¿A dónde se va?... Agua y drenaje
Dulce
María Sauri Riancho
Hace unos días fui al cine a ver
una película de ciencia ficción que se llama “Oblivion”, que para los
anglohablantes quiere decir “olvido”. La historia se desarrolla en el año 2077,
70 años después de que la Tierra fuera invadida por alienígenas en busca de
energía para su supervivencia. Después de una dura batalla en que se emplearon
a discreción las armas nucleares, los humanos se vieron obligados a emigrar a
Titán, el mayor satélite de Saturno. La colonia humana allá establecida
requería de agua, por lo que dejaron a un grupo responsabilizado de extraer los
recursos hídricos de su antiguo hogar para transferirlos a su nuevo destino.
Después de una trepidante acción, en que los “drones” (aviones no tripulados)
juegan un papel estelar, se revela que quienes en realidad se beneficiaban con
este proyecto eran los invasores, que utilizaban el ingenio humano para llevar
hasta su base lunar el preciado líquido. No les cuento el previsible final
porque quiero destacar el protagonismo del agua, cuya disputa ha traído y
traerá en el futuro confrontaciones bélicas entre países y en la película,
hasta escala interplanetaria.
Para
los yucatecos que vivimos en la parte norte de la península, cerca de las
costas, el agua está tan cerca como un pozo excavado a una profundidad menor de
10 metros. Es cierto que el estado no dispone de aguas superficiales -ríos,
lagos, represas-, pero tiene una importantísima reserva acuífera en el
subsuelo. Disponer de agua no garantiza necesariamente su calidad o que llegue
hasta los hogares. Decía un viejo político: “Dios nos da el agua, pero no la
entuba”, como una manera de subrayar la importancia de los sistemas de agua
potable para la salud y el desarrollo de una población.
Generalizar el acceso al
agua potable en todo Yucatán ha sido una batalla de muchos años que ha tenido
que combinar recursos públicos suficientes para la construcción de los
sistemas, con un cambio cultural de gran importancia, pues para muchos
yucatecos era inadmisible tener que pagar por lo que fácilmente podían sacar
del pozo de su casa. Aunque todavía no podemos presumir de haber ganado
completamente esta lucha, las estadísticas de disminución de enfermedades
diarreicas y de muertes infantiles por esa causa hablan de lo mucho que se ha
avanzado. Entonces, ¿dónde está ahora el problema? Se localiza en las “aguas
servidas”, que son, como su nombre lo indica, los restos que quedan después de
que nos sirven para comer, regar, bañarnos, etcétera. Para eliminarlas usamos
los sanitarios, los pozos colectores de la lluvia (pesadilla de los
ayuntamientos y de los vecinos) o -todavía- los patios de las casas. Las
principales ciudades yucatecas tienen lo que conocemos como “fosas sépticas”
para depositar los líquidos residuales; cuando éstas se llenan con los residuos
sólidos, pasa una empresa especializada que los extrae y los lleva -en el caso
de Mérida- a tirar en unas lagunas donde reciben tratamiento. Pero en otros
casos, la cañería del drenaje estaba -o está- conectada directamente al
subsuelo. La noble piedra caliza del norte de Yucatán actúa como filtro
natural, pero hasta cierto punto, por lo que desde hace un buen número de años,
una y otra vez se han lanzado reiteradas alertas sobre el alto grado de
contaminación de nuestro más valioso recurso, como es el agua dulce depositada
en las entrañas de la Tierra. Tomar agua de un pozo superficial en Mérida y sus
alrededores, sin hervirla, es ahora jugarse la vida por el riesgo de sufrir
salmonelosis o alguna otra grave enfermedad. Eso lo hemos causado por no
resolver el problema del drenaje en Mérida y menos aún en las otras ciudades
del estado.
Hubo desde hace más de 60
años una experiencia exitosa sobre cómo construir un sistema de recolección y
tratamiento de las aguas negras en una colonia de Mérida, la Miguel Alemán, que
desde su fundación tuvo su planta, donde los residuos líquidos eran “limpiados”
e inyectados a gran profundidad para que las rocas y los años hicieran su
parte. Ahora hay un nuevo ordenamiento urbanístico que obliga a los nuevos
desarrollos a garantizar no sólo el suministro de agua potable sino también la
disposición adecuada de las aguas servidas. Pero en la mayor parte de la mancha
urbana siguen imperando fosas y sumideros que, sin el debido control de las
autoridades, contaminan el manto freático. Una solución convencional de este
problema, como sería establecer una red colectora y conectarse a una planta de
tratamiento es inviable para la zona céntrica de Mérida. No bastaría resolver
el tema del bombeo o el de excavar todas las calles para la introducción de la
tubería. Implicaría romper en el interior de las casas para poderse conectar a
la red, pues la mayoría tienen sus fosas sépticas en los patios o en la parte
trasera de sus viviendas. Ingenieros y planificadores urbanos tienen que
encontrar una respuesta creativa a este grave problema. Pero mientras se logra
generar un proyecto viable, lo menos que podemos exigir a las autoridades
municipales y estatales es que vigilen las nuevas construcciones en la parte
interna del anillo periférico. No es aceptable ni debiera ser posible construir
casas a una cuadra de la calle 60, nuevecitas, elegantes, pero sin fosa séptica
ni drenaje. ¡Qué horror!- Mérida, Yucatán.