres gobernadores! Ni un lazo les echó el Presidente. Ni
siquiera los mencionó en 80 minutos de alocución! Fue notoria la ausencia total
de voluntad de coordinación entre los tres órdenes de gobierno. Viene la
aprobación del presupuesto y la frialdad presidencial puede ocasionar pulmonía
en las finanzas estatales y en la capacidad de los ejecutivos locales para
responder a las demandas ciudadanas. La centralización del poder para combatir
la corrupción tendrá en los ejecutivos estatales a los primeros damnificados.
Las
mujeres. Ante la “Legislatura de la Paridad” hubo silencio presidencial y
ausencia de compromiso con las causas del género femenino. Después de un
sexenio de notables avances, fuimos borradas del mapa de ruta del nuevo
gobierno. Comenzamos por su nuevo logotipo, sin rostros de mujer. Seguimos con
la ratificación de Paco Ignacio Taibo II al frente del Fondo de Cultura
Económica. ¿Adiós a la perspectiva de género como eje transversal de las
políticas públicas?— Mérida, Yucatán.