A dónde nos lleva el consumo

Compras navideñas y economía nacional

Dulce María Sauri Riancho
“Frenesí comercial. El mejor fin de semana, según la Canaco”. Así titulaba el Diario de Yucatán su nota principal en la sección Local del pasado lunes. Los ríos de gente en el centro de la ciudad, en sus plazas comerciales y tiendas departamentales ya forman parte del paisaje prenavideño de Mérida. En mucha medida, el sentido religioso de estas fiestas queda sepultado en el alud de compras que acompaña la tradicional celebración de la llegada de Emmanuel (“Dios con nosotros”), nombre del Hijo de Dios hecho hombre.

Muchas y profundas reflexiones se realizan en torno a esta difícil y compleja relación entre las festividades colectivas, como son la Navidad y el Día de las Madres, por citar las dos más sobresalientes, y la adquisición de objetos y bienes para manifestar afecto y reconocimiento a los seres queridos.

¡Desde luego que los comerciantes celebran que sus negocios registren, así sea por breves días, un repunte en sus ventas! Sin embargo, en estas líneas navideñas pretendo solamente destacar el papel del consumo en la economía y cómo estos actos de comprar juguetes, comida, televisores y coches, además de celulares y tabletas electrónicas, juegan un papel en el crecimiento del Producto Interno Bruto, que es ni más ni menos que el termómetro con que se mide la salud de la economía del país.

Para que la gente pueda comprar necesita eso que se llama “capacidad de compra” o “poder adquisitivo”, que provienen del ingreso. Es lógico suponer que si las fábricas encuentran clientes para sus productos, crecen y aumentan sus ventas, de tal manera que pueden contratar a más trabajadores y empleados para satisfacer la demanda. A la vez, los asalariados con sus quincenas y el dueño del negocio con sus ganancias se vuelven consumidores de los productos de otras fábricas. Es el círculo virtuoso del capitalismo clásico, en que el supuesto es que si hay capacidad de compra, se expande el mercado y crece la economía.

Esa capacidad de adquirir bienes y servicios descansa en un requisito fundamental: poder pagar lo que se compra. Antes, todo se liquidaba en efectivo y de contado, la mayoría de las veces. Ahora, puede hacerse en muchos meses, porque en la economía moderna la palabra mágica es “Crédito”. Gracias a ella, en la actualidad predomina lo que se llama “dinero plástico”, que son las tarjetas de crédito o débito, que permiten llevarse el ansiado televisor o la computadora a casa, e irlos pagando poco a poco.

Menos visible, pero indispensable, es el crédito a la inversión productiva. Es el que se destina a construir una fábrica, instalar un negocio, comprar una maquinaria. Los bancos prefieren mucho más dar préstamos al consumo a través de las tarjetas, porque cobran altas tasas de interés que eleva considerablemente el precio final, pero eso sí, pagándolo poco a poco. En cambio, los créditos para la producción representan para las instituciones bancarias, en su mayoría extranjeras, un negocio menos rentable y de mayor riesgo.

En el alud de reformas legislativas de las últimas semanas se aprobó una importante reforma financiera, cuyo punto central consiste en el reforzamiento de los mecanismos legales para el cobro de las garantías bancarias. Dicen, espero que con razón, que si los bancos cuentan con mayores facilidades para cobrar sus créditos, éstos serán menos onerosos y habrá más disponibilidad para quienes los necesitan, en especial aquellos inversionistas en actividades productivas. Pero para la inmensa mayoría de los poseedores de tarjetas, esto significa que habrá nuevas facultades legales para exigir el pago íntegro de la cantidad comprometida.

Fiestas como la Navidad tienden a hacernos olvidar que lo que hoy compramos, tarde o temprano tendremos que liquidarlo. Las ofertas para diferir pagos o para realizarlos hasta en 24 meses nos llevan a que las siguientes dos navidades continuaremos “endrogados”. Comprar una casa a crédito es una inversión; hacerlo con un televisor o una computadora es un gasto.

Tímidamente, a contrapelo de la profusa publicidad que nos induce a comprar, aparecen algunos avisos exhortando al ahorro de parte de los aguinaldos o de los ingresos extra que puedan caer en estos días.

Es que el ahorro es indispensable como previsión familiar para el futuro y como solidez financiera para la sociedad y la economía del país.


En el imperfecto sistema capitalista en que vivimos, ahorro, inversión y consumo están indisolublemente unidos. Puede ser cuestión de sabiduría individual saber combinar el disfrute del consumo y del crédito navideño con la capacidad de pago en enero, sin sobresaltos ni amenazas de las firmas de cobranza que han proliferado en los últimos años. Por lo pronto, para descargar conciencias culpables de excesos decembrinos, creamos en que, aun con los bemoles de los productos importados, al comprar hemos ayudado al crecimiento de la economía de México. ¡Vaya consuelo!- Mérida, Yucatán.

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