Medición de la pobreza: guerra de números
Dulce María Sauri Riancho
En
inédito episodio, dos instituciones del Estado mexicano discreparon
abiertamente por su estrategia para medir la pobreza. Una de ellas, el Consejo
Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) acusó a la otra, el
Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), de distorsionar los
datos sobre los ingresos de la población más pobre del país.
Tal
parece que por arte de magia estadística, entraron al sombrero del Inegi
millones de pobres que, como la paloma de la chistera, salieron convertidos en
clase media baja. Las suspicacias de analistas y críticos afloraron de
inmediato. El gobierno, dijeron, necesita urgentemente “lavarse la cara” ante
los problemas económicos y de seguridad que siguen sin resolverse.
“Desaparecer”
pobres sería una manera sencilla y barata de mejorar la imagen internacional de
la administración federal y de enviar un mensaje positivo, de buenos
resultados. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.
El
Inegi es responsable de la información estadística del país. Levanta los censos
de población y económicos; encuesta sobre temas diversos, como: ocupación,
violencia contra mujeres, etc. Tiene a su cargo revisar la calidad de los
registros estadísticos que generan las dependencias, entre otras muchas
responsabilidades, con un solo objetivo: contar con buena información
estadística para la toma de decisiones.
Formado
esencialmente por académicos e independiente del gobierno, Coneval fue creado
para revisar y evaluar los resultados de la política social del país en su
conjunto. Esto incluye la calidad del gasto presupuestal en los diversos
programas, es decir, si con la inversión realizada se obtienen resultados
positivos o si simplemente, se despilfarra el dinero. En relación con la
pobreza, la única manera de saberlo es midiéndola con instrumentos adecuados.
Para
escoger la metodología, hubo numerosas reuniones entre especialistas y
funcionarios, que dieron origen a un instrumento de medición, imperfecto, sí,
pero que satisface los requisitos de transparencia y fidelidad. Esto último
significa que cualquier estudioso que quiera constatar las cifras del Coneval,
si aplica las criterios publicados, obtendrá el mismo resultado.
Pero
Coneval no levanta las encuestas, que son la materia prima de todo el proceso
de medición. Como corresponde, se las encarga al Inegi, que obtiene los datos y
se los entrega para su análisis e interpretación. Las dos grandes
instituciones, con el apoyo de especialistas, trabajan en cada una de las
preguntas del cuestionario y de la información que se pretende captar.
Con los
datos recabados se diseñan los programas federales más importantes, como la Cruzada
Nacional contra el Hambre, y se asignan los recursos presupuestales del Fondo
de Aportaciones para la Infraestructura Social (FAIS), que representa ni más ni
menos, diez mil millones de pesos, repartidos entre estados y municipios.
Coneval
tiene fecha fija para dar a conocer las cifras de pobreza. Cada dos años, en
año par, a finales de julio, las presenta en cumplimiento de su mandato legal.
Para 2016 tenía el compromiso adicional de proporcionar nuevos datos sobre la
pobreza a nivel municipal, que sustituyeran a los de 2010.
Nada de
esto pasó. Coneval anunció que era imposible procesar la información que les
había entregado el Inegi, porque no era comparable con la de años anteriores. Y
es que el Módulo de Condiciones Socioeconómicas (MCS), que se aplicó en 64,000
hogares de todo el país junto con la Encuesta Intercensal de Población 2015,
tuvo un importante cambio en la manera de captar los datos sobre el ingreso de
las familias. Por ejemplo, si eran propietarias de su vivienda, se les imputó
como ingreso la renta que pagarían si la hubieran alquilado. De esta manera,
hasta los más pobres registraron un “aumento” de sus ingresos, aun cuando este
ingreso fuera virtual.
¿Cómo
pudo suceder tamaña descoordinación entre dos —hasta ahora— respetables instituciones?
¿Por qué Coneval no revisó el cuestionario ni supervisó la capacitación de los
encuestadores en 2015? ¿Por qué Inegi no se coordinó como en años anteriores?
¿O como lo ha hecho con la metodología de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto
de los Hogares (ENIGH) que se levanta cada 2 años, otro de los insumos básicos
del Coneval?
Aquí es
cuando florece el sospechosismo. Resulta que el 1º de enero de este año cambió
el presidente del Inegi, después de 8 años. Julio Santaella viene del Banco de
México, cuando existía la expectativa de que alguno de los altos directivos del
Inegi ocupara el cargo, como una especie de reconocimiento al servicio civil de
carrera en una institución autónoma del Estado mexicano.
Siete
meses después, estalló la bomba. ¿Noviciado o ajuste de cuentas? Ya hay un
pagano: el director de Estadísticas Sociodemográficas, un antiguo funcionario
de la institución, que fue “renunciado”.
La
realidad se impone a cualquier maquillaje. El desprestigio afecta al Inegi,
responsable también de proporcionar cifras tan controvertidas como la
inflación. Con los aumentos de la gasolina y la energía eléctrica, con la
depreciación del peso frente al dólar o con cualquier visita al supermercado,
¿creeremos que los precios sólo han aumentado 2% en lo que va del año?
Urge
que el Inegi recupere su credibilidad, seriamente deteriorada por su
enfrentamiento con Coneval. En 2003, en el Senado, presenté la iniciativa para
dar autonomía constitucional al Inegi. Se reformó el artículo 26 y desde 2008,
el Inegi es órgano autónomo. Que lo demuestre en los hechos. Es indispensable.
La sumisión del Inegi es un lujo impagable para la situación de México.—
Mérida, Yucatán.