Encuesta Ingreso-Gasto. Olvidos y perdones
Dulce María Sauri Riancho
A la
mayoría de las personas les abruman los números y las matemáticas. Pero cuando
se presentan como estadísticas, el rechazo tiende a ser automático. Por eso
cuando se presentan los resultados de un censo o de una encuesta nacional se
considera que sólo contienen información de interés para especialistas. No es
el caso. Una encuesta, como la de Ingreso-Gasto de los Hogares (ENIGH) 2014 que
se dio a conocer en días pasados es una especie de radiografía del país, porque
refleja las condiciones sociales y económicas que prevalecen en las familias
mexicanas, medidas a través de la vía y el monto de sus ingresos y de la manera
como los distribuyen. La ENIGH se mete literalmente hasta la cocina de las
familias seleccionadas mediante una rigurosa muestra estadística. La
información se procesa y se presenta dividiendo a los hogares en 10 deciles o
segmentos, en que cada uno corresponde a 10% de las familias, ordenadas del
menor al mayor ingreso (deciles I a X). Esta breve descripción a pinceladas
gruesas sólo pretende resaltar la complejidad de la captura de los datos para
contestar dos preguntas muy sencillas: cuánto ganan y en qué gastan las
familias mexicanas.
La
ENIGH 2014 reveló que el ingreso total disponible en los hogares donde habitan
120 millones de personas registró una disminución de 3.2% en relación con 2012,
lo que significa que de cada 100 pesos, se dejaron de ganar tres pesos. Pero
para tener una dimensión de la pérdida, ¿de qué monto estamos hablando? A los
hogares más pobres llegaron casi 31 mil pesos en el año, en tanto que a los más
ricos ingresaron poco más de 563 mil pesos. Es decir, al 10% más pobre sólo le
correspondió en promedio un poco más de un salario mínimo mensual, en tanto que
a los más pudientes le tocaron casi 47,000 pesos en ese mismo lapso. La
disminución del ingreso general no afectó a las familias de la misma manera,
pues los hogares más pobres fueron los únicos que tuvieron un crecimiento de
2.1% de su magro ingreso, alrededor de 55 pesos mensuales más. También por el
lado del gasto la ENIGH muestra varias cuestiones de interés. En tanto los
hogares más pobres dedicaron más de la mitad de su ingreso a adquirir
alimentos, los más ricos sólo le destinaron a este renglón el 22.5%.
“¿Para
qué me sirve saberlo?”, me parece escuchar. A todos nos importa: sí, pero muy
particularmente a quienes diseñan y ejecutan las políticas públicas en materia
económica y social de este país, es decir, al gobierno; y también a los
ciudadanos que asumen la obligación de vigilarlos y pedirles cuentas, quienes
tienen en la ENIGH un poderoso instrumento para inquirir sobre los resultados
reales de las medidas adoptadas. Por ejemplo, es cierto que mejoró el ingreso
de los más pobres, pero se hizo por el incremento del monto de las
transferencias, es decir, de los subsidios y apoyos gubernamentales en buena
medida, que pasaron a representar más de cuatro pesos de cada 10 del total.
También la ENIGH demuestra cómo las políticas públicas de combate a la pobreza
pueden contribuir vía las transferencias monetarias y en especie a disminuir la
brecha de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres, como lo
demuestra el Coeficiente de Gini. Esta cuestión será de particular relevancia
cuando se discuta en la Cámara de Diputados el “presupuesto base cero” para
2016, pues al menos a nivel macroeconómico están dando resultados las políticas
en este renglón. Por el lado de los ingresos, la ENIGH marca de nuevo una alerta
sobre las pretensiones gubernamentales de gravar con IVA a los alimentos. Su
repercusión sobre los más pobres, que gastan la mitad en comida, sería directa
sobre su ya precario nivel de vida, en tanto que a los más ricos apenas les
ocasionaría una leve incomodidad sin mayores consecuencias.
Hasta
ahora, los grandes olvidados de las políticas públicas es ese amplio sector
conocido como “clase media”, que corresponde al 50% de los hogares. A ellos les
fue bastante mal en estos últimos dos años, pues sus ingresos disminuyeron
entre 3.6% (decil V) y 6.1% (decil VIII). Son esos hogares donde se vive “al
día”, generalmente en las ciudades, con las tarjetas de crédito al tope y para
los que algún familiar enfermo puede representar una debacle. Esa “gente normal,
que trabaja y paga impuestos”, no son pobres extremos, por lo que no hay
consideraciones especiales y directas para mejorar sus condiciones de vida, ni
siquiera porque ellos conforman el principal grupo de consumidores que
dinamizan la economía local y hacen posible la supervivencia de fábricas y
negocios de todo tipo. El propio papa Francisco reconoció recientemente un
desbalance en sus discursos públicos, muy centrados en la inequidad entre ricos
y pobres, pero que habían olvidado a la clase media. Y pidió perdón. Ojalá
quienes toman decisiones sobre política hacendaria en este país, funcionarios y
legisladores, leyeran con atención y cuidado los resultados de la ENIGH 2014 y,
al igual que Francisco, comprometieran pensamiento y acción a favor de la Igualdad
y en bien de la silenciosa y sufrida clase media mexicana.— Mérida, Yucatán.