Campañas frías
Dulce María Sauri Riancho
(Publicado el 22 de abril en el Diario de Yucatán)
En franca contradicción con las
alarmantes noticias de una canícula particularmente intensa en estos días de
abril, las actividades de los partidos y sus candidatos transcurren en un
ambiente que se acerca a la indiferencia y al aburrimiento. No es que las
mujeres y los hombres que han sido postulados no le echen ganas. Las diarias
noticias de la prensa hablan de recorridos bajo el ardiente rayo de sol, a pie
o en bicicleta; en tricitaxi o participando en una carrera. Todo sea con tal de
entrar en contacto con los electores y, particularmente, lograr un buen
reportaje acompañado de una fotografía que ilustre el esfuerzo para convencer.
Si sintonizamos una estación de radio o un canal de televisión, nos vienen
encima innumerables spots de promoción política que, a fuerza de ser
repetitivos, han dejado incluso de ser escuchados por los posibles votantes a
los que van dirigidos.
Se dice que la ciudadanía demanda
propuestas concretas por parte de los candidatos en campaña. En Mérida, algunos
de ellos han lanzado algunas ideas, como reforestar la ciudad y hacer parques
en los terrenos donados al ayuntamiento por los fraccionadores; resolver el
problema de la basura y dejar de cobrar por su recolección, entre otros.
“Ciudad incluyente y accesible”, “impulso a la movilidad urbana”, son algunos
botones de muestra que ilustran la pretensión de los candidatos de hacer
propuestas que, de llegar a ganar, prometen aplicar desde el Ayuntamiento o el
Congreso del Estado. Pero el entusiasmo se encierra en pequeños grupos de leales,
en tanto que la mayoría sigue viviendo el sopor de la indiferencia. Para
sacudirlo, a los estrategas de los candidatos se les ocurrió aplicar un remedio
que en otras ocasiones ha dado resultado: organizar un debate entre los
candidatos a la alcaldía de Mérida.
Los debates presidenciales, como parte
de las campañas políticas, son relativamente nuevos. Se inauguraron en la
memorable confrontación entre Richard Nixon y John F. Kennedy, a fines de 1960.
Dicen que la seguridad demostrada por el candidato demócrata ante las cámaras
de televisión que por primera vez transmitían en vivo un encuentro de esta
naturaleza fue decisiva para su triunfo. En México, apenas en 1994 se efectuó
el primer debate entre candidatos a la presidencia de la república. Participaron
en ese inédito encuentro Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández
de Ceballos quien, de acuerdo con los observadores, ganó el intercambio, pero
después se fundió en un inexplicable silencio que le hizo perder lo avanzado
esa noche. Del debate de 2006 se recuerda la silla vacía de López Obrador y de
2012, el vestidito de la edecán del IFE. Dicen los especialistas que los
debates televisados proporcionan un marco para examinar la plataforma política
de los candidatos y ayudan para que los votantes puedan formarse un juicio del
carácter y la capacidad de quienes buscan su apoyo.
Si estamos de acuerdo en que la
comparación es una forma de contribuir a decidir el voto, los debates permiten
a los electores hacerla teniendo cara a cara a los contendientes. Bien
organizados, los debates generan atención en la ciudadanía, sea incluso por
morbo.
Aunque se preparan con mucho cuidado,
la capacidad que demuestren para responder “a bote pronto” a las preguntas de
los oponentes puede ofrecer a los electores una mejor oportunidad de comparar
capacidades, y a los candidatos, de refutar los ataques y las acusaciones de
sus adversarios. Los candidatos participantes tienen tres metas específicas:
reforzar a quienes ya le han manifestado su apoyo (¡ese es mi gallo (o
gallina)!); ganarse a los indecisos, que todavía no definen por quién votar y,
por último, tratar de restarle simpatizantes a sus rivales, sumándolos a su
causa.
Si los debates tienen todas estas
cualidades para ayudar a “calentar” una desangelada campaña, ¿pueden tener este
resultado en Mérida? Tendrían que superar varios obstáculos, entre ellos el
desconocimiento que, transcurrida la tercera parte del tiempo, parece
predominar sobre las distintas opciones políticas. También tendrían que remontar
la escasa publicidad que se le ha dado al evento, a pesar de que el Iepac lo
avala y la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión lo organiza.
Incluso, se adelantó que será
transmitido solamente por radio, excluyendo a la televisión y a un horario de
difícil acceso para las y los que trabajan fuera del hogar. Pesa asimismo el
hecho de que cada vez más los monólogos han sustituido al intercambio de ideas
y propuestas. Como los punteros no quieren arriesgar, se pretende que todos los
aspectos queden regulados para evitar sorpresas y sobresaltos. Sea por evitar
riesgos o por la disolución mercadológica de los candidatos, los debates
terminaron por ser ejercicios de lectura, en los que cada candidato lee un
discurso que le prepararon, sin salirse de un guión —previamente convenido—
diseñado para evitar sorpresas.
Creo que el formato del debate debería
ser replanteado, empezando por su organización. ¿Sería posible, como en Estados
Unidos, un debate con preguntas formuladas por ciudadanos, interesados en los
problemas de Mérida? Se trataría de crear un escenario que hiciera propicia la
comparación, no sólo de personalidades sino de propuestas y que fuera
verdaderamente útil a la reflexión que debe acompañar el ejercicio del derecho
de voto. A menos que el problema no fuera la mecánica del evento, sino los
candidatos, que no tengan ánimo de arriesgar ni recursos para participar en una
auténtica confrontación de ideas.— Mérida, Yucatán.