PIB y crecimiento económico. Previsiones a la baja
Dulce María Sauri Riancho
El pasado viernes 23 la Secretaría de
Hacienda anunció una reducción del pronóstico de crecimiento de la economía,
ante los débiles resultados del primer trimestre del año que, de acuerdo con el
Inegi, mostraron un virtual estancamiento. Las reacciones internacionales a
este anuncio fueron poco favorables, en especial en aquellos medios que habían
difundido ampliamente el llamado “momento de México”, por el que proyectaban la
imagen de un país en franco proceso de modernización en virtud de las reformas
constitucionales aprobadas, en particular la ansiada apertura a la inversión
privada en la industria petrolera mexicana. Entre los analistas internacionales
destaca esa suerte de decepción frente a los reiterados yerros en las
previsiones del desenvolvimiento de la economía. “Previsiones alegres”, llaman
a los frustrados pronósticos y anuncian severos problemas para cumplir las
metas de creación de empleos en el sector formal.
“El desafío de elevar nuestro
crecimiento” fue el nombre de un editorial publicado por el secretario de
Hacienda, Luis Videgaray, en el periódico “Reforma” el pasado lunes, un intento
de explicación de las razones de este nuevo ajuste a la baja en las estimaciones
del crecimiento económico. Videgaray atribuye el “débil desempeño” de la
economía a tres factores principales: uno, el bajo crecimiento de los Estados
Unidos en el primer trimestre del año, “… por las condiciones climatológicas
inusualmente extremas que experimentó el pasado invierno…”; dos, la entrada en
vigor de nuevos impuestos al consumo: refrescos, alimentos “chatarra”, al
carbono de las gasolinas, entre otros; y tres, menor producción petrolera, que
“… disminuyó de manera no anticipada 1.3% respecto de la cifra observada el año
anterior…”.
De acuerdo con el secretario de la
SHCP, una recuperación de la economía norteamericana -no hay que olvidar que
tendrán elecciones legislativas el próximo noviembre- traerá un incremento de
las exportaciones mexicanas, entre las que destaca la industria armadora de
automóviles. Es muy posible que así suceda, pero sus efectos benéficos en la
balanza comercial de México no alcanzan a la mayoría de los habitantes. En
contrario, las estadísticas de la Asociación Nacional de Tiendas de
Autoservicio y Departamentales (Antad) para el primer trimestre de 2014 dan
cuenta del “rebote” inflacionario y de la caída del consumo por los nuevos
impuestos. Contra lo que sostiene el secretario Videgaray, otras voces consideran
difícil la salida en plazo breve. Es el caso del Consejo Nacional de Evaluación
de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que dio a conocer una caída de
casi 6% en el poder adquisitivo de la población trabajadora. La carestía afecta
principalmente a la canasta básica alimentaria; en otras palabras, los más
pobres -que constituyen más del 60% de la población total- verán afectado su ya
de por sí raquítico presupuesto para comprar comida. La clase media, la que
acostumbra financiar parcialmente su gasto con las tarjetas de crédito, también
ha experimentado una contracción en el consumo, en este caso generado por la
percepción de la fiscalización del gasto por parte del Servicio de
Administración Tributaria (el temido SAT). Se piensa, quizá con razón, que si
el gasto consignado en los estados de cuenta y su pago correspondiente resultan
más elevados que los ingresos personales por los que se paga impuesto sobre la
renta, la autoridad del SAT puede presumir evasión fiscal e iniciar un proceso
contra aquellos que utilizan las tarjetas para disponer de recursos para la
familia y para sus pequeños negocios.
La reducción del volumen de extracción
de petróleo crudo se cuece aparte. Tal vez sea atribuible a los problemas que
pudiera estar viviendo Pemex por las indefiniciones en su conducción y manejo
presupuestal, o por los casos de corrupción que pueden haber entorpecido la
operación de algunas compañías involucradas en los yacimientos más productivos.
En este caso, el principal afectado es el fisco, pues al bajar la extracción
petrolera descienden automáticamente los ingresos del gobierno por su venta.
Al principio de la administración del
presidente Peña se determinó que el gasto público y la inversión gubernamental
serían los ejes de la expansión económica del país. Para ello se logró que los
diputados aumentaran la previsión del déficit de las finanzas públicas. Sin
embargo, se contrajo el gasto público en 2013 y para este 2014 la estrategia
descansa en el aumento de la recaudación, con la elevación de la tasa del
impuesto sobre la renta a las personas físicas y las empresas, y la
desaparición de regímenes especiales de tributación, entre los cuales aquél
destinado a los pequeños contribuyentes (Repecos) fue la pérdida más sensible.
“Obsesión por expandirse”, la llamó Jorge Zepeda Patterson en las páginas del
Diario de Yucatán el pasado lunes. Toma la cita de “The Economist”, donde
señala que “… el gobierno está gastando más, pero tomó el dinero de los
hogares…” y como el mismo Zepeda afirma, de las empresas de todos los tamaños.
Las políticas públicas funcionan en la
medida en que promuevan la elevación de la capacidad de compra de los
mexicanos; proporcionen suficientes incentivos para la creación de empleos en
el sector formal de la economía; generen un ambiente adecuado para que los
emprendedores puedan desarrollarse. Todavía no sucede. Es cierto que para
muchos yucatecos la palabra PIB sólo evoca el delicioso tamal que la tradición
manda comer el Día de los Fieles Difuntos. En el fondo, si crece ese indicador
con nombre de tamal, habrá empleo y capacidad para adquirir todos sus
ingredientes. Si no, ¡a comer vaporcitos de pollo huido!- Mérida, Yucatán.