Desde Myanmar para el mundo: La lucha de Aung San Suu Kyi
Dulce
María Sauri Riancho (*)
Aung
San Suu Kyi es un nombre difícil de pronunciar, aun para los yucatecos con
conocimiento del idioma maya. Ella es una mujer de frágil figura, con 70 años a
cuestas, momento del retiro para quienes se asumen de la “tercera edad”. Pero
Suu comenzará muy pronto la difícil tarea de encabezar el nuevo gobierno en
Myanmar, país del sudeste asiático bajo un régimen militar que fue derrotado en
las urnas por la Liga Nacional para la Democracia, organización política de
oposición civil. La singularidad de este evento no se agota con la edad de la
futura gobernante, ni siquiera con el triunfo de una opción política que se
opuso permanentemente a la Junta Militar durante un cuarto de siglo. Se trata
de la vida de Aung San Suu Kyi, de lo que representa como testimonio de lucha
pacífica en un mundo convulsionado por la violencia como arma política para
imponer regímenes, religiones, ideas.
Suu Kyi
nació en Birmania, parte entonces de la India bajo el dominio inglés, en 1945.
Dos años después, su padre, Aung San, considerado el autor de la independencia
de Birmania, hoy Myanmar, fue asesinado. La niña huérfana y su madre
continuaron viviendo en Rangún, la capital de entonces, hasta que Suu Kyi se
trasladó a Inglaterra para continuar sus estudios. Allá, en 1964, contrajo
matrimonio con un profesor de la Universidad de Oxford, especializado en Tíbet
y el Himalaya; y tuvo dos hijos. Madre de tiempo completo, ama de casa y
esposa, acudió presta a atender a su progenitora gravemente enferma, que había
permanecido en Rangún. Eso sucedió en 1988, año crucial en su vida, pues la
estancia programada como pasajera, se prolongó hasta 2010.
¿Qué
sucedió para que una madre dejara a sus hijos y a su marido por un lapso tan
prolongado? Resulta que Suu Kyi se encontró con una gran efervescencia política
en los días de su retorno al hogar materno; que quienes encabezaban los
movimientos contrarios al régimen militar encontraron en la hija del general
Aung San a una inspiración y motor para su organización política. En la batalla
cívica que fue bautizada como “el segundo combate por la independencia
nacional”, Suu Kyi sufrió su primer arresto domiciliario en 1989. En 1990 hubo
elecciones y la Liga Nacional para la Democracia que ella encabezaba se impuso
en forma aplastante sobre la opción oficial. Pero las autoridades militares de
Myanmar desconocieron los resultados y Suu Kyi continuó bajo arresto
domiciliario. Por un breve tiempo, en 1995, fue liberada, pero en 1996,
coincidente con nuevas movilizaciones políticas opositoras, de nuevo regresó a
su prisión doméstica. Permanecía recluida cuando falleció su esposo en
Inglaterra, sin que le hubiesen autorizado una visa para poder visitar a su
esposa. Nunca volvieron a verse. En este prolongado lapso, sólo se encontró con
su hijo menor por unas cuantas horas en el aeropuerto de Rangún. Finalmente,
fue liberada el 13 de noviembre de 2010. Con dos interrupciones, Aung San Suu
Kyi estuvo privada de su libertad durante 21 años.
El
Premio Nobel de la Paz que le fue otorgado a Suu Kyi en 1991 sirvió para darle
visibilidad a la lucha de los demócratas birmanos en el mundo. No pudo ir a
recogerlo hasta 2012, pero la solidaridad internacional se volvió un factor
decisivo para lograr que la Junta Militar contuviese sus deseos de
desaparecerla. Los ofrecimientos gubernamentales para enviarla al exilio a
cambio de su silencio fueron numerosos; y nunca aceptados por quien consideró
que no podía traicionar la confianza de sus conciudadanos a cambio de una
prebenda personal, así significase el sacrificio de su propia vida.
Hasta
ahora todo parece indicar que por convencimiento o por la presión internacional
que incluye a China, la Junta reconocerá los resultados adversos. Claro que
puso dos poderosos candados legales. El primero, porque se reservó una cuarta parte
de los asientos de la Asamblea y tres ministerios, entre los cuales el de
Defensa es el más importante. El segundo cerrojo tiene que ver con Suu Kyi. Los
legisladores oficialistas pusieron como impedimento para presidir el país tener
alguna relación familiar con extranjeros. Ella estuvo casada con un inglés; es
madre de dos jóvenes británicos. A la ley sólo le faltó consagrar la
prohibición para que esa mujer de apariencia frágil no pudiese ejercer el
cargo. No obstante, ella se apresta a gobernar con el abrumador respaldo de la
ciudadanía.
Cuando
vivimos escenarios de violencia como en algunas regiones de México; cuando
suceden hechos como los ataques en París provocados por jóvenes fanáticos
cegados por la intolerancia; cuando resurgen las voces y los partidos que
pretenden una tajante separación entre Oriente y Occidente, la figura de Aung
San Suu Kyi adquiere una mayor dimensión porque reafirma el valor del
sacrificio y la espera; la tolerancia y la lucha pacífica por hacer prevalecer
sus ideales. Su condición de género no fue obstáculo para mostrar la fuerza de
los débiles. Mujer de fe budista, porta lo mejor de los valores de la cultura
occidental. Al igual que Nelson Mandela, gobernará tras un largo periodo de
reclusión. Así como el primer presidente negro de Sudáfrica inició el desmonte
de la política del apartheid, así Suu Kyi tendrá que dar resultados en medio de
la polarización étnica y las tensiones religiosas que se manifiestan en uno de
los países más pobres de Asia. Desde Yucatán le deseamos éxito.— Mérida,
Yucatán.