Pregunta y escucha. De acusaciones y participación social.
Dulce María Sauri
Riancho
Un
regidor del Ayuntamiento de Mérida inquiere sobre los gastos del viaje a Italia
de la esposa del alcalde. La oposición del PRI exige cuentas claras de los
recursos empleados en la organización del Carnaval en su nueva sede de
Xmatkuil. El presidente estatal del PAN demanda al Ejecutivo federal la
investigación y aprehensión de la ex gobernadora Ortega Pacheco y de la ex
presidenta y actual senadora, Angélica Araujo, por presuntos desvíos de
recursos públicos. “Acusa, que algo quedará”, parece ser el lema de los
partidos políticos que dicen defender a la sociedad. Quizá los militantes de
una u otra organización política se sientan alentados cuando observan la
enjundia de sus dirigentes al denunciar a las autoridades del signo partidista
adverso, pero la inmensa mayoría de los ciudadanos se queda con una inmensa
confusión y con la percepción de que la esgrima contra la corrupción obedece
fundamentalmente a la búsqueda de mejores posiciones para la competencia
electoral que se aproxima.
De
manera alguna pretendo disminuir la importancia que la denuncia partidista
tiene como aliciente o amenaza sobre la autoridad para hacer las cosas mejor o
resistir la tentación de desviar recursos para favorecer a parientes y amigos.
Sin embargo, esta relativa satisfacción no representa una verdadera
fiscalización social sobre las autoridades y mucho menos un sistema de
rendición de cuentas. Otra vez la participación social, sus formas y
estrategias se encuentran en el centro del debate. Bien se dice que la
combinación de organizaciones sociales fuertes y activas con funcionarios
públicos capaces de concebir y aplicar políticas de interés general puede
impulsar un verdadero cambio.
Experiencias
pasadas nos muestran que es absolutamente posible la participación social en la
toma de decisiones sobre asuntos de interés colectivo, como la determinación,
por ejemplo, de una obra o servicio requerido por la comunidad; en la selección
de la empresa encargada de ejecutarlo; en la supervisión de sus avances y su calidad,
y por último en la recepción una vez que ha sido concluida a satisfacción. Éste
fue el proceso de “Solidaridad”, programa que en los inicios de la década de
1990 se significó por el involucramiento real y efectivo de los vecinos en la
toma de decisiones. No era jauja, pero sí representó una oportunidad para que
cientos de personas, principalmente mujeres, desarrollaran su capacidad de
liderazgo comunitario y la pusieran al servicio del interés colectivo.
¡Cómo
contrasta esta experiencia pasada con lo que sucede en la actualidad! Las
numerosas comisiones de planeación surgidas al amparo de la ley del mismo
nombre no son el sitio donde la autoridad pregunta y obtiene respuesta legítima
de la sociedad. Y cuando se trata de decidir sobre asuntos trascendentes para
la ciudad, como la construcción de más de mil departamentos donde funcionó la
Siderúrgica, o decenas de miles de viviendas en Ciudad Caucel, en Ucú o San
Marcos Nocó; o el desarrollo vertical de la ciudad, abandonando el modelo de
lotes unifamiliares, entonces las determinaciones se toman en la secrecía de
reuniones de Cabildo o en las oficinas de los funcionarios siempre dispuestos a
reformar el reglamento de construcciones, si éste representa obstáculo a las
multimillonarias inversiones que tocan su puerta.
Las
autoridades no contemplan el largo plazo en su desempeño. Es la única forma de
explicar el porqué cuando se diseñó Ciudad Caucel para ¡cincuenta mil casas!
sólo se dispusiera de un acceso vial o se “olvidara” de dotarla de escuelas
para los miles de niños que habitarían esas viviendas. Ahora, los actuales
funcionarios tratan de poner “parches” para remendar las deficiencias. Con este
antecedente, no es difícil imaginar lo que sucederá cuando miles de vecinos del
“Infonavit de los ricos” -las torres departamentales del norte de la ciudad-
incrementen el tráfico o demanden servicios básicos. Serán otros funcionarios
los que tendrán que lidiar con las consecuencias de omisiones y malas
determinaciones, tomadas sin apego a la ley y sin consultar a expertos y
estudiosos, mucho menos a los vecinos.
La
agenda de las grandes decisiones es abultada y de efectos profundos. Por
ejemplo, ¿qué pasará con el Tren Transpeninsular? Ni siquiera la reciente
visita del presidente Peña Nieto despejó la incógnita. ¿Y el crecimiento
vertical de Mérida? Los anuncios publicitarios de torres y edificios nos
revelan una nueva política expresada en hechos por parte de las autoridades
responsables. De impacto más localizado será la modernización del Paseo de
Montejo, donde existe un proyecto ganador, poco conocido, que está en espera de
financiamiento para escarbar un gigantesco estacionamiento en el subsuelo de la
principal avenida de la capital. ¡Sorpresa!, se exclamará cuando comiencen a
ejecutar una obra que se hace sólo porque habrá dinero para gastar, como
ocurrió con la calle 60.
En
medio de esta cacofonía social, vale rescatar un compromiso que realizó el
reelecto presidente de la Coparmex Mérida en días pasados. Nicolás Madáhuar
comprometió la creación de un centro especializado de análisis, que con ayuda
del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), se enfocará a la
vigilancia y seguimiento en el uso y aplicación de los recursos públicos, así
como para proponer iniciativas para eliminar barreras y potenciar sectores
industriales estratégicos para Yucatán. Además, este centro producirá
información para medir el “pulso económico” del Estado. ¡Enhorabuena! Una
organización intermedia de la sociedad trasciende la simple crítica y se
prepara para participar. Otras más lo hacen, con esfuerzo y decisión, sabedoras
de que éste es el único camino para avanzar hacia el bienestar colectivo.-
Mérida, Yucatán.