Esperanza de vida. Mejor futuro para 2018
Dulce María Sauri Riancho
Mi última
colaboración del año en el generoso espacio del Diario de Yucatán. En un abrir
y cerrar de ojos las semanas se fueron volando y nos encontramos con la
necesidad de realizar el balance que cierra un ciclo caracterizado por sus
fuertes turbulencias. Es difícil encontrar algún elemento para perfilar el
debate por venir entre la incertidumbre y las certezas de progreso. Elegí un
indicador demográfico para intentar ilustrarlo. Es la esperanza de vida al
nacer. Vivir más años que nuestros padres y abuelos ahora parece normal. Muy
pocas veces pensamos en las razones y las causas del aumento de las
expectativas de vida, en las que se mezclan mejores condiciones de salud,
alimentación, agua limpia, entre otros. Lo tomamos como algo natural, sin que nos
percatemos del enorme esfuerzo de organización social y de la administración
pública para alcanzarlo. Veamos la situación actual en México. Por ejemplo, la
niña y el niño que nacieron la pasada Nochebuena en esta ciudad tienen la
esperanza de vivir al menos 75 años (la niña casi tres años más). Si ellos
hubieran venido al mundo ese mismo día pero de 1930, su expectativa de vida
hubiera sido sólo de 34 años. En esa década, cuando nacieron nuestros padres y
abuelos, numerosas mujeres morían al dar a luz; los infantes eran presa de
epidemias de difteria, tosferina y tétanos; la poliomielitis atacaba sin piedad
y aún no había sido descubierta la penicilina para tratar infecciones. La
desnutrición estaba presente en la mayoría de los hogares y la inexistencia de
sistemas de agua potable cobraba anualmente una elevada cuota de víctimas de
enfermedades hídricas, principalmente entre los menores. Cuando yo nací, hace
66 años, tenía la esperanza de vivir apenas 48. Para que yo alcanzara mi edad
actual, en algunas partes de México y de Yucatán miles de niños murieron
víctimas todavía de la falta de condiciones de salud. Sin embargo, cuando mi
hija nació a mediados de la década de 1970, ella y los de su generación ya
tenían la expectativa de vivir hasta los 63 años. Mis cinco nietas y un nieto,
“generación Z”, así les llaman, tienen la posibilidad de llegar a más de 78
años. Las explicaciones para este dramático incremento de los años por vivir
están en los extensos programas de vacunación, en la mejora de los servicios de
atención médica y en una política social dedicada a atender las necesidades de
los más vulnerables. Tal parece que México se dirige a alcanzar las
expectativas de vida de los países desarrollados, entre los cuales Japón ocupa
el primer lugar, con más de 80 años en promedio. Por cierto, de acuerdo con los
datos de 2016, Yucatán se encuentra por arriba del promedio nacional por más de
cuatro meses (75.6 años vs 75.2 años, respectivamente). Tal parece que todo
tiende ineludiblemente al avance, tal vez con mayor lentitud que antes, pero
nunca para atrás.
Malas
noticias. Sí es posible retroceder, de hecho está sucediendo ni más ni menos
que en los Estados Unidos. En este país vecino, por tercera ocasión desde 2015,
la esperanza de vida de su población está disminuyendo. Sus autoridades lo
atribuyen al aumento del consumo de drogas entre su población joven, entre las
cuales destacan los nuevos productos sintéticos, letales en su mayoría. Rusia
fue otra potencia que registró severos retrocesos en esta materia.
Al
colapsarse la Unión Soviética también se cayeron sus servicios de salud,
incluyendo vacunación. Veinticinco años después, aún no recuperan las cifras
anteriores a 1991.
Vienen
meses de campaña electoral, de promesas y compromisos de candidatos y partidos.
Responder a la pregunta sobre cómo se proponen mantener e incrementar la
esperanza de vida de la población no puede limitarse a las urgidas estrategias
de prevención y atención a la salud. Trasciende hasta las políticas de
desarrollo social, de iguales oportunidades para mujeres y hombres, del cese de
la violencia que cobra crecientes cuotas de vidas jóvenes en varios estados del
país. Tiene que ver con la garantía de acceso a la alimentación; a gozar de
seguridad social en la vejez. Ningún presidente de la república ni gobernador
de una entidad federativa puede presumir logros de su administración si
retrocede la expectativa de vida de sus ciudadanos. No hay calificación mejor
que el incremento anual de esperanza de vida, así sea solamente de pocos meses.
Nos
asomamos a 2018 con miedo y esperanza. Por primera vez, tememos que el futuro
no nos traiga inevitablemente “tiempos mejores”. Las amenazas del retroceso se
ciernen sobre nuestras expectativas en la política, en la economía, en la
organización social. Contaminación ambiental; violencia desatada en distintas
partes del mundo y de nuestro país; guerras económicas y proteccionismo;
violación a los derechos humanos fundamentales, son algunas de las
preocupaciones que en distinto grado, acompañan la pérdida de las certezas que
mantuvimos a lo largo de casi dos centurias. En su nombre, la esperanza de vida
nos da alientos para esperar lo mejor. Ya habrá oportunidad de abordar los
proyectos políticos que se confrontarán en las campañas de los meses por venir.
Uno de futuro, con sus retos y expectativas. Otro, fincado en la memoria de un
pasado al que es imposible e indeseable retornar. Pero hoy, en el presente,
celebremos la vida que nos permite decir adiós a 2017.— Mérida, Yucatán