LA NUEVA REVOLUCIÓN SOCIAL (1) Jornada escolar de tiempo completo

Los acontecimientos políticos nos invaden inconteniblemente. Las acciones del crimen organizado y la incompetencia de los gobiernos para enfrentarlas, subyugan la atención pública al escándalo inmediato. La reflexión sobre asuntos de importancia colectiva parece estar momentáneamente proscrita.


A contracorriente, quiero plantear un asunto que huele a futuro; no es electoral, aunque tiene mucho qué ver con las opciones de 2012. No necesita reformas de ley para poder avanzar, sino una importante dosis de voluntad política. Me refiero a la jornada escolar de tiempo completo.


La irrupción de las mujeres


La expansión y el crecimiento del sistema educativo nacional en las décadas recientes son en sí mismos, un gran logro. Con sus limitaciones, deficiencias e incluso vicios, la educación pública ha hecho posible que millones de niños y jóvenes se inscriban en la escuela. Un número menor permanece en ella y todavía menos niños y jóvenes culminan exitosamente sus estudios.


El género masculino que las reglas de la gramática nos obligan a emplear, oculta quizá la parte más importante de este avance: la creciente incorporación de las niñas y jóvenes mujeres a los distintos niveles de enseñanza.

Millones de niñas se han incorporado a la primaria; contra las costumbres ancestrales, estudian la secundaria y preparatoria, postergando así la edad del matrimonio y el nacimiento del primer hijo. La irrupción de las mujeres en la educación superior es incontenible, incluso en carreras y especialidades consideradas hasta hace muy poco como típicamente masculinas. En algunas disciplinas y carreras universitarias se habla de “feminización”, al rebasar las mujeres la mitad de la matrícula, como en Medicina y Derecho.


Al mismo tiempo, más mujeres se han incorporado al mercado laboral. Si el “trabajo decente”, calificado así en relación a la estabilidad, la remuneración y la seguridad social, es un objetivo lejano para los hombres, lo es más para las mujeres, a pesar de encontrarse mejor preparadas desde la perspectiva de la educación formal para participar.


La educación no basta…


Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué el desarrollo de capacidades en amplios sectores de la población, mujeres y hombres, no tiene consecuencias en el acceso a un “trabajo decente? ¿Qué parte de la responsabilidad radica en la insuficiencia del modelo económico que no logra crecer en forma sostenida y mucho menos distribuir equitativamente sus beneficios? ¿Qué parte corresponde al sistema de formación de esas capacidades? ¿Cómo influyen o determinan el acceso a las oportunidades los roles distintos que tienen hombres y mujeres en la sociedad y que la mayor escolaridad de las mujeres aun no incide en su modificación?


Es cierto que hay todavía más mujeres que hombres analfabetas en México. La brecha es de casi 4 puntos porcentuales (5.1% hombres, 8.9% mujeres). Pero este grupo está concentrado en las mujeres mayores de 40 años. CONEVAL señala que es mayor el rezago educativo en las mujeres que en los hombres nacidos antes de 1982. Pero en la nueva generación esta tendencia se ha venido revirtiendo. Por cada 100 niños, 111 niñas se encuentran inscritas en secundaria y bachillerato.


El nivel de inasistencia escolar ha venido descendiendo. Las brechas entre niñas y niños (entre 5 y 15 años) en los quintiles más bajos de ingreso se han ido cerrando: la tendencia histórica de mayor inasistencia escolar de mujeres en hogares de bajos ingresos parece revertirse.


El papel de Progresa-Oportunidades


Estas “buenas noticias” en cuanto a la participación femenina en el sistema educativo han estado asociadas a una política pública de combate a la pobreza y a un programa gubernamental –Progresa/Oportunidades, que contiene una acción afirmativa que hizo posible la reducción de las desventajas: las becas más cuantiosas para las niñas que para los niños a partir de tercero de primaria. Son más de 5 millones de familias en todo el país –serán casi 6 al finalizar el año- las que reciben becas escolares diferenciadas, además de la ayuda alimentaria, apoyo para los adultos mayores, subsidio para energía (gas en vez de leña), a cambio del seguimiento de las condiciones de salud de los miembros de la familia y la asistencia a los centros de salud para verificarla.


Gracias a este componente de las becas diferenciadas en una política pública, las niñas adquirieron más valor en la escuela que ayudando a su madre en la realización del trabajo doméstico en el hogar y en el cuidado de los hermanos menores. El estudio coordinado por Mercedes González de la Rocha[1] señala el cambio de percepciones y valores en cuanto a las hijas. De ser una “mala inversión” porque “al cabo se casan y se van”, pasaron a ser un activo de la economía familiar, aun a costa del sobre-trabajo de las mujeres adultas de la casa que ya no podrían contar con su ayuda.


Estos cambios no son un asunto menor. Las niñas y las jóvenes Progresa-Oportunidades han postergado su ingreso al mundo laboral, la edad de la primera unión y del primer hijo. Además, como resalta la propia Mercedes González de la Rocha*, asistimos a la emergencia de la juventud rural/indígena como una nueva categoría social. En las familias se ha creado una percepción favorable a la escolaridad de sus miembros más jóvenes que estudian el bachillerato, van a las universidades públicas e incluso, con un gran esfuerzo, logran financiar sus estudios en las despectivamente denominadas “universidades patito”.


Universitarias, de vuelta a la cocina…


Sin embargo, la mayoría de las jóvenes no obtienen un empleo decente al concluir sus estudios. Son universitarias quizá, pero regresan al hogar para realizar las mismas labores que sus madres; con más escolaridad, reproducen el círculo vicioso que trataron de romper asistiendo a la escuela. Las jóvenes mujeres no tienen opción de ser NiNi –ni estudian ni trabajan- porque realizan trabajo doméstico y cuidan de las personas de la familia. No es que a los hombres jóvenes les vaya mejor, pero las opciones –entre otras, la migración- son un poco más amplias.


La reproducción social, ¿sólo a cargo de las mujeres?


Observamos con claridad la persistencia del papel central de las mujeres en la reproducción de la familia. A pesar de los cambios, todavía se considera como obligación esencialmente femenina el trabajo doméstico, el cuidado de los menores y de los ancianos.


A los hacedores de políticas públicas les pregunto: la reproducción de las familias: comprar los alimentos, hacer la comida, asear la casa, lavar la ropa, cuidar a los niños y a los ancianos, todo ello, ¿es responsabilidad exclusiva de las mujeres? ¿Es de los hombres y mujeres adultos? ¿O es una corresponsabilidad de la Sociedad y el Estado?


Creo que existe una corresponsabilidad que, de ser admitida, demandaría políticas públicas consecuentes. Si la reproducción social de las familias es considerada como un asunto de interés público, entonces habrían de desarrollarse políticas y programas para hacerse corresponsables del cuidado de las personas, para empezar.


No se trata de una pretendida sustitución del trabajo de las mujeres por el trabajo de los hombres: que ellos hagan lo que ahora nosotras hacemos en el hogar. Consiste en compartir Estado y Sociedad, Gobierno y Familias, las responsabilidades de la reproducción y el cuidado de todos los miembros de la familia, en particular los menores y los adultos mayores, estos últimos cada vez más numerosos por los cambios demográficos que se traducen en el envejecimiento de la población.


¿Tiene algo qué ver el sistema educativo con esta situación? ¿Qué puede aportar?


No estoy planteando exclusivamente el reforzamiento de las acciones para afirmar en las aulas los valores de la equidad, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, entre otros, que se transmiten en la escuela. Va más allá.


La jornada escolar de tiempo completo, una nueva revolución


Consiste en plantear la jornada escolar de tiempo completo como una política pública enfocada a compartir la responsabilidad en el cuidado de las personas, en este caso, las niñas y los niños.


Una decisión de esta naturaleza tendría impacto en tres ámbitos, distintos pero estrechamente relacionados: uno, iguales oportunidades de desarrollo para las niñas y los niños; dos, liberación parcial del tiempo de trabajo doméstico de las mujeres; tres, en la concepción y organización del sistema escolar en su conjunto.

¿Se puede? Yo creo que sí. Argumentaré a favor en mi siguiente colaboración.



[1] Procesos Domésticos y Vulnerabilidad: Perspectivas antropológicas de los hogares con Oportunidades. Mercedes González de la Rocha, coordinadora. Ediciones Casa Chata. CIESAS-SEDESOL-Oportunidades. 2009


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