Violencia contra las mujeres. Termómetro para medir, acciones para curar
Dulce María Sauri Riancho
El 25 de noviembre se conmemoró el Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. La elección
de la fecha no fue accidental. Hace 53 años, en la República Dominicana, tres
jóvenes mujeres, las hermanas Mirabal, fueron asesinadas por esbirros de la
dictadura de Rafael Leónidas Trujillo porque su activismo incomodaba a los
jerarcas del régimen. La brutalidad de las ejecuciones incrementó la
indignación popular contra la opresión que padecía el pueblo dominicano por más
de 30 años, así que unos meses después, Trujillo fue a su vez asesinado.
Las mujeres latinoamericanas se
encargaron de que este día de sangre y dolor no cayera en el olvido. En el
Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Bogotá,
en 1981, se decidió impulsar al 25 de noviembre como la ocasión anual de
reflexión y denuncia contra la violencia de género, aquella que sucede
simplemente porque quienes la reciben son mujeres. La semilla cayó en terreno
fértil, a grado tal, que en 1994 fue adoptada por la Organización de los
Estados Americanos (OEA) la primera y hasta la fecha, única Convención para
Prevenir, Sancionar y Eliminar la Violencia contra las Mujeres, más conocida
con el nombre de la población donde se suscribió, Belem do Pará, Brasil. En
1999, la Asamblea General de la ONU estableció esta fecha como el Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Abrir las conciencias de mujeres y
hombres hacia una reflexión crítica sobre la violencia contra las primeras no
fue tarea sencilla. El peso de costumbres ancestrales se hacía sentir en la
concepción de que las mujeres nacieron para callar y obedecer, obviamente a los
miembros masculinos de la familia o de la sociedad.
Quizá más de un lector, o lectora, esté
pensando en la añeja sociedad del Siglo XIX. No es así. Algunos de los valores,
tradiciones y actitudes sociales han perdurado al paso de los años, a los
cambios de siglo. Las resistencias tienen que ver con la cultura que asigna
papeles diferentes a las mujeres y a los hombres, en que éstos mantienen -o al
menos así lo perciben todavía algunos de ellos-, el derecho a imponer su
voluntad, aun por la fuerza, a las mujeres de su entorno. La violencia, a fin
de cuentas, es un abuso de poder, y en el caso de las mujeres la sociedad
otorgaba al hombre el derecho a corregir, incluso mediante el uso de la fuerza.
Ahora, transcurrida la primera década
del Siglo XXI, contamos en México con un marco legislativo que previene,
sanciona y atiende la violencia contra las mujeres. No se limita a la más
ostensible, como es la violencia física (golpes, lesiones e incluso la muerte),
combinada muchas veces con la violencia sexual (abuso, violación, explotación),
sino que también reconoce otro tipo de violencia ejercida en su contra por su
condición de género, como la emocional o afectiva, que incluye las estrategias
masculinas de culpabilizar, ridiculizar y ofender, sin olvidarse de la
humillación en público ante cualquier opinión o actitud que cause molestia a la
parte masculina de la pareja. También ha avanzado la conciencia social sobre
otras formas de opresión femenina, como controlar el dinero (especialmente
importante para las mujeres que carecen de ingresos propios al ser amas de
casa) o simple y llanamente, dejar de hablarle como castigo ante una supuesta
ofensa.
Con mucho ingenio y creatividad, un
grupo del Instituto Politécnico Nacional desarrolló un material didáctico para
medir el grado de penetración de las actitudes violentas hacia las mujeres. Fue
bautizado con el nombre de “Violentómetro”
(http://www.genero.ipn.mx/Materiales_Didacticos/Paginas/Violentometro.aspx), a
manera de una regla con escala de 30 puntos, donde se consignan actitudes y
acciones que implican avasallamiento e imposición. La “temperatura” de la
violencia adopta colores, en que el Amarillo -que agrupa acciones psicológicas
que afectan emocionalmente a las mujeres- señala: “Ten cuidado; la Violencia
Aumentará”, si no se le pone remedio; esto es, que no desaparecerá simplemente
si se le ignora o se le olvida. Como cuando contraemos una infección, el riesgo
de no atendernos en la primera fase estriba en entrar a la franja del Rosa, en
la que los actos violentos van escalando de las palabras y las actitudes hacia
la agresión física, aunque se envuelva en caricias. En esta parte aparecen los
empujones y en casos extremos, bofetadas y patadas. El Morado es el color de la
alerta máxima: “¡Cuidado! Tu vida está en riesgo, Necesitas Ayuda Profesional”.
Siguiendo con el símil de la fiebre, es semejante cuando tenemos más de 40
grados de temperatura: hay que salir corriendo en busca de un doctor y un
hospital. A la categoría Morada pertenecen: Encerrar y Aislar; Amenazar con
Objetos o Armas; Amenazas de Muerte; Forzar a una Relación Sexual; Abuso
Sexual; Violar; Mutilar y Asesinar.
El Centro de Justicia para Mujeres,
anunciado el pasado domingo por el gobernador Zapata Bello, actuará como una
institución para coadyuvar en la atención de este fenómeno que daña seriamente
la convivencia social. Ser el estado “más seguro” de México entraña la grave
responsabilidad de luchar en todos los frentes contra la violencia. Y uno de
los más importantes es éste, el que recuerda el 25 de noviembre y el sacrificio
de las hermanas Mirabal.- Mérida, Yucatán.