Derechos bajo asedio. Vientos de Totalitarismo
Dulce María Sauri Riancho
Hace
unos días recibí de Antonio Salgado, colaborador de estas páginas del Diario,
una invitación para reflexionar sobre el totalitarismo y las grandes
aportaciones que Hannah Arendt hizo para dilucidar sus entrañas. Tony proponía
acercar los trabajos de esta gran teórica social y filósofa política a los
problemas reales y concretos que actualmente enfrentamos. Parto por
compartirles, amig@s lector@s, que al hablar de totalitarismo Arendt no sólo
hace referencia a un régimen político, como podría ser una dictadura, sino a
una condición que se extiende a todas las áreas de la vida pública y privada de
una sociedad. Se impone sobre las personas por la fuerza del terror: a la
pérdida de la vida, de los bienes o de la libertad, si no se sujetan a sus
terribles reglas. En el terreno de pensamiento tan amplio como desarrolló esta
judía alemana, apátrida por años y ciudadana estadounidense en el último tercio
de su vida, decidí tomar hechos recientes conocidos por la opinión pública.
Tienen en común que vulneran derechos reconocidos, de carácter universal y
práctica obligada en todo el mundo. Malas noticias para la complacencia: los
derechos humanos no se ganan de una vez y para siempre.
Muchas
veces creemos que por el simple hecho de nacer, los derechos que acompañan a
nuestra condición humana se “activan” en automático, que nada hay que hacer
para que nos sean reconocidos o para que tengamos que defenderlos. Poco
reparamos en los grandes obstáculos que se yerguen ante nosotros como enormes
barreras que evitan garantizar su disfrute. De vez en cuando, algún evento
significativo actúa como un choque eléctrico que nos recuerda lo que podemos
perder si no activamos las alertas sociales y nos disponemos a luchar. En este
sentido, selecciono tres situaciones que ocuparon espacio impreso y digital en
las últimas semanas.
1.-En
Xpechil, pequeña comisaría del municipio de Peto, un campesino de 40 años
asesinó a su esposa de 15 machetazos. La señora de 31 años, lo había abandonado
para irse a la cabecera municipal a auxiliar a su hija que había dado a luz.
Regresó, pero a casa de su madre. No salía, “para nada” pero cuando lo hizo
para comprar sal, fue agredida por el cónyuge agraviado por el rechazo, sin que
nadie de la pequeña comunidad pudiera evitarlo.
2.- A
finales de enero de este año, el presidente municipal de San Martín Peras,
Oaxaca, ordenó dar de latigazos a una joven mujer aspirante a regidora. Gabriela
Maldonado Rivera exigía su derecho a la participación política en su municipio.
A cambio recibió amenazas, hostigamiento e intimidación y, finalmente, azotes
de una autoridad. El alcalde acusado se defendió diciendo: “fue golpeada por su
abuelo por su comportamiento”.
3.-Guadalupe
García, tras residir más de 20 años en Arizona, fue deportada a México. En 2008
había sido detenida en una redada, pero las políticas del presidente Obama le
permitieron permanecer en Estados Unidos bajo la condición de presentarse cada
año a la oficina del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas para una
revisión de su caso. Tenía 14 años cuando llegó en 1996; tuvo dos hijos,
estadounidenses de nacimiento. Ahora fueron por ella, pues la “Migra” tenía
todos sus datos. El gobierno de Trump hizo de este caso una muestra
representativa de que cualquier inmigrante indocumentado condenado por un
delito –en el caso de la Sra. García, haber registrado un número falso del
seguro social- tendría prioridad para ser deportado.
Pobreza,
rezago y marginación, campean en los dos primeros casos. Rosario Núñez, de
Xpechil, debe haber tenido a su hija a los 14 años, porque cuando perdió la
vida ya era abuela. Madre-niña, con escasa escolaridad; esposa de campesino
milpero, en una comunidad que representa al Yucatán rural en extinción, pues la
mayoría, 84 de cada 100 personas vive en ciudades como Peto y Mérida. Marido
con derecho a disponer de la vida y la libertad de su mujer, porque la
tradición y la costumbre así se lo permitían. También Gabriela Maldonado
transgredió los usos y costumbres de San Martín Peras, que recluye a las
mujeres en el hogar y les impide su participación política. No son,
lamentablemente, casos excepcionales de violencia contra mujeres motivadas por
su voluntad de ejercer derechos políticos fundamentales, como lo demuestran
incidentes en Puebla, Oaxaca, Chiapas y Guerrero, principalmente.
Hasta
antes de la orden ejecutiva de Donald Trump, los inmigrantes indocumentados
tenían derechos en los Estados Unidos. Desde el punto de vista de la ley, estos
aún permanecen, aunque los obstáculos para ejercerlos cada vez se hacen más
difíciles. No cambió la norma, sino la actitud de una parte de la sociedad
estadounidense que se solaza en el dolor de quienes, como Lupita García, han
sido arrancados de su familia y condenados a la incertidumbre. ”¡Se lo merecen!”,
parecen decir, con la simpatía de otros que desde lejos, contemplan la
situación, sintiendo que ellos, los “verdaderos” estadounidenses jamás podrán
ser afectados.
Violar
los derechos fundamentales de las personas puede adquirir carta de
naturalización. Sólo se necesita combinar la indiferencia con el miedo. Los
derechos humanos que hemos conocido se encuentran bajo asedio. Borrar los
“memes” de Trump y comprar teléfonos desechables para viajar a Estados Unidos
es una primera manifestación del contagioso mal que empiezan a transmitir los
vecinos del norte, que puede derivar en el totalitarismo. Cómo defendernos,
cómo resistir y seguir avanzando es la tarea que tenemos por delante. El
pensamiento lúcido de Hannah Arendt contribuye a lograrlo.