¡Alerta, democracia! Cartas a una joven desencantada


Dulce María Sauri Riancho
Este año la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (Filey) presentó opciones acorde con los tiempos electorales. Mesas de debate con las autoridades, un estand bien provisto de publicaciones gratuitas del INE, son algunos ejemplos de la inteligente forma de participación en un clima político crecientemente enrarecido. Entre los personajes asistentes destacó José Woldenberg, quien presentó su más reciente libro, “Cartas a una joven desencantada con la democracia”. No se trata de un teclado más en el que se desgajan los argumentos de defensa del largo proceso democrático mexicano. Woldenberg presidió el primer y mítico Consejo General del IFE, que condujo las elecciones de 1997 a 2003, pasando por las del 2000, cuando el PRI perdió por primera vez la presidencia de la república.

Para el autor, la democracia es un sistema de instituciones que perviven y de representantes que cambian. Que conjuga estabilidad y cambio, y que permite alternancia de gobiernos “sin el costoso expediente de la sangre”. Esto último nos recuerda que hubo un tiempo, hace poco más de 100 años, en que eran las armas y la guerra los recursos para poner y quitar gobiernos. Nadie pretende volver a ese pasado más que para conmemorarlo en las fechas cívicas correspondientes. Sin embargo, para un grupo creciente de ciudadan@s, la democracia ha fracasado porque no ha podido resolver la pobreza y la desigualdad ancestrales ni ha logrado generar un crecimiento económico sostenido. La corrupción y la impunidad son, sin duda, fuentes sobresalientes de la decepción social. Sin embargo, Woldenberg dice que “… de cara a nuestro pasado, no es poco ni irrelevante lo que se ha logrado…”. La tentación ante el fracaso es “tirar al niño (la democracia) junto con el agua sucia” en que se ha convertido la percepción social sobre el presente del país.
Es el sentido de la carta en la que Woldenberg comenta el libro de Julio María Sanguinetti titulado La agonía de una democracia. El ex presidente de Uruguay aborda los diez años previos al golpe de Estado (1963-1973), cuando cundió el discurso del desprecio a los “grises instrumentos” del pluralismo: elecciones, partidos, parlamento, poniéndolos a todos como parte de una élite corrupta. Creció la insurrección guerrillera y se abrió paso al Ejército para combatirla. Woldenberg señala: “Mucha gente, cansada del desorden y la incertidumbre” vio en los militares la posibilidad de un nuevo orden. Sucede el golpe de Estado, los nuevos gobernantes se apoderan del discurso descalificatorio de la política y los políticos y hasta 12 años después, se restablece el régimen democrático.

La alerta de Woldenberg incluye la relectura de “Rebelión en la granja”, de George Orwell. Desfilan los 17 pasos para la instalación del absolutismo en la sociedad de los animales, donde todos son iguales, pero unos más iguales que otros. Destaco tres de ellos: simplificar lo que es complejo, el culto al líder (“una autoridad que no soporta contrapesos ni disidencias críticas”), y hacer creer que los fines justifican a los medios.

La gran advertencia de José Woldenberg es que la democracia y los procesos democráticos no están asegurados ni llegaron para quedarse de una vez y para siempre. Cito: “Nada garantiza que nuestras contrahechas democracias estén condenadas a pervivir: pueden desgastarse, degradarse e incluso ser sustituidas por regímenes autoritarios”. Son aún más frágiles en América Latina, pues la pobreza y la desigualdad “pueden ser un piso demasiado resbaladizo para edificar democracias sólidas”.

Cien días median entre hoy, inicio de la primavera, y el 1 de julio. Estoy de acuerdo con Woldenberg en que es obligación moral y política pensar un rumbo nuevo para el país, uno que permita vivir “en una sociedad humana incluyente e integrada, capaz de ofrecer solidaridad, protección y justicia frente a los hechos de pobreza, vulnerabilidad, inequidad y abandono”. Recordemos que “no hay ley de la vida o de la política que garantice que las cosas no pueden ir a peor”.

Soy optimista, no como “porrista del porvenir”, sino porque pertenezco a una generación que hizo posible la transformación político-electoral de México. Porque aprendí que la incertidumbre es consustancial a la democracia y a sus resultados. Reconozco que el cumplimiento de la formalidad electoral no es suficiente para garantizar la pervivencia de la democracia en México. Pero sin ello, sin la legitimidad que emana de la voluntad ciudadana, no se podría conformar un gobierno capaz de enfrentar los enormes retos del Estado democrático y social.

A todas y todos nos corresponde defender a las instituciones responsables de garantizar los dos principios básicos de la democracia: pluralidad y competencia equitativa. Los partidos tienen una gran responsabilidad con el día después de la elección, es decir, con la normalidad democrática. No se puede, no se debe, ganar a costa de cualquier cosa. El “haiga sido como haiga sido” de 2006 fue enormemente costoso para la sociedad, la democracia y sus instituciones.

El movimiento del 68 cumple 50 años. Su conmemoración pasa por la revaloración del proceso de cambio que ha vivido México. Insuficiente, desigual, pero hasta ahora, esencialmente pacífico. La cuota de sangre que cotidianamente se vierte en las calles del país no proviene de las disputas por el poder político, sino por las insuficiencias del ejercicio del gobierno, por el déficit social que acompaña la actuación de las autoridades. Mientras conservemos las prácticas democráticas para la transmisión pacífica del poder, eso podrá ser superado.— Mérida, Yucatán.

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