Madre y maestra: Homenajes de mayo

Dulce María Sauri Riancho
Los días de la Madre y del Maestro tienen en este año un significado especial para mí. Me recuerdan con particular intensidad a mi hermanita María Rosa, quien fue a la vez madre de cuatro hijos, investigadora y maestra de la Universidad Autónoma de Yucatán. Como miles de mujeres yucatecas, Rosi supo tejer la compleja combinación de atender a su familia y su trabajo como docente en la Unidad de Post-grado de Ingeniería de la Uady.

Muchas veces fui testigo de una especie de don de ubicuidad que le permitía estar presente en los festivales escolares y cumplir su compromiso en las aulas universitarias; hacer la compra en el supermercado y analizar la composición de la basura de la ciudad de Mérida antes de proceder a su depósito en el relleno sanitario que contribuyó a diseñar.

Su recuerdo me lleva a pensar en el número creciente de mujeres que realizan una doble jornada, en el hogar y en el trabajo, pues por costumbre y cultura trabajar fuera de la casa no las exime de las tareas de cocinar, lavar, limpiar y tener a tiempo las meriendas de los niños. Las madres trabajadoras son como una especie de diestras equilibristas entre el mundo laboral y el doméstico; entre lo público y lo privado; entre el reconocimiento por su aportación económica al hogar y la indiferencia frente al tiempo y la energía empleados para que la familia pueda tener disponibles su comida, ropa y casa limpias.

Al igual que otras muchas mujeres, Rosi tuvo que ingeniárselas cuando alguno de sus hijos se enfermaba y no era admitido en la guardería. Eso sí, siempre gozó de la solidaridad de su esposo para salir adelante en esos problemas cotidianos, lo que no sucede en una cuarta parte de los hogares yucatecos que están encabezados por una mujer, es decir, que no tienen cónyuge o pareja para compartir responsabilidades familiares.

Cuando se trató de tomar decisiones trascendentes para su vida futura, María Rosa lo hizo sin titubeos. Así, determinó irse de intercambio a Iowa y cambiarse al Teresiano para estudiar la preparatoria, en un verano en que mis padres estaban de viaje.

Por eso no fue extraño que hubiera elegido estudiar Ingeniería Química en la Universidad de Yucatán, carrera en que entonces se matriculaban muy pocas mujeres. Al graduarse, Rosi concretó el frustrado sueño de mi padre, que tuvo que abandonar la facultad de Química a la muerte del abuelo.

En la década de 1970 comenzaba a crecer el número de jóvenes alumnas en la entonces única universidad yucateca que tenía también su equipo de básquetbol femenil, del que Rosi formó parte. El espíritu de aventuras del equipo y las competencias universitarias las llevaron a cruzar todo el país, hasta Baja California, en un vetusto autobús con tal de participar en un campeonato nacional. Huelga decir que los tres días de traqueteo y la estatura de las norteñas provocaron su descalificación en la primera ronda.

María Rosa estudió su maestría en Ingeniería casada y embarazada de su primera hija. Todavía estudiante de Maestría, dio inicio a su trabajo como investigadora y docente en la licenciatura de la misma Facultad de Ingeniería, donde ya perfilaba su interés por las cuestiones medioambientales, novedosas y desconocidas para entonces en México y en Yucatán. (Vale recordar que la subsecretaría de Medio Ambiente federal fue establecida en la década de 1980).

Dentro de este tema inédito, Rosi eligió especializarse en las cuestiones relacionadas con los desechos sólidos, conocidos popularmente como “basura”. Qué hacer con ellos; cómo disponer de ellos minimizando el riesgo de la contaminación del suelo y del aire; qué hacer con los gases generados en el proceso de descomposición, que si se van a la atmósfera, contribuyen al llamado “efecto invernadero” y al calentamiento global; cómo manejar los rellenos sanitarios en los suelos calcáreos de Yucatán, sin contaminar el agua del subsuelo.

Esas preocupaciones seguramente estuvieron atrás de la decisión de María Rosa de estudiar su Doctorado en Ingeniería Ambiental en la prestigiosa Universidad de Leeds, en Inglaterra. Pero ¿cómo hacerlo con cuatro hijos y su responsabilidad como maestra? Sin pedir licencia académica, durante siete veranos Rosi viajó a Leeds, casi siempre tomando su periodo de vacaciones para avanzar en su proyecto de investigación sobre el uso del gas metano producido en los sitios de disposición de desechos (basureros) de los países en desarrollo.

Así, en 2009, a los 54 años se graduó de Doctora en Ingeniería Ambiental, cuando muchas mujeres, incluyendo las profesionistas, se preparan ya para el retiro o bien, para cuidar a sus nietos. En buena medida, fue mi inspiración para decidirme a estudiar mi postgrado a estas alturas de mi vida.


María Rosa pertenece a la generación de mujeres que comenzamos a pensar que nada se nos estaba vedado, que podíamos combinar el matrimonio y la maternidad con la realización profesional. Que nos sentíamos capaces de incursionar en temas hasta entonces reservados en exclusiva a los hombres, como la ingeniería, las matemáticas y la política. Como persona, Rosi fue generosa con su tiempo y su alegría. Se prodigó con quienes le rodeaban, hijos, alumnos, tesistas. Siempre, aun en las circunstancias más difíciles, vio la vida con optimismo. Quien la conoció la quiso y la extraña. Más su hermana mayor.- Mérida, Yucatán.

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