A 60 años del voto femenino
Dulce María Sauri Riancho
Mañana jueves 17 de octubre se cumplen 60 años de la reforma a la
Constitución que hizo posible el voto de las mujeres. Lograr este cambio fue
una difícil tarea para nuestras abuelas, que tuvieron que luchar contra la
incomprensión y los prejuicios por los cuales las mujeres estaban dedicadas al
hogar, en tanto que los hombres eran responsables exclusivos de los asuntos
públicos.
Cerremos un momento los ojos para imaginar un proceso electoral en el
que solamente participaran hombres, como votantes y candidatos. Así era al
iniciar el Siglo XX. Ni siquiera el gran sacudimiento que representó la
Revolución mexicana, la misma que permitió acunar los grandes derechos sociales
a la tierra, a la educación, al trabajo digno, dio para iniciar el largo camino
hacia la igualdad, consagrando indubitablemente el derecho político fundamental
de las mujeres a participar. Buenas para reinar en la casa, pero excluidas de
los asuntos públicos.
En Yucatán, los dos Congresos Feministas de 1916 conminaron al
Constituyente de Querétaro a reconocer ese derecho político fundamental, sin el
cual no se pueden construir los demás derechos. Pero la audacia de los
diputados encontró su límite en los prejuicios, que señalaban como
poderoso argumento la impreparación femenina y su incapacidad para tomar
determinaciones por sí mismas, sin obedecer las consignas del esposo, padre, o
en casos extremos, del hijo varón y hasta del cura.
Elvia Carrillo Puerto no sucumbió a la decepción de Querétaro y del
flamante nuevo orden legal. En Yucatán, ella y otras dos compañeras fueron
electas diputadas al Congreso del Estado, sólo que esa Legislatura cayó en el
rejuego político tras el asesinato del gobernador de Yucatán, Felipe, su
hermano, por lo que la historia escrita sólo recogió migajas de lo que fue la
primera participación femenina en unas elecciones en México. Elvia no cejó. En
San Luis Potosí, poco tiempo después, fue candidata y ganó, pero ¡oh sorpresa!,
la elección fue anulada, tal vez porque una mujer había ganado. Ella y otras
más siguieron por años, que pronto se volvieron décadas, empeñadas en conseguir
lo que consideraban como fundamental: votar y poder ser electas. Una decepción
más se agregó en 1938, cuando la reforma se quedó en la orilla, a pesar de que
el presidente Cárdenas había dado muestras sobradas de su determinación para
transformar el orden prevaleciente en aras de hacer justicia. La vocación
revolucionaria no alcanzó para los derechos de las mujeres.
Fue hasta 1952 cuando Adolfo Ruiz Cortines, candidato en campaña, se
comprometió a impulsar el derecho de voto de las mujeres. Y cumplió. Fue la
primera iniciativa que envió al Congreso de la Unión al iniciar su mandato.
Seis décadas han pasado desde entonces. Todas tenemos derecho a votar y
lo ejercemos en mayor proporción que los hombres, tal vez porque nos dio mucho
trabajo obtenerlo. Cientos de mujeres han sido electas en estos años como
senadoras, diputadas, regidoras, presidentas municipales y unas cuantas, muy
pocas, gobernadoras. Desde luego que no es suficiente, porque la desigualdad y
las desventajas por su condición de género todavía son padecidas por muchas
mujeres en los distintos órdenes de la vida colectiva.
Algunas experiencias recientes en Yucatán, por los malos resultados
obtenidos, quizá lleven a preguntarse si vale la pena promover la participación
femenina en la política. Mi respuesta es categórica: sí. Importa poco que
algunas actúen con los más exacerbados defectos masculinos en un cuerpo de
mujer. Las “cuotas” de candidaturas son medidas de carácter temporal, que
deberán permanecer en tanto desaparecen las desventajas que hasta ahora
enfrenta el género femenino. No importa que algunas de las actuales
representantes tuerzan la nariz frente a la idea de fijar un porcentaje
determinado de las candidaturas para mujeres porque la idea de “cuotas”
devalúa, así lo piensan, sus logros.
Esta incomprensión, mezcla de ignorancia y de soberbia, no cierra el
paso a la necesidad de seguir luchando para que los mecanismos legales que
obligan a los partidos a incluir a las mujeres se perfeccionen. Por eso,
bienvenida la toma de posición del presidente Enrique Peña Nieto, cuando en
días pasados anunció su determinación de promover una reforma para que el
Cofipe establezca la paridad, es decir, mitad de las candidaturas para ellas,
mitad para ellos, como está integrada la sociedad. Es cierto que una ley o una
reforma no cambia automáticamente la realidad. Pero también lo es que si la ley
abre la puerta, es menos difícil transformar las prácticas culturales que han
consagrado la desigualdad entre mujeres y hombres.
El pasado mes de marzo, el Senado de la República instituyó la Medalla
“Elvia Carrillo Puerto”, destinada a honrar a aquellas mujeres que se hayan
distinguido en la promoción del pleno ejercicio de los derechos que nos
corresponden como seres humanos.
El Poder Legislativo honra en Elvia la lucha de muchas; el Ejecutivo lo
hará al impulsar las reformas al Cofipe, pero también aumentando el número de
funcionarias de primer nivel.
Ojalá que en la rebambaramba que se espera rodee la discusión de la
enésima reforma electoral que se está fraguando, no suceda un “accidente” que
descarrile las intenciones de ampliar los espacios de participación de las
mujeres. Nosotras no éramos ariscas, pero la experiencia nos ha enseñado a leer
con atención la “letra pequeña” de los asuntos políticos. Así lo haremos en los
próximos días.- Mérida, Yucatán.