El precio de las gasolinas: ¡Sube, sube, sube, nunca baja!


Dulce María Sauri Riancho
… el Niño Dios te escrituró un establo; / y los veneros de petróleo, el Diablo... -Ramón López Velarde, “Suave Patria”
Hace unos días salieron publicadas unas declaraciones de un diputado federal yucateco en las que afirmaba que la reforma de Pemex haría posible que bajara el precio de las gasolinas y las tarifas eléctricas. Considero aventurada una afirmación de esta naturaleza, que despierta expectativas en la sociedad simple y llanamente imposibles de cumplir bajo el actual modelo de desarrollo económico, incluyendo los posibles cambios al régimen jurídico de los hidrocarburos. Doy mis argumentos.
Desde hace un buen número de años, los mexicanos hemos crecido con el poema de López Velarde, con la conciencia de que la nación es poseedora de una enorme riqueza en los depósitos del subsuelo continental y ahora, del lecho oceánico del Golfo de México. Por eso no alcanzamos a explicarnos por qué en México los precios de las gasolinas y el diesel siempre suben, independientemente de lo que valga el barril de petróleo mexicano de exportación. ¿Dónde está el misterio?
Resulta que Pemex, la empresa propiedad del Estado, no sólo se dedica a la producción y comercialización del petróleo, sino que además cumple una función vital para el aparato de la administración pública en su conjunto, pues le proporciona el cuarenta por ciento de sus ingresos.
Pemex no tiene escapatoria: si baja la cotización internacional del crudo, vende más barato e importa gasolinas a menor precio, pero tiene que compensar al fisco de su pérdida de ingresos, por lo que el precio del litro de gasolina para el consumidor tendrá que subir para ir derechito hasta las maltrechas arcas gubernamentales. Si por el contrario, el precio internacional del petróleo crudo sube, tal como ha sucedido desde hace más de 10 años, Hacienda dispone de más recursos vía impuestos a Pemex.
Pero la empresa tiene que importar gasolinas de Estados Unidos porque sus refinerías en territorio nacional no producen lo necesario para abastecer la demanda interna. Desde luego, cuesta más, ¡y en dólares! ¿Quién paga? Los consumidores y, de alguna manera, el propio fisco que tiene que subsidiar la importación de combustibles más caros. En conclusión, altos o bajos los precios del petróleo, en México las gasolinas nunca bajan, siempre suben.
La “ordeña fiscal” sobre Pemex ha llevado a la empresa al borde de la inanición. No cuenta con suficientes recursos para financiar la exploración a gran escala, para encontrar reservas petroleras que le garanticen su operación después de 2018. La amenaza de pasar a ser un país importador de petróleo crudo después de haber sido un importante exportador pende sobre México.
Las refinerías son insuficientes para producir gasolinas y combustibles, por lo que hay que importarlos. La petroquímica básica, pilar para la producción de importantes cadenas industriales, como la textil y del vestido -sí, del petróleo se hacen telas-, la automotriz, el transporte, la construcción, y desde luego, los plásticos, fertilizantes, farmacéutica, química, entre otras, dependen de Pemex. La lista es impresionante y la conclusión simple: si no hay petroquímica básica, la planta industrial mexicana no puede competir eficazmente en la era de la globalización.
Aplicando sentido común, tendríamos que asumir que la inversión en Pemex es una prioridad nacional. Que el fisco no puede seguir depredándola mediante el despojo de sus ingresos. Algunos consideran que sólo la inversión privada puede subsanar las serias deficiencias que existen en el sector energético, en particular en los hidrocarburos. Que Pemex “ya dio de sí”, por excesos, corrupción, malos manejos. Que puede ser sustituida por el capital privado, que invertiría en exploración, producción, refinerías, ductos, plantas petroquímicas, etcétera, etcétera.
Me parece que ésta es una visión miope y de corto plazo, que pretende sólo salir del agujero en los próximos seis años, aunque después se acabe el mundo. Hoy no es posible comparar a Pemex con Petrobras, la exitosa empresa petrolera brasileña, porque ésta no tiene el papel de proveedora del fisco que desempeña la paraestatal mexicana.
Para salvar a Pemex
No estoy proponiendo que Pemex se encierre en el “castillo de la pureza” y se le niegue el derecho a asociarse con otras compañías petroleras; o que se mantengan inamovibles las restricciones de inversión privada en petroquímica básica (etano, metano, butanos, naftas, entre otros productos). Si no se piensa con prudencia y se actúa con cuidado; si nos dejamos llevar por la moda de “péguenle a Pemex”, podemos tener un triste despertar al encontrarnos un día próximo sin política energética diseñada de acuerdo con el interés nacional; sin petróleo y petroquímica para el desarrollo industrial; sin seguridad energética, tal como sucedió en el sector bancario, casi totalmente en manos de extranjeros en unos cuantos años. A Pemex se lo habrá engullido alguna o varias de las “siete hermanas”, poderosas corporaciones petroleras transnacionales, que sólo tienen que atender a su propósito de máximas utilidades. En tanto, la empresa pública, la de los rendimientos sociales, la de la renta petrolera, estará tan debilitada que poco habrá de importar si vive o es liquidada. ¿Eso queremos? Si no es así, ¡salvemos a Pemex! Estemos pendientes de las medidas que tomarán el gobierno y los partidos políticos para aplicar la reforma energética, comenzando por la próxima XXI asamblea del PRI.- Mérida, Yucatán.

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