Reforma educativa. Ortografía de la democracia
Dulce María Sauri Riancho
“No
quedará ni una sola coma de la Reforma Educativa”. Esta categórica expresión
del coordinador del grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados
rubricó la aprobación de un punto de acuerdo en que se demandaba al Ejecutivo
federal la cancelación de las evaluaciones a l@s maestr@s programadas para
aplicarse los próximos meses. Ya sabemos, porque se ha repetido hasta el
cansancio, que todo lo avanzado en el terreno educativo será desechado por la
nueva administración. Pero todavía ignoramos con qué será sustituido. A la
fecha todavía no se envían las iniciativas de ley que tendrían que promoverse
para efectivamente cancelar la primera “reforma estructural” promovida por el
Pacto por México y por el gobierno que se va. Pero ¿qué es la todavía vigente
“reforma educativa”? Daremos algunas pistas para recordar lo que supuestamente
desaparecerá de la faz de la Tierra en los próximos meses.
El
primer gran cambio fue la reforma al artículo 3o. constitucional para que el
Estado recuperara la rectoría sobre el sistema educativo nacional. Se consideró
por las distintas fuerzas políticas, incluyendo al PRD y al PAN, que la
“federalización” iniciada en 1992 se había extraviado en los pantanosos
terrenos de las administraciones estatales. No voy a reiterar los sobradamente
conocidos problemas del sistema educativo nacional: cobertura, calidad y
capacidades de sus egresados, condiciones laborales de sus maestr@s, mala
situación de la infraestructura escolar, entre los más destacados. Por eso no
es de extrañar que los otros dos propósitos de la modificación de este artículo
de la Ley Suprema de la república fueron la mejoría de la calidad educativa y
el establecimiento de la evaluación docente como única vía para el ingreso y la
promoción del magisterio en todo el país.
Como en
toda reforma constitucional, su aplicación requirió de leyes que la
reglamentaran y “aterrizaran”. Con tal propósito, se realizaron reformas a la
Ley General de Educación y se elaboraron dos nuevas piezas legislativas: la Ley
del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) y la Ley General del
Servicio Profesional Docente (SPD). Una vez modificado el marco jurídico, se
procedió a integrar el órgano evaluador (INEE) y a desarrollar los componentes
del Nuevo Modelo Educativo, cuya aplicación acaba de iniciar en el curso
escolar 2018-2019. Entre tantos acontecimientos, se olvida que por vez primera
se realizó el Censo de Escuelas, Maestros y Alumnos de Educación Básica
(Cemabe), en 2013. Nadie sabía a ciencia cierta cuántos planteles existían,
cuántas plazas magisteriales y dónde estaban ubicadas. También se ignoraba la
situación real de la infraestructura escolar. Otro efecto inmediato fue la
creación del Fondo Nacional de Educación, que en los hechos permitió una sola
negociación salarial con los sindicatos magisteriales, en vez de que cada
gobierno estatal enfrentase esta compleja tarea librado a sus propios recursos.
La
evaluación como método para el ingreso, permanencia y promoción del magisterio
fue el punto más controvertido de la reforma educativa que está por
extinguirse. Antes de ella, sólo las y los egresados de las escuelas normales
podían aspirar a obtener una plaza magisterial. A raíz de la reforma, toda
persona egresada de licenciaturas de instituciones de educación superior, públicas
o privadas, puede participar en los concursos de ingreso. Uno de cada cuatro
participantes logra la calificación suficiente para formar parte del sistema de
educación básica nacional. Nadie se ha atrevido a cuestionar la apertura para
seleccionar a las y los mejores, en vez de los recomendados, las “herencias” y
las “ventas” de plazas tan comunes en el pasado. Sin embargo, el problema
central y el núcleo de resistencia del magisterio se localiza en los mecanismos
de evaluación que se han aplicado a quienes ya forman parte del sistema
educativo. Maestras y maestros con larga experiencia se sienten minimizados en
sus conocimientos cuando tienen que resolver estas pruebas en las que no sólo
se pone en entredicho su prestigio profesional, sino también sus ingresos. A
diferencia del pasado, cuando la carrera magisterial permitía contar con una
cantidad fija que se integraba a su salario en forma automática, ahora todo
depende de la calificación obtenida.
Supongo
que el sistema de evaluación educativa será el primero en pasar al panteón
burocrático. ¿Será sustituido por algún otro mecanismo o regresaremos al toma y
daca político y económico sobre las plazas magisteriales? ¿Se cerrarán las
puertas para los no egresados de las escuelas normales? ¿Se abandonará la idea
de evaluar periódicamente al magisterio? En las próximas semanas lo sabremos,
una vez que las iniciativas lleguen al Congreso de la Unión. Cuando esto
ocurra, es posible que la mayoría absoluta de Morena —en las dos cámaras— se
encargue de que no se les cambie “ni una coma”. Una probadita de esta posición
la tuvimos en el debate de la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores
Públicos del jueves pasado, en que imperó la actitud de no tocar la minuta ni
con el pétalo de una coma.
La
ortografía democrática demanda analizar y debatir los asuntos en las cámaras de
Diputados y de Senadores con el fin de mejorar las leyes que emitan. En los
tiempos de la democracia, muy pocas piezas legislativas salen sin
modificaciones, procedan del Ejecutivo o del propio Legislativo. Es la esencia
del trabajo parlamentario. Tener una mayoría enemiga de cambiar puntos, comas o
lo que sea necesario no augura más que errores que habrán de revertirse sobre
la ciudadanía. Ojalá que ellas y ellos, la mayoría, se vuelvan amigos de los
signos de puntuación en esta etapa del proceso democrático mexicano.— Mérida,
Yucatán.