El sacerdote y el procurador. Iguala duele
Dulce María Sauri Riancho
(Publicado el martes 28 de octubre de
2014 en el Diario de Yucatán)
Al
mediodía del jueves 23 se reunieron el padre Alejandro Solalinde y el
procurador general de la república, Jesús Murillo. La entrevista había sido
motivada por la información que el presbítero católico había recibido de un
testigo del asesinato y posterior incineración de los jóvenes de Ayotzinapa,
desaparecidos desde el pasado 26 de septiembre. Por su parte, la Procuraduría
federal había estado realizando intensas investigaciones en el área de Iguala,
durante las cuales logró encontrar nueve fosas y 30 cadáveres, aunque
aparentemente ninguno correspondía al de los estudiantes desaparecidos.
He
revisado con atención las diversas notas sobre el encuentro en los medios de
comunicación. Lo primero que destaca es el tono de serenidad y la sensación de
que hubo un esfuerzo real de intercambio de información entre el sacerdote y el
procurador, ambos coincidentes en el propósito común de conocer la verdad sobre
los hechos, que permita actuar contra el terrible crimen de desaparición
forzada de personas o, el más grave aún, el de ejecución extrajudicial, si se
comprueba que los jóvenes de Ayotzinapa fueron asesinados por policías del
municipio de Iguala o de su vecino Cocula. El respeto guardado hacia los
activistas sociales por el procurador -estaban presentes la escritora Elena
Poniatowska y una religiosa, responsable de la Pastoral de Migrantes- fue recíproco,
lo cual hace abrigar esperanzas para una eficaz colaboración entre autoridades
y organizaciones de la sociedad hacia un fin común.
El
padre Alejandro Solalinde es un sacerdote católico singular, que vive
intensamente su compromiso evangélico. Es parte de un grupo de sacerdotes
comprometidos cuya trayectoria recoge el libro “Ovejas negras. Rebeldes de la
Iglesia mexicana del siglo XXI” (Emiliano Ruiz Parra; Ed. Océano). Ingresó en
esta clasificación tras abrir un albergue para migrantes en la ciudad de
Ixtepec, Oaxaca, en 2006 y, contra viento y marea, mantenerlo funcionando.
Justamente por allá pasa el tren que corre de Tapachula hacia Acayucan, para
enlazar con la red ferroviaria que llega hasta la frontera norte. El
sobrenombre que ha recibido este medio de transporte para miles de
centroamericanos que buscan cumplir el “sueño americano”, lo dice todo: La
Bestia, porque víctimas de extorsión, secuestros, violencia sexual y física,
cientos de migrantes pierden su poco dinero, sus extremidades e incluso la
vida, en el intento de abordar y permanecer sobre los vagones de carga que
integran el tren. Muchos de ellos tienen que esperar que pase para poderlo
abordar, ya que las “corridas” no se dan diariamente ni en forma regular.
Mientras, los migrantes requieren alimentos, agua, un techo donde guarecerse de
las inclemencias del tiempo y dónde dormir con relativa seguridad. Estas
necesidades apremiantes son las que atiende el albergue del padre Solalinde,
incluso contra las autoridades municipales y de una parte de la población de
Ixtepec, que consideran a “Hermanos en el Camino” -es su nombre- como un
peligro.
Hace
algún tiempo, un grupo de vecinos intentó quemarlo para acabar de una vez por
todas con ese recinto de ayuda a quienes esperan abordar el tren hacia el
norte, a los que consideran delincuentes en potencia. Esta breve descripción
puede mostrar el grado de dificultad y de riesgo que entraña la labor del padre
Solalinde. Pero también ilustra la profundidad de su compromiso con los débiles
y los vulnerables, por lo que no es de extrañar que él haya sido escogido para
las confidencias de testigos de los horrores de Iguala, convencidos de que el
padre Solalinde las haría escuchar por quienes tienen la obligación de hacer
justicia.
Jesús
Murillo tampoco es un funcionario público cortado con la tijera de la
burocracia. Ha sabido combinar las cualidades del político con la disciplina de
trabajo que normalmente se asocia a los llamados “tecnócratas” del gobierno.
Conozco, por experiencia propia, que no se arredra ante los problemas ni las
situaciones de alto grado de dificultad, como las que vivimos en el Comité
Ejecutivo Nacional del PRI después de la derrota en la elección presidencial de
2000. Esos días, cuando los compañeros del poder abandonaban al partido en
busca de nuevos horizontes, Jesús se mantuvo firme ayudando en el difícil
trance, resistiendo presiones y traiciones de los veleidosos que antepusieron
sus intereses a los de la organización política que les había permitido
desempeñarse en distintos cargos de representación popular.
Le
correspondió a Jesús, junto a Beatriz Paredes, tejer la reconstrucción del PRI
después del amargo tercer lugar en la elección presidencial de 2006. Al triunfo
de Enrique Peña Nieto, Jesús Murillo recibió el que es quizá el encargo más
complejo y comprometido de la administración pública: la Procuraduría General
de la República, la misma que en la reforma política de 2013 fue dotada de
autonomía constitucional y transformada en Fiscalía General de la República. Más
allá de estos importantes cambios legislativos, la gran demanda de la sociedad
mexicana por seguridad tiene en la procuración de justicia, en el combate a la
impunidad, su primera y fundamental estación. Y la PGR y su procurador son los
principales responsables de que estos propósitos se materialicen.
Iguala
duele al sacerdote y al procurador. El padre Solalinde es la voz que llega a
los más altos niveles de la administración para demandar justicia. El
procurador Murillo Karam es quien recoge los reclamos, los hace suyos más allá
de la sola obligación constitucional, con la convicción personal y el
compromiso institucional de dar resultados tangibles a la sociedad. Lo hará:
estoy convencida.- Mérida, Yucatán.