Balanza 2015. Esperanza y fe para 2016
Dulce María Sauri Riancho (Adaptación del
texto publicado en el Diario de Yucatán el 30 de diciembre de 2015)
Quiero
emplear la generosidad de este espacio para intentar hacer un somero balance
entre las expectativas y las realidades vividas a lo largo del año que concluyó.
Dos mil quince no comenzó con felicidad para millones de mexicanos, víctimas de
la violencia y de la falta de oportunidades. Y así concluyó para muchos, en
México y en el mundo. El plato de la balanza que acumula decepciones y fracasos
se llena con facilidad cuando consideramos lo que sucede fuera de Yucatán y nos
adentramos en otras regiones en que la delincuencia provoca muertes por la
ilegal e incontenible “ordeña” de los poliductos de Pemex.
Robar
gasolina se ha vuelto un explosivo negocio con consecuencias impredecibles para
quienes se dedican a extraer y comercializar el producto sustraído a la
paraestatal y para las familias que viven en comunidades cercanas.
La fuga
del Chapo Guzmán dominó el escenario del combate al narcotráfico y su búsqueda
para recapturarlo, la atención de los cuerpos de seguridad, en particular de la
Marina, que se ha concentrado en el estado de Durango, muy lejos del mar y de
los puertos, pero muy cerca del “triángulo de oro” mexicano, donde se produce
mariguana y la poco publicitada amapola de la que se extrae la heroína. (Al finalizar este texto, no se había
concretado la recaptura)
En el
mundo, la migración de personas alcanzó cifras récord en este año, cuando
millones huyeron de la guerra en Siria e Iraq y de las hambrunas y de la
violencia política en los países del sur del Sahara.
En su
esfuerzo por llegar al refugio de la Unión Europea, familias enteras cruzan
desiertos, se amontonan en frágiles embarcaciones en su intento por cruzar el
Mediterráneo. Muchos, más de 5,000, murieron buscando llegar a una tierra que
imaginan promesa de paz.
La
dolorosa contabilidad consigna una reducción en la brutal frontera norte de
México, donde 302 personas perdieron la vida buscando el “sueño americano”. La
mayoría de los muertos no tienen nombre ni rostro; simplemente desaparecen sin
dejar huella más que en el corazón de sus familiares que los buscan vanamente.
La ola migratoria sobre Europa occidental está contribuyendo a socavar los
pilares de la Unión Europea, en forma tal vez más severa que la crisis
financiera de varios de sus miembros, encabezados por Grecia. Las barreras al
tránsito de personas se vuelven a levantar en las fronteras; los ciudadanos
europeos se sienten amenazados por la irrupción masiva de quienes tienen otra
religión, color de piel, costumbres y tradiciones.
Los
atentados de París con su secuela de más de 130 muertos obligaron a enfrentar
la impactante realidad de que no son los recién llegados quienes alimentan las
fauces del terror, sino sus propios ciudadanos, nacidos y educados en Europa,
pero que se perciben a sí mismos como excluidos de una sociedad que rechazan
como suya.
En el
otro plato de la balanza, donde se agrupa aquello que permite abrir paso al
optimismo, se encuentra el acuerdo surgido de la COP21, para hacer frente al
cambio climático. Parecía que iba a naufragar en el agitado mar de los
intereses y las rivalidades económicas entre gobiernos y grandes empresas de
los países desarrollados. No fue así: salió adelante, por lo que en el seno de
las Naciones Unidas 195 países habrán de ratificarlo, adherirse a él y ejecutar
las medidas que hagan posible limitar el aumento de la temperatura media
mundial por debajo de los 2 grados centígrados, hasta 1.5 grados. Este aparente
modesto 0.5 implica un compromiso de las economías más industrializadas del
planeta para reducir la emisión a la atmósfera de los gases de efecto
invernadero. Esto cuesta mucho dinero, en adaptaciones y la adopción de
tecnologías limpias, en especial para producir energía. Se constituirá el Fondo
Verde para el Clima, para apoyar a los países menos adelantados y en
desarrollo. Además, se necesita proteger a los países más afectados por las
consecuencias del calentamiento global, como los pequeños estados insulares del
Pacífico Sur, que se encuentran en riesgo real de desaparecer al invadir el mar
su territorio. Si pudieron ponerse de acuerdo en este asunto, hay razones para
esperar que logren hacerlo en cuestiones que ataquen de raíz las causas de la
migración de millones de personas. La acción internacional por la paz podría
restablecerla en la región más convulsionada del planeta. Entonces, sus
ciudadanos ya no tendrían que abandonar sus hogares y arriesgar su vida para
escapar de la violencia. En México tenemos nuestros propios desplazados
internos, que también han huido de sus hogares en busca de la tranquilidad
perdida. Algunos de ellos han echado raíces entre nosotros. Parecía que
ignorando el fenómeno, desaparecería. Afortunadamente, el Conteo 2015 lo
consideró, por lo que ahora sabemos con datos duros que Chihuahua y Tamaulipas
son las entidades que más población han perdido como consecuencia de la
violencia criminal que las azota.
La Real
Academia Española define la “esperanza” como un estado de ánimo que surge
cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Su prima hermana es la
“fe”, que hace creíble incluso aquello que la razón se resiste a admitir. Mis
deseos para 2016 tienen que ver con esa fe que nos sostiene y con la esperanza
de lograr una sociedad en paz y con respeto a los derechos de cada uno de sus
integrantes. “A Dios rogando, y con el mazo dando…”. ¡Felicidades!