Eternidad de las palabras. Responsabilidad en campañas


Dulce María Sauri Riancho
Decir algo que quedara registrado por siempre parecía una responsabilidad reservada a los legisladores federales. Cada una de sus intervenciones en tribuna es transcrita y se guarda en el Diario de los Debates desde 1916, hace más de 100 años. Ahora, no sólo la tribuna camaral es fuente de memoria, sino que existe una especie de “diario de los debates” social, en el que también se graban y permanecen dichos y expresiones de diversos personajes públicos, incluyendo a las y los políticos en campaña. A diferencia de antes, ahora a las palabras ya no se las lleva el viento. Al final de la segunda década del nuevo milenio tenemos que admitir este enorme cambio en la convivencia colectiva. Decir algo en las redes sociales, hacer un vídeo casero o dar una entrevista en un programa de radio, por ejemplo, deja huella indeleble en la famosa “nube”, donde se guardan voz, imágenes y datos de millones de personas. Esta aparente eternidad de las palabras impacta decididamente la forma de hacer política y campañas, tal como lo estamos observando en estos días. ¿Qué hizo o dijo López Obrador hace 20 años en las tomas de pozos petroleros de Tabasco? Circula el vídeo correspondiente. ¿Reconoció Anaya el excelente trabajo como funcionario público de su ahora rival José Antonio Meade? Se muestra ahora en un promocional del PRI. ¿Compareció Meade en el Congreso, visitó al expresidente Fox? También circulan profusamente las imágenes. El pasado nos alcanza a todos, especialmente a las y los políticos. El escudo del olvido se ha vuelto cada vez más frágil.
Esta larga introducción tiene un propósito único, que es destacar la enorme responsabilidad con lo que se dice, ofrece y hace durante una campaña electoral. Primero, el lenguaje de campaña. El discurso virulento y descalificador se ha vuelto una práctica de mercadotecnia electoral. Se sacrifica la prudencia en el altar de la eficacia para conseguir el voto. Importa poco exacerbar los ánimos, con tal de obtener la boleta tachada a favor de determinado partido o coalición. Hace 11 años, en la reforma electoral de 2007, se estableció la prohibición de denostar al adversario. Insuficiente y obtusa definición, que impide el indispensable contraste entre propuestas y perfiles, y no evita la llamada “guerra sucia”, basada, esa sí, en la mentira. En México surge el fantasma de la polarización social: pobres contra ricos; empresarios enfrentados a los trabajadores; maestros contra padres de familia; norte próspero contra sur depauperado. Se abren heridas difíciles de cerrar después del 1 de julio. Por eso, el primer factor para definir el voto tendría que ser la conducta y el lenguaje de los candidatos presidenciales. Llamar a la conciliación, agitar pañuelos blancos pero refugiarse en el discurso incendiario de plaza, es un mal síntoma. En Yucatán les llamamos “ka’pe ich”, dos caras. En otras latitudes, esta doble personalidad está encarnada en el Dr. Jekill y Mr. Hyde.

Las promesas perduran. En las campañas nos hemos acostumbrado a que l@s candidat@s ofrezcan toda clase de cosas, que muchas veces no se materializan, pero que suenan muy bien en los oídos de grupos amplios de ciudadanos. Lo que es una novedad es la capacidad social de recrearlas, recordarlas y circularlas en texto e imágenes que “refrescan” la memoria. En medio de la “torre de babel” de las ofertas políticas, ¿cómo podemos conducirnos para conocer la viabilidad de lo que nos proponen? Ayudan sin duda, los debates entre candidatos; también la presentación de sus programas, tal como sucedió el sábado pasado, cuando Víctor Caballero presentó “Una Mérida Mejor”, con siete ejes programáticos. Espero que sus rivales hagan lo propio. Así, la ciudadanía meridana podrá contrastar visiones, propuestas y capacidades entre quienes aspiran a gobernar la capital del estado. En la campaña presidencial, José Antonio Meade inició el segundo tercio dando a conocer compromisos concretos y específicos, como la incorporación de dos millones de familias a Prospera, el programa emblema de combate a la pobreza, casi una tercera parte más de las que actualmente reciben ese beneficio. Además, jóvenes mujeres y hombres de estas familias, tendrán apoyo para concluir la preparatoria, con acceso garantizado a la educación superior. Y algo muy importante: Meade se compromete a triplicar el apoyo a familias Prospera con algún integrante con discapacidad. Conozco la solidez y seriedad profesional del candidato de la coalición Todos por México, por lo que estoy segura que habrá costeado cuidadosamente esta iniciativa antes de presentarla. No puedo decir lo mismo de los cantos de sirena sobre la reducción de los precios de las gasolinas, propuesta “bandera” de Anaya. A la fecha, desconocemos de dónde provendría la recaudación para compensar el boquete fiscal que representaría reducir o eliminar el impuesto a los combustibles.

Y de las promesas-compromisos de López Obrador, no se puede ir muy lejos en el análisis, pues según él, todo será financiado con la reducción de sueldos de los altos funcionarios y la eliminación de prácticas corruptas, que estima representan el 10% del presupuesto total de egresos del gobierno federal.

Las tempestades sociales están nutridas de palabras. Recordemos la clásica definición de Demagogia: “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Basta con voltear la mirada a nuestros vecinos del norte para conocer las consecuencias de votar por demagogos. Son, ni duda cabe, los portadores del autoritarismo y la tiranía. Lo dijo Aristóteles hace más de dos mil años. ¿Qué tal si aprendemos en cabeza ajena y rechazamos activamente la demagogia en las campañas? No hay mejor filtro que preguntar “cómo”. Y exigir la respuesta.— Mérida, Yucatán.


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