Cambios en el gabinete. Informes y relevos
Dulce
María Sauri Riancho
A los dos actos se les denomina
“Informe”. Ambos tienen el mismo origen, en la Constitución y en la costumbre.
Uno, el del 1 de septiembre, se realiza ante el Congreso de la Unión, que así
inaugura su primer periodo de sesiones en cada año legislativo. Es el Informe
de lo realizado.
El documento 2015 que fue entregado a
los legisladores el primer día de este mes contiene un balance sobre el estado
que guarda la administración pública federal. Da cuenta con detalle de los
diversos programas y acciones institucionales emprendidas por el Ejecutivo, las
cuales tendrán que ser analizadas y discutidas por los representantes populares
mediante el mecanismo conocido como “glosa”.
La presentación del Informe, en voz del
propio presidente, primer paso del proceso de fiscalización de los actos del
Ejecutivo por parte de los legisladores, se desdibujó por las interpelaciones
que derivaron en escándalos.
Había que recuperarlo. La decisión fue
transformar el ritual del 1 de septiembre, volverlo un acto protocolario, y que
al día siguiente el titular del Ejecutivo federal pudiese presentar su mensaje
político ante un auditorio más favorable a su causa. Es el origen del otro
Informe, que se efectúa en el patio central del Palacio Nacional, con la
presencia de la élite del poder en México. El mensaje político tiene guión y
escenario propio. Es el Informe de lo que el Ejecutivo federal quiere resaltar
de lo hecho y proyectar lo que pretende realizar en el futuro.
Formas aparte, el mensaje presidencial
de este 2 de septiembre tiene un alto perfil político. Los eventos de los dos
primeros días de septiembre, juntos, pueden ser punto de partida para transitar
la empinada cuesta de la recuperación de la confianza perdida entre amplios
sectores de la ciudadanía, precisamente en los 12 meses que mediaron desde su
segundo Informe. Pero si se desperdicia la oportunidad, si se pretende pasar
con figuras retóricas o autoalabanzas, los problemas se podrían complicar aún
más para una administración que los ha tenido de sobra en los últimos meses.
A la mitad de su mandato —no me atrevo
a llamarle “cima” del poder presidencial al lugar donde se encuentra Peña
Nieto— su imagen ha sufrido un acelerado deterioro desde los sucesos de
Tlatlaya y Ayotzinapa, y las revelaciones sobre la Casa Blanca. Los
promocionales del III Informe nos bombardean desde hace varios días en la radio
y la televisión. Sus contenidos apuntan hacia un nuevo rumbo.
“Hoy tenemos claro lo que está
funcionando y tiempo para cambiar lo que debemos corregir”, dice la voz
presidencial. Esta frase muestra un intento de revertir la situación. En otra
más se asoma levemente un intento de autocrítica —“México aún no se está
moviendo a la velocidad que queremos”— cuando el Presidente enuncia los “tres
frenos” que impiden “mover a México” a la velocidad deseada: la corrupción, la
desigualdad y la “complicada” situación internacional.
Esta urgencia no corresponde
necesariamente al sentido de los cambios en el gabinete presidencial. Más que
la gestión administrativa, parece que se trata de reforzar la cohesión política
de un equipo que se apresta a jugar la postulación del candidato/a presidencial
con reglas inéditas, que tendrán que irse construyendo sobre la marcha. Así se
entiende la determinación de prescindir de colaboradores que no podrían, por su
edad o su condición de salud, formar parte del grupo selecto de aspirantes a la
candidatura presidencial. Los recién llegados o promovidos a posiciones
políticas de mayor relevancia guardan en común la edad —menores de 45 años— y
una lealtad absoluta al presidente Peña Nieto. Él los hizo; él los sostiene; él
los puede promover, incluso a la silla que ocupará hasta el 1 de diciembre de
2018. Quinteto u octeto de aspirantes: Gobernación, Hacienda, Relaciones
Exteriores, Desarrollo Social, Educación, Agricultura, Economía. Mínimo común
denominador: ninguno tiene presencia ni carrera política propia, sino la que
están realizando al amparo del poder presidencial que, aunque declinante,
todavía da suficiente calor y cobijo para relanzar una candidatura en 2018. Las
cartas se desplegaron; Peña Nieto abrió el abanico y aumentó sus opciones de su
propia sucesión. Presentes y por fuera del estrecho círculo presidencial, están
los gobernadores que, inspirados en el éxito peñanietista de 2012, buscan
emular su trayectoria y, como una incógnita, Manlio Fabio Beltrones.
Sin embargo, el único camino que puede
abonar hacia la credibilidad presidencial perdida y darle la fuerza y la
legitimidad necesaria para conducir al país, es la senda de los hechos. El
“carpetazo” al asunto de las casas Blanca y de Malinalco no ayuda. Tampoco lo
hace la percepción de que la corrupción de los políticos mexicanos sólo se
persigue y castiga en los Estados Unidos. El escenario futuro es complicado. La
necesidad de un severo ajuste presupuestal para 2016 le da otra dimensión a la
llegada de José Antonio Meade, ex secretario de Hacienda de Felipe Calderón, a
la Sedesol, entidad que podría sufrir mayores consecuencias de la contracción
del gasto público. Ya veremos en las próximas semanas si con los cambios
realizados Peña Nieto integró un gabinete de “emergencia” para contener la
crisis, un grupo de aspirantes presidenciales para el PRI o a nuevos
funcionarios capaces de dar resultados favorables para el Ejecutivo, pero
principalmente para una sociedad escéptica a la que le cuesta mucho volver a
creer. Escoja usted.— Mérida, Yucatán.