El Bicentenario y los símbolos. El lugar sí importa

Dulce María Sauri Riancho

“23o. Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre, todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se abrieron los labios de la Nación para reclamar sus derechos, y empuñó la espada para ser oída, recordando siempre el mérito del grande héroe el señor Don Miguel Hidalgo y su compañero Don Ignacio Allende... Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813. José María Morelos. Rúbrica. —Sentimientos de la nación.

La noche del 15 de septiembre habrán de conmemorarse 200 años del Grito de Dolores. Somos una generación afortunada pues en esta última década hemos vivido el inicio de una nueva centuria y nuevo milenio y ahora la celebración del bicentenario del inicio del movimiento de Independencia y unas cuantas semanas después, el centenario del principio de la Revolución.

Esta fortuna conlleva también una responsabilidad como sociedad, pero es el gobierno el que tiene la función de proponer, coordinar y organizar los esfuerzos colectivos para celebrar dignamente estas fechas.

En el balcón central del Palacio Nacional, a las 11 de la noche, el Presidente de la República hará tañer la campana de Dolores situada en su alta cornisa, al mismo tiempo que agitará la bandera nacional y pronunciará los nombres de los héroes que nos dieron patria y libertad. Simultáneamente, en todas las capitales de los estados y en las cabeceras municipales los gobernantes replicarán este mismo ritual cívico, envuelto en esta ocasión por la imponente solemnidad del Bicentenario.

Más que ceremonia y fiesta, este conjunto de símbolos —campana, bandera, balcón e invocaciones— tiene el profundo significado de recordar a este sufrido país el anhelo de libertad y la capacidad de un pueblo para luchar a fin de obtenerla y mantenerla.

En América Latina ocho naciones celebran simultáneamente su independencia: Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia, Paraguay, Uruguay, Venezuela y México. Hay muchas formas de celebración; en algunos países los preparativos comenzaron desde el año 2000; en la mayoría las obras materiales, la producción literaria y artística, la discusión y el debate sobre los problemas contemporáneos han acompañado la estrategia para transmitir a la sociedad la importancia de estas fechas.

Desde luego, la comprensión de la historia y de la trascendencia de estos eventos por parte de los gobernantes se refleja en las prioridades y las acciones programadas. Habrá quien —consciente del peso de su responsabilidad histórica— enfatice y aliente la reflexión sobre las libertades, la democracia y el sentido de la independencia nacional. ¡Ojo! Eso no tiene por qué ser aburrido para los ciudadanos ni para los más jóvenes: el programa del gobierno del Distrito Federal y del Estado de México muestran una feliz combinación entre análisis y divertida difusión de la magnitud de estos acontecimientos en la vida colectiva.

En Yucatán la fiesta parece haberse impuesto a la celebración. El programa de obras anunciado con profusión hace más de un año registra pocos resultados. A diferencia de las obras del Centenario —que se inauguraron con mucha antelación al 16 de septiembre de 1910— las del Bicentenario yucateco prometen ser “póstumas”, es decir se pondrían en funcionamiento uno, dos o más años después de la fecha. El programa editorial ha sido escaso; se ha recurrido al socorrido recurso del “refrito” o al “etiquetamiento” oportunista de obras o actividades como si hubiesen sido concebidas para el bicentenario, cuando forman parte de la programación anual de las instituciones. Algunas interesantes conferencias y esfuerzos de instituciones académicas y educativas han evitado el cero en la cuenta de la preparación colectiva para esta fecha. Basta entrar a la página del gobierno del Estado www.yucatan.gob.mx y revisar las acciones enlistadas: ¡sólo hay una convocatoria para un concurso escolar alusivo! Para hacer inolvidable la “fiesta” del Bicentenario se rumora el cambio de sede. El centenario Palacio de Gobierno será sustituido por el Monumento a la Patria. Como éste no cuenta ni con balcón ni con campana, tendría que construirse una escenografía que “simule” los símbolos que se quedarán atrás, en la Plaza Grande.

¿Vale la pena? Uno de los argumentos que circulan es que habrá una extraordinaria afluencia de ciudadanos, por ser una ocasión especial. El “termómetro del fervor cívico” registraría elevadas temperaturas muy probablemente por el anuncio de la gobernadora de la actuación del popular artista Juan Gabriel.

Además, ahora podría la titular del Ejecutivo abandonar la Plaza Grande sin ceder el terreno a su rival político panista, que ya no está en el Ayuntamiento de Mérida.

Aún se puede hacer algo para que la fiesta del 15 de septiembre sea también una celebración; es posible instalar pantallas gigantes en los parques Hidalgo, Mejorada, San Juan, Santiago, para asistir y acompañar la ceremonia y disfrutar de la actuación artística. Se puede conformar un circuito cerrado para las 106 cabeceras municipales, de tal manera que las familias del interior del estado también disfruten de este momento extraordinario sin necesidad de desplazarse hasta Mérida.

El tiempo que se dejó pasar no se recupera jamás; pero al menos, conservemos los símbolos que todavía le dan significado a esta fecha: la Plaza Grande, el balcón de Palacio de Gobierno, la campana en su alta cornisa, la Catedral como testigo. De otra manera, millones de pesos serán quemados en los hermosos fuegos pirotécnicos —artificiales— que iluminarán fugazmente la oscuridad de la noche; miles disfrutarán de los cantantes. ¿Y después? Una luz que brilla intensamente y se agota sin dejar huella. Que no se vuelva el símbolo del bicentenario yucateco y de un período de desarrollo que pasó sin dejar más que una fugaz estela.

P.D. El 20 de noviembre, centenario de la Revolución, podría ser conmemorado dignamente en el Monumento a la Patria, con todo el Paseo de Montejo al frente y un cartel de distinguidos artistas que garanticen solaz a todos los asistentes. Sería la oportunidad de crear símbolos y refrescar el significado de las concentraciones populares en esa parte de la ciudad.— Mérida, Yucatán.

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