Mujeres, ciencia e innovación. Hacia el segundo centenario

Dulce María Sauri Riancho
Hace un siglo a las niñas se les destinaba a ser futuras esposas y madres. En consecuencia, su educación debía limitarse a enseñarles la eficaz realización de estas funciones en el seno del hogar. Fue lo que se cuestionó en el I Congreso Feminista de 1916: si la sociedad de personas libres que la Revolución pretendía formar, podía darse el lujo de segregar a la mitad de la población del cambio. Nuestras abuelas discutieron el papel de la escuela primaria en la preparación de las mujeres para la vida. Nuestras madres presionaron para ir a la preparatoria. Nosotras salimos con un título universitario que se quedó guardado para muchas, cuando tuvieron que optar entre el cuidado de la familia o su profesión. Nuestras hijas salieron abogadas, ingenieras o doctoras, y se encontraron en un mundo laboral en el que sus compañeros hombres, aún menos preparados, ganan más y son contratados de inmediato. Y nuestras nietas se interesan poco en las ciencias básicas, lejos de imaginarse a sí mismas como físicas, matemáticas o ingenieras en computación.

“Es un error social educar a la mujer para una sociedad que ya no existe”. Esta frase parte de los considerandos del Congreso Feminista de 1916, se expresó vigorosamente en las deliberaciones del reciente encuentro internacional “Mujeres en la Economía del Conocimiento y la Innovación” (Meci). Cien años después, la afirmación continúa siendo suficientemente válida como para provocar un ejercicio de reflexión crítica sobre el actual modelo educativo, si responde a las necesidades y demandas de una sociedad en continuo proceso de cambio. Por primera vez no sólo los instrumentos y las máquinas se vuelven obsoletos, sino también el conocimiento, empujado por una acelerada transformación tecnológica. Mujeres y hombres de la segunda década del siglo XXI tienen que tomar la decisión entre una actitud permanentemente receptiva a la innovación y el continuo aprendizaje o quedarse al margen de la cuarta revolución industrial, la del “internet de las cosas”, los sistemas ciberfísicos y la cultura del “hágalo usted mismo”. El indispensable cambio de actitud demanda salir de la zona de conforte de lo previsible y de la rutina. Es una exigencia complicada de cumplir para los hombres, pero en el caso de las mujeres la complejidad es aún mayor. Nos movemos en un territorio considerado tradicionalmente poco favorable a las causas femeninas, como es el de la economía del conocimiento, el desarrollo científico y tecnológico. El empoderamiento económico de las mujeres, que significa generar y disponer de ingresos propios, pasa en la actualidad por el reto de hacerlo desde la electrónica, la compu- tación, la física, matemáticas y otras ciencias exactas de las cuales, por lo general, están ausentes. Por esta razón, las discusiones del encuentro Meci busca, entre otras cuestiones, cómo interesar a las niñas y a las jóvenes en el estudio de las disciplinas académicas relacionadas con las tecnologías de información y comunicación; y, desde luego, detectar los obstáculos que desde el mundo de la cultura y la tradición reclaman insistentemente que las mujeres retomen el papel socialmente asignado a su género, es decir, el cuidado del hogar y de la familia, así como su exclusión de los asuntos públicos. No obstante, el enorme reto del Meci está en conjugar las necesidades y expectativas de las mujeres hacia la economía del conocimiento, con los problemas de violencia, pobreza y marginación en que viven millones de mexicanas aquí y ahora. Pensar el futuro no puede desligarnos de la responsabilidad colectiva frente a esta condición que, en los hechos, nulifica los avances consagrados en las leyes.

Plataforma. El Meci no sólo trató una agenda apretada y repleta de presentaciones desde el extranjero a través de videoconferencias, o de mesas paneles con distinguidos participantes, sino la determinación expresada por la secretaria de Relaciones Exteriores de hacer a la igualdad un elemento central de la política internacional de México. Para que esto haya sucedido, dos cuestiones tuvieron que conjugarse. Una, que la Cancillería, segunda en importancia en la jerarquía del gabinete presidencial, estuviera encabezada por una mujer, Claudia Ruiz Massieu Salinas, quien, a diferencia de sus dos antecesoras en el cargo, cuenta con el apoyo decidido del presidente de la república para que la SRE sea la “punta de lanza” en la implantación de la agenda de género del Ejecutivo Federal, con la eficaz participación de Inmujeres y de ONU-mujeres. El Meci congregó a los secretarios del Trabajo y de Educación Pública, que junto con la secretaria de Relaciones Exteriores forman la tercia de precandidatos emergentes por parte del PRI a la presidencia de la república. Las ausencias también hablan. No llegó Nuvia Mayorga, titular de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, hidalguense muy cercana al secretario de Gobernación. Tampoco lo hizo Rosario Robles, responsable de la Sedatu. ¿Será que sus respectivos afectos políticos en la lucha por la candidatura presidencial de 2018 pesaron en sus ánimos? En cambio, colaboradoras cercanas del secretario de Hacienda estuvieron y sostuvieron muy interesantes participaciones. La capacidad de convocatoria de la canciller quedó sobradamente acreditada, tanto por la asistencia de invitad@s nacionales y extranjeros de gobiernos, organizaciones sociales y académicas, así como empresarias. Escuchando y aprendiendo durante estos dos días intensos, contrastaba la voz que hace menos de dos semanas reclamó al centenario del Congreso Feminista un pronunciamiento sobre una mujer —presumiblemente ella— para presidenta de la república. Por el contrario, las voces de mujeres y hombres del Meci abrieron su imaginación y pensamiento para conjugar un “nosotras”, con propuestas concretas para conquistar un futuro más justo para todas. Una mujer con proyecto, una mujer con ambición, ¿será?— Mérida, Yucatán.


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