Final de una ocurrencia. Adiós al tren
Dulce María Sauri Riancho
Con la
misma contundencia como apareció un día entre los 10 compromisos del presidente
Enrique Peña Nieto en materia de infraestructura, desapareció del presupuesto
federal y de los programas por realizar el Tren Transpeninsular (TTP). Lo
escribí en su momento: el proyecto del tren era a todas luces antieconómico,
estaba pensado sólo en función de los cruceros turísticos del norte de Quintana
Roo y de garantizar el fácil acceso de sus pasajeros a los parques temáticos de
la zona. Para Yucatán, el proyecto significaba un tren “a ninguna parte”.
La
cancelación del TTP y de la consiguiente inversión nos confirma que, también en
políticas públicas, lo que mal empieza mal acaba. Con esta visión, no puedo
lamentar la cancelación de un proyecto que representaba derroche e
improductividad. Lamento, sí, que desaparezcan Yucatán y la Península del
listado de prioridades en materia de inversión pública federal y que, al pasar
de página, se relegue también la reactivación económica que tanto requiere esta
región del país.
Pero no
todo ha sido pérdida de tiempo en relación con el TTP. Vale realizar un balance
de lo acontecido para encontrar que también dejó oportunidades abiertas. Para
efectuar este ejercicio primero enlisto las ganancias que, desde mi particular
punto de vista, nos deja el fallido proyecto ferroviario:
1. Nos
recordó que la Península arrastra un rezago histórico en materia de
conectividad terrestre. El país reconoció, finalmente, que el desastre
ferroviario que impera desde los setenta mantiene al territorio peninsular en
calidad de “ínsula”.
2.
Pudimos confirmar que la participación ciudadana ayuda a prevenir y enmendar
posibles errores de las autoridades. Y en la medida en que haya mayor
información y más compromiso, sociedad y gobierno podrán sumar más fácilmente
sus esfuerzos por objetivos comunes.
3.
Independientemente de las razones por las que se canceló el TTP, su eliminación
representó un ahorro de largo plazo para el país, tanto en su construcción,
cuya cotización inicial mostraba cifras a todas luces “infladas”, como en su
operación que traería enormes subsidios para sostenerla.
4. La
presión ciudadana, sobre todo en lo que concierne a Yucatán, ayudó a que el
gobierno priorizara la reconstrucción de la vía en el tramo
Coatzacoalcos-Valladolid y su ramal a Progreso.
5. La
posible competencia que entrañaba el TTP propició que la empresa concesionaria
de la supercarretera Kantunil-Cancún (la constructora ICA) apresurara la
inauguración del ramal El Tintal-Playa del Carmen y abriera una conexión hasta
Chiquilá, frente a la isla de Holbox.
6. La
cancelación de un proyecto multimillonario, que de acuerdo con las
justificaciones del propio gobierno federal impactaría la economía y el empleo
en Yucatán, puede ser poderosa razón que apuntale las gestiones del gobernador
Zapata Bello para resistir y poner a Yucatán a salvo de posibles recortes
presupuestales en el futuro próximo.
También
vislumbro efectos negativos que derivan de la cancelación definitiva del TTP.
Entre ellos:
1.
Elimina el impacto sobre la economía del estado y de la Península de una
inversión de la magnitud prevista, aunque la “tajada mayor” se la hubiesen
llevado los fabricantes de equipo ferroviario y las empresas constructoras del
extranjero.
2. No
se puede dejar de ver el riesgo de que el gobierno federal aduzca las mismas
razones de austeridad presupuestal para posponer o cancelar otros proyectos de
inversión, fundamentales para atender rezagos y para mejorar las condiciones
peninsulares en materia de infraestructura de comunicaciones y transportes.
3.
Aunque se evitó el daño de una inversión irresponsable, no logramos escapar al
dispendio que acompaña a esta clase de proyectos. Sólo en estudios de
prefactibilidad se gastaron más de 1,300 millones de pesos. Se debe exigir a
las instancias responsables la información suficiente para conocer el destino
de ese dinero, la manera como se asignaron los contratos y el grado de
cumplimiento de los mismos.
4. Por
lo que concierne a la rehabilitación de las vías entre Coatzacoalcos y
Valladolid, si antes su realización era necesaria, ahora se vuelve
impostergable. De hecho, ya se inició en el tramo Valladolid-Dzitás,
seguramente dentro de la lógica del difunto TTP, cuando la más elemental
estrategia de obra dictaba iniciar al revés, es decir, desde Coatzacoalcos,
para ir integrando al tránsito ferrocarrilero las vías rehabilitadas. El ritmo
con que se trabajó en este primer tramo (35.6 km) y la inversión destinada al
mismo (215 mdp) empuja a pensar que la conclusión de los 978 kilómetros que
faltan podría exceder el monto previsto, 6,058 mdp, y también el año 2018,
final de la presente administración presidencial.
Concluyo
este recuento de posibles daños y oportunidades con una reflexión personal que
me siento obligada a compartir: ¿cómo fue, qué extrañas coincidencias se
conjugaron con personajes claves y momentos críticos para que una idea soltada
a la ligera, sobreviviera a lo largo de siete años, creciera y cobrara fuerza
en dos campañas electorales y terminara en la agenda presidencial con el sello
de “prioridad nacional”?
Lo que
ocurrió con el TTP nos obliga a estar alertas, comprometidos con el rumbo y el
ritmo de nuestro desarrollo, del acontecer que importa al presente y al futuro
de la sociedad de la que formamos parte.
Con
este compromiso en mente, no puedo concluir esta colaboración sin mencionar la
gravedad que entraña la huelga universitaria y su inexplicable extensión. Grave
que ocurra una huelga, más grave que estalle en una universidad, espacio por excelencia
de la razón, de la tolerancia y la imaginación. Mi paso por distintas
instancias de decisión me enseñó que cuando hay voluntad política en las partes
no hay cláusula legal o cifra decimal que impida el acuerdo.- Mérida, Yucatán.