Devaluar y depreciar. Los efectos del dólar caro

Dulce María Sauri Riancho
Devaluación y depreciación: conceptos parecidos, pero que no son lo mismo. Devaluar es un acto de gobierno; depreciar, una situación de mercado. Sutilezas aparte, vale preguntar quién gana y quién pierde con la depreciación del peso frente al dólar americano.

La lista de los perdedores es larga. Comencemos con quienes pertenecen a una generación ya casi desaparecida: los que eran jóvenes aquella primavera de 1954 cuando de manera sorpresiva, en plena Semana Mayor, el gobierno federal anunció la devaluación de nuestra moneda, que pasó de 8.65 a 12.50 pesos por dólar.

Desde entonces, cada Semana Santa rondaba el fantasma de la devaluación. Después de esa fecha grabada con hierro candente en la memoria colectiva de la época, se dio inicio a la etapa conocida como “desarrollo estabilizador”, por la que México fue reconocido internacionalmente como un auténtico y sostenido “milagro económico” que se prolongó 22 años.

Fue otra devaluación, anunciada durante el Informe presidencial del 1º de septiembre de 1976, la que cerró definitivamente el ciclo de crecimiento sostenido. Seis años después, en el informe presidencial de 1982, se anunció la estatización de la banca privada y se estableció por primera vez el control de cambios, por medio del cual personas y empresas tenían que recibir autorización para adquirir dólares, a un tipo de cambio establecido por el gobierno.

No me detendré a narrar las consecuencias de la aplicación de una medida de esta naturaleza, que afectó a las empresas y al propio gobierno, que tuvo que pagar sus créditos internacionales en dólares, con un peso devaluado considerablemente.

Dieciocho años después, la crisis económica conocida como el “error de diciembre”, comenzó justamente con una devaluación de la moneda. En esos años, funcionaba una llamada “banda de flotación”, para que la paridad peso-dólar fluctuara en sus límites. Recuerdo que el 20 de diciembre de 1994, se “rompió” la banda y al día siguiente, comenzó la depreciación de la moneda que en un mes perdió más del 60 por ciento de su valor.

No fue lo más grave, sino que las reservas del Banco de México, las que garantizaban el mantenimiento de la paridad, se habían prácticamente agotado, por lo que éste se retiró del mercado cambiario con el propósito de proteger lo poco que le quedaba. No rememoraré los detalles de esa turbulenta etapa, en que la inflación se disparó y miles de empresas y millones de familias se vieron imposibilitados de saldar sus créditos por la abrupta elevación de las tasas de interés.

Sin embargo, vale recordar algunas cosas de esa terrible experiencia. No fue la depreciación del peso lo que lastimó el bienestar de los mexicanos, sino el deterioro de las finanzas públicas. Gastar más de lo que se tiene, tarde o temprano trae problemas. Así sucedió entonces, cuando se acudió al endeudamiento gubernamental para mantener en precario equilibrio las cuentas del sector público. Eso fueron los Tesobonos, obligaciones en pesos pero indizadas en dólares, lo que en buen castellano significaba que cuando se liquidaran a los inversores, principalmente extranjeros, se haría de acuerdo con la paridad prevaleciente en ese momento.

De la noche a la mañana hubo que pagar ¡29 mil millones de dólares! Se habían transformado en cifras astronómicas, inmanejables salvo que se volvieran deuda interna, tal como autorizó el Congreso de la Unión en una medida desesperada.

A partir de 1995, el Banco de México inició una lenta recuperación de sus reservas, hasta alcanzar hace algunos meses, casi 200,000 millones de dólares. Veinte años después, no es esta elevada cifra la que garantiza la paridad, como en el pasado, sino el libre juego de la oferta y la demanda en el mercado cambiario.

El Banco de México tiene la obligación legal de vender parte de sus reservas para lograr estabilizar la moneda cuando se deprecia más de lo contemplado. Por eso Banxico ha subastado casi 7,000 millones de dólares de este monto tan duramente ahorrado durante más de 20 años. Alguien dirá: “es menos del 4 por ciento del total”, pero se han esfumado en unas cuantas semanas y sin resultados reales, pues el lunes pasado un dólar costó 17.47 pesos, casi cinco pesos más que hace exactamente un año.

En una economía globalizada como la mexicana, insumos y productos industriales, así como bienes de consumo general tienen componentes que provienen del extranjero, que se cotizan en dólares y que, al costar más, sus fabricantes trasladarán el aumento al consumidor final. Así, sin deberla ni temerla, por esta vía muchos padecerán las consecuencias de la inestabilidad cambiaria.

Además, si las empresas venden menos, recortarán el número de trabajadores y otras más podrían cerrar. Por eso es tan importante darle cuidadoso seguimiento a las acciones del Banco de México. Seguir “quemando” sus reservas no parece ser el mejor camino.

Uno de los contados beneficiados con el dólar caro es la Secretaría de Hacienda. Resulta que Banxico está vendiendo dólares que compró a 12 y 13 pesos en los años de la bonanza petrolera, hasta más de 17 pesos, como ayer. Sólo con los remates de las últimas semanas, Banxico ha ganado más de 50,000 millones de pesos, mismos que completitos tiene que entregar a Hacienda que, de esta manera, podrá solventar parte del elevado déficit en las finanzas públicas previsto para 2015.


“De lo perdido, lo que aparezca”, me parece escuchar del secretario Videgaray al recibir estos ingresos extraordinarios. Flaco consuelo será frente al brutal descenso del precio del petróleo de exportación, que bajó ayer hasta 33.71 dólares, cuando hace un año costaba casi 100 dólares. Ya veremos qué pasa cuando en unos días se presente el proyecto de presupuesto 2016 y haya pasado el Informe presidencial del 1º de septiembre.— Mérida, Yucatán.

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