Sinfónica y Agricultura Orgánica. Alimentos del cuerpo y del espíritu
Dulce María Sauri
Riancho
Mi
fin de semana fue de aprendizaje, disfrute y reflexión. El sábado, muy
temprano, nos dirigimos mi esposo y yo al rancho “San Pedro”, localizado en el
municipio de Sucilá, muy cerca de Tizimín, para participar en el Taller “El ABC
de la agricultura orgánica”. El domingo, en punto de las 12, asistimos a la
presentación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, que para celebrar los diez
años de su concierto inaugural, ejecutó la Novena Sinfonía de Beethoven, en su
versión “Coral”. Aparentemente, uno y otro evento pertenecen a mundos
distintos: el de la música clásica, reservada según criterios obtusos, a una
selecta concurrencia, capaz de disfrutarla; y el de la producción agrícola,
asunto considerado sólo de interés de los campesinos, que intentan sobrevivir en
un mundo indiferente a su presencia y participación en la vida moderna y
urbana. Contra lo que pudiera pensarse, música y agricultura orgánica se
encuentran en la base misma de la calidad de vida presente y futura de Yucatán.
Estas líneas pretenden demostrarlo.
El
primer punto en común entre la Sinfónica y la Agricultura Orgánica tiene que
ver con la percepción social de que son actividades de minorías muy
localizadas. Quizá incluso, para algunos, representan gastos con poco efecto en
la economía, que bien podrían canalizarse hacia otros sectores siempre urgidos
de apoyo gubernamental. La Sinfónica, se pensaba, vendría a competir con la
tradicional Orquesta Típica Yukalpetén; además, habría que enfrentar la
dificultad de seleccionar a los integrantes, retenerlos mediante salarios y
prestaciones dignos; contratar a un director, elaborar programas; tener al Peón
Contreras en condiciones para presentar las temporadas y, sobre todo, crear un
público capaz de asistir semana a semana, a los conciertos. Hace diez años, en
2004, sucedió. El viernes 27 de febrero debutó la Sinfónica de Yucatán. Desde
entonces han transcurrido veinte temporadas bajo la batuta de tres directores.
A la fecha, la Sinfónica cuenta con un Patronato, que organiza y atiende la
participación social en el sostenimiento de la orquesta, y con un Fideicomiso
(Figarosy), que garantiza año con año las aportaciones gubernamentales
destinadas a su operación, independientemente del paso de las distintas
administraciones, sin que medie sello o identificación partidista. La Sinfónica
ha arraigado entre los yucatecos y los inviernos, entre los extranjeros que han
hecho de Yucatán su segunda residencia. Los llenos son la regla, no la
excepción como sucedió al principio. Viernes y domingo, los asistentes
recibimos alimento para el espíritu, con la música ejecutada por nuestra
Sinfónica.
La
agricultura orgánica también está librando batallas para penetrar en la cultura
de la producción de alimentos en el campo yucateco. La actividad agropecuaria
ha sido menospreciada como fuente de riqueza a partir de la decadencia del
henequén. Se considera como una actividad atrasada tecnológicamente, cuando de
la milpa tradicional se trata; políticamente es cada vez menos relevante, a
partir de la disminución relativa de la población rural y de la erosión de los
ejidos. En consecuencia, la agricultura y la ganadería fueron prácticamente
abandonadas a su suerte por los gobiernos estatales durante más de una década.
A pesar de las condiciones de orfandad en lo que se refiere a los apoyos
públicos, comenzó a surgir la iniciativa de fomentar una nueva forma de
producción, que tuviese como eje la sustentabilidad en el campo. Se trataba de
replantear la vinculación entre Modernidad y agricultura industrial, altamente
dependiente de agroquímicos destinados a incrementar el rendimiento de los
cultivos y combatir las plagas, para reconocer que los agentes utilizados para
acelerar el crecimiento de plantas y animales, como pueden ser abonos químicos,
antibióticos y hormonas, tienen la posibilidad de provocar un efecto negativo
en la salud de las personas. Conscientes de esta situación, ha surgido un
movimiento que se inició en los países desarrollados, hacia la agricultura y la
producción ganadera sin la utilización de tan cuestionados agentes. Esto
significa emplear otro tipo de nutrición para los cultivos, los llamados
“abonos orgánicos”, biofertilizantes que generan la activación de
micro-organismos para incrementar la resistencia a las plagas y mejorar el
crecimiento de las plantas, incluyendo hortalizas y árboles frutales, así como
pastura para el ganado mayor y la agroforestería. Los productos orgánicos
alcanzan un mayor precio en el mercado. Esta sería una razón por sí misma
suficientemente poderosa para incentivar la agricultura orgánica. Sin embargo,
el cambio va mucho más allá de una mera sustitución de técnicas de cultivo;
tiene que ver con replantear la relación entre los seres humanos y la
Naturaleza; con el respeto a la sabiduría ancestral de los hombres y las
mujeres que durante cientos de años han cultivado la tierra, buscando la manera
de hacerla florecer sin destruirla ni contaminarla.
Sinfónica y Agricultura
Orgánica fueron iniciativas que pudieron materializarse porque contaron con
personas que creyeron en ellas, que han luchado -muchas veces contra viento y
marea- por arraigarlas en los valores que sustentan la cultura que compartimos.
Adolfo Patrón Luján recurrió a sus dotes de empresario exitoso para organizar
una orquesta sinfónica a la altura de las mejores de México. Raúl Monforte
Peniche hace lo propio para abrirle camino a una nueva forma de relacionarse
con la agricultura en esta tierra “.que no es tierra.”. Su empuje y su
convicción han removido obstáculos. Los dos ayudan a producir alimentos, para
el cuerpo y para el espíritu, de esta generación de yucatecos. Esperemos que de
muchas más.- Mérida, Yucatán.