Menos dinero para 2016
Dulce María Sauri Riancho
Abril
no sólo trae el estridente sonido de las campañas electorales que arrancarán
conjuntamente con la Pascua de Resurrección y el cambio de horario del próximo
domingo. Se inicia el 1 de abril con la presentación de los Criterios de
Política Económica 2016, donde el gobierno federal deberá consignar sus
principales objetivos para la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos. Luis
Videgaray, secretario de Hacienda, enviará a la Cámara de Diputados este
importante documento hoy por la mañana. La Ley Federal de Presupuesto y
Responsabilidad (¡ojo con la palabra!) Hacendaria (LFPRH), en su artículo 42 lo
obliga a consignar los escenarios económicos previstos para el siguiente año:
crecimiento, inflación, tasa de interés de los Cetes, y muy especialmente, el precio
estimado del petróleo. Además, tendrá que establecer con claridad si habrá
superávit (más recaudación o menos gasto) o déficit en las finanzas públicas; y
enumerar puntualmente los programas prioritarios y sus montos. Será la fecha de
apertura de un complejo proceso que tendrá todavía dos estaciones más: el envío
de la estructura programática que se empleará en el proyecto de Presupuesto de
Egresos, programado para junio y, finalmente, la iniciativa completa, antes del
8 de septiembre. Los diputados tendrán dos meses para analizar, discutir y
aprobar el Presupuesto 2016, que deberá estar listo el 15 de noviembre.
Este
complicado trámite se ha repetido cada año desde 2006, fecha en que fue
aprobada la LFPRH. Sin embargo, esta es la primera ocasión en que la
formulación de la iniciativa se hará en medio de una gran incertidumbre
financiera, causada principalmente por el descenso abrupto de los precios de
petróleo crudo de exportación en el mundo entero. A las finanzas públicas de
México les afecta muy duramente cualquier baja en los hidrocarburos, pues los
ingresos producidos por su venta representan todavía alrededor del 40% del
gasto gubernamental. Entonces, si la administración pública dispone de menos
dinero, tiene que tomar uno de tres caminos: o aumenta los impuestos para
recaudar más, o pide prestado más dinero de los bancos y se endeuda, o reduce
su gasto para ajustarse a las nuevas condiciones. El camino de los impuestos
está prácticamente cancelado, después de los estragos que causó la reforma
fiscal de 2013, a tal grado que el propio presidente Peña Nieto se comprometió
a no mover a la alza los gravámenes. La vía de pedir más dinero prestado
tampoco está abierta, pues los niveles de endeudamiento interno están tocando
límites peligrosos. Sólo queda entonces la difícil senda de la reducción
presupuestal.
La
LFPRH no lo deja a la imaginación de los funcionarios o de los legisladores
sobre los programas y acciones a cancelar, sino que establece una prelación, de
acuerdo con los distintos porcentajes de reducción. Pero se trata de
presupuestos que ya han sido aprobados, no de aquéllos que apenas van a ser
formulados. A la mayoría de los ciudadanos poco o nada le interesa estas
complicadas historias de las finanzas públicas. Sin embargo, decisiones
inadecuadas o poco previsoras, podrían hacer desandar lo avanzado duramente en
los pasados 20 años en materia de control de la inflación, de disponibilidad de
crédito y de crecimiento, así sea precario, de la economía. Entonces entra en
escena un concepto que escucharemos repetidamente en las próximas semanas: el
“presupuesto base cero” como el procedimiento que se aplicará para formular la
iniciativa de Presupuesto de Egresos de la Federación 2016.
Esta
forma de presupuestar proviene del sector privado norteamericano, que la aplicó
exitosamente en algunas empresas con serios problemas financieros en la década
de 1970. Consiste en una especie de “borrón y cuenta nueva”, en que todos los
programas y las acciones que realiza el gobierno con cargo al presupuesto son
sujetas a revisión, como si nunca se hubieran ejecutado. La pieza esencial es
la evaluación de los proyectos, uno a uno, considerados todos ellos como
nuevos. Usemos un ejemplo de la vida cotidiana: el costo de los servicios de
celulares que paga la familia. Si hubiera una contingencia, como la pérdida del
empleo de la mamá, en el presupuesto tradicional se trataría de reducir el
consumo de minutos y, por lo tanto, el costo del servicio. En el presupuesto
“base cero”, la familia evaluaría la necesidad de contar con teléfonos móviles.
Si la respuesta es negativa, cancelarían todos los celulares y volverían a la
línea telefónica fija.
Lo
mismo tratará de hacer el gobierno. Pero ¿cuál es la capacidad de maniobra
frente a las inercias y las costumbres que han sentado sus reales en las
finanzas públicas? Una muestra permite ilustrar las dificultades que
enfrentarán Videgaray y su equipo. El Consejo Nacional de Evaluación de la
Política Social (Coneval) realizó un “Inventario de Programas y Acciones de
Desarrollo Social”, tanto del gobierno federal como de los estados y los
municipios. En 2013, a través de 264 programas y acciones, se ejercieron más de
850 mil millones de pesos, que representan una cuarta parte del monto total del
presupuesto federal de ese año. En esa bolsa programática está Procampo,
Prospera (antes Oportunidades), Becas y Adultos Mayores, por citar sólo algunos
de ellos. Más de 242 mil millones de pesos fueron destinados a apoyos
monetarios. ¿Pasarán todos ellos la prueba de costo-beneficio? Y si no es así,
¿quiénes tomarán las decisiones para cancelarlos?
Si el
anuncio del presupuesto “base cero” no es sólo un distractor, ¡menuda tarea
espera a Hacienda! Gastar mejor siempre ha sido un objetivo incumplido. Los
negros pronósticos de 2016 pueden ayudar a lograrlo. Y los diputados que
elegiremos el 7 de junio serán los encargados de aprobar o rechazar el presupuesto
“base cero”. No estaría mal preguntar a los candidatos sobre sus prioridades.-
Mérida, Yucatán.