Constitución de 1917. Centenaria viva
Dulce María Sauri Riancho
El próximo domingo 5 de febrero la
Constitución mexicana cumple 100 años. La vorágine de acontecimientos de las
últimas semanas dejó sin la atención que merece este centenario. Poco eco
alcanzaron los trabajos de diversas comisiones integradas desde años atrás para
conmemorarla. Corremos el riesgo de que este aniversario caiga en la banalidad
de un acto protocolario más, que se realizará, eso sí, en el Teatro de la
República, en Querétaro, recién adquirido por el Senado de la república.
Parchada, ignorada en muchos de sus preceptos, percibida como obsoleta y ajena
a la realidad por una mayoría de los ciudadanos, sólo 22 de sus 136 artículos
han resistido el paso del tiempo sin reforma alguna, en tanto que los demás han
sufrido la friolera de 699 cambios, un promedio de casi siete por cada año de
su larga vida. Uno de estos artículos reformados, el 73, que señala las
facultades del Congreso de la Unión, registra a la fecha ¡77! modificaciones.
Estamos tan hartos, decepcionados
de la situación actual, que voltear a ver a la “Centenaria” se considera poco
más que un desperdicio de talento y energía y, en mi caso, de este generoso
espacio semanal. No es así. Si nos detenemos un poco a reflexionar, cada una de
las grandes constituciones de México —1824, 1857 y 1917— correspondieron a
momentos definitorios de la nación mexicana. Cuando todo parecía deshacerse, la
respuesta fue la creación de un gran pacto social que estableciera los
compromisos y las vías para caminar todos juntos hacia la paz y el bienestar
colectivos.
Imagínense, amig@s lector@s, a
Lorenzo de Zavala y otros constituyentes hace más de 190 años, reunidos para
acordar el proyecto de Nación sobre las bases de la derrota del I Imperio, cuando
México daba sus primeros pasos como país independiente de España. O a los
constituyentes liberales de 1857, que lograron gestar una propuesta audaz que
hiciese frente a un país lastimado por el despojo estadounidense de más de la
mitad de su territorio. Y hace 100 años, veníamos de una movilización popular
por demandas diversas —tierra, libertad, derechos obreros— que esgrimían los
oprimidos y marginados. De la derrota de un régimen que gobernó por más de tres
décadas. De la ocupación de Veracruz por parte de las tropas estadounidenses,
con el petróleo como telón de fondo de sus exigencias. Del riesgo de ser otra
vez arrasados por el enfrentamiento entre zapatistas, villistas y
constitucionalistas. La respuesta ante esta situación fue la formulación de un
nuevo pacto social, de avanzada.
Hoy más que nunca tenemos que
rememorar la gesta de 1916-1917. No se trata del documento llamado
Constitución, sino de los hombres y mujeres que imaginaron un país diferente y
que tuvieron la capacidad de plasmarlo en un conjunto de normas. Ellos, los
constituyentes, no eran abogados, intelectuales o profesionales. Olían a
pólvora y sudor. Venían cargando las esperanzas de millones que exigían se
cumplieran las promesas de tierra y libertad. Héctor Victoria, yucateco, así lo
expresó cuando se opuso al proyecto “que se dice revolucionario” pero que, a su
juicio, dejaba pasar las libertades “como han pasado hasta ahora las estrellas
sobre las cabezas de los proletarios: ¡Allá a lo lejos!”. Gracias a él y a
otros bravos obreros surgió el artículo 123 que consagró los derechos de las y
los trabajadores de México. Otros más lucharon por el reparto agrario,
garantizado por el artículo 27. La educación, gran anhelo en un país de
analfabetos, quedó comprometida en el artículo tercero. Hubo desacuerdos,
amenazas, negociación, conciliación y, finalmente, la Constitución fue
promulgada el 5 de febrero. Con ella, en 1938, México hizo frente a las
potencias imperiales con la expropiación petrolera. Más de la mitad del
territorio nacional se repartió entre los campesinos. Los 122 millones de
mexican@s de hoy somos herederos de aquel país de 15 millones de habitantes y
dos millones de personas muertas o emigradas en siete años de conflicto. Sin
Constitución, ese sacrificio se habría perdido en el olvido de la historia.
En el siglo XXI, la desigualdad y
la pobreza de más de la mitad de los habitantes de México son pruebas
fehacientes del alejamiento de los compromisos asumidos en Querétaro hace 100
años. Sin embargo, este saldo negativo no descalifica a la Constitución ni a
los constituyentes. La memoria colectiva debe recuperar espíritu y actitudes de
entonces: Uno, imaginación para transformar, cuando nada estaba escrito en
alguna parte del mundo, dando respuestas a las necesidades y demandas de l@s
mexican@s. Dos, actitud para construir la unidad nacional, esa que literalmente
nos mantiene vivos, a pesar de las diferencias manifiestas. Y tres, valor,
mucho valor para abrir paso a soluciones que exigen renuncia al interés
personal o faccioso, para cumplir el interés general. Imaginación, Actitud y
Valor, eso exigimos a quienes tienen el poder formal para negociar con el
gobierno de Estados Unidos. Unidad en torno a los intereses nacionales, los de
todos, no los de un pequeño grupo que sólo piensa en la próxima elección.
Actitud e imaginación de la ciudadanía para sumar las partes en favor del
conjunto social. Para evitar que quienes tienen el poder transitorio tuerzan el
destino del país. El olor de nuestro pueblo en el siglo XXI no es de pólvora,
no debe ser de sangre. Hoy son las redes de solidaridad ciudadana: sus anhelos
y exigencias, sus compromisos, su capacidad para imaginar un futuro y actuar
para conseguirlo.— Mérida, Yucatán.