Empleo decente, prioridad

Los más afectados: jóvenes y profesionales

Dulce María Sauri Riancho

Yucatán es la cuarta entidad federativa con menos desempleo. Sólo 3 de cada cien trabajadores yucatecos está desocupado (3.22%), bastante menos de los 5 que lo están a nivel nacional (5.33%). Una noticia así, resaltada por los medios de comunicación locales en ocasión del reciente Día del Trabajo, podría generar fácilmente un sentimiento de satisfacción. Sin embargo, otros datos provenientes de las numerosas encuestas preelectorales que averiguan más que la intención de voto, hablan de que la mayor preocupación y problema sentido por la sociedad meridana es, precisamente, el empleo: su falta, la dificultad para obtenerlo, la facilidad para perderlo.

¿Por qué se presenta esta aparente contradicción entre la información de las estadísticas oficiales y la percepción de un amplio grupo de yucatecos? Por una parte, los estados con menos desempleo —los tres que anteceden a Yucatán— son también los que registran los mayores niveles de pobreza. Guerrero (1.96% desempleado), Oaxaca (2.0%) y Chiapas (2.7%) tienen los indicadores más precarios de salud, esperanza de vida al nacer, más niños desnutridos, menos años de escolaridad que el promedio; los municipios más depauperados de México están en su territorio; la población rural campesina predomina sobre el sector manufacturero y de servicios, incluyendo el turismo.

En contraste, los estados más industrializados de México son los que presentan el mayor número de desempleados. Es el caso de Chihuahua (8.49%), Coahuila (7.41%), Nuevo León (6.85%), Baja California (6.69%), Tamaulipas (6.55%) y Durango (7.19%) que, junto con cuatro entidades del centro del país: Querétaro (7.91%), Aguascalientes (6.9%), Estado de México (6.77%) y Distrito Federal (6.54%), concentran a la mayoría de la población que ha perdido su trabajo.

Son casi todos los estados de la frontera norte (sólo queda excluida Sonora), los que producen para la exportación a los Estados Unidos, a los mercados europeos y asiáticos. El mayor desarrollo ha significado para sus economías más vulnerabilidad ante la crisis global que ha resentido el planeta entero, desde que se iniciaron las quiebras de las grandes instituciones financieras norteamericanas. En los estados más pobres, ser despedido de la fábrica o del negocio significa que esa persona tendrá que realizar alguna actividad económica para subsistir, así sea dedicarse al comercio ambulante, vender comida en la calle, vender ropa en abonos, por ejemplo, para sobrevivir y llevar el sustento a su familia. Parece que el desempleo es un lujo que muy pocos se pueden dar.

En los estados más desarrollados han sido obreros calificados, profesionales y ejecutivos los que han sido “recortados” de su fuente laboral; son aquellos que estaban inscritos en el IMSS, que tenían seguridad social. Para ellos es más difícil asumir su nueva condición. Esperan por largos meses una oportunidad de trabajo semejante a la que perdieron, sin encontrarla. Son los que responden “desempleado” a la pregunta de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). Los trabajadores y empleados de México carecen de seguro contra el desempleo, como en otros países. Los salarios reducidos impiden realizar ahorros familiares para prever una situación de pérdida. Por eso, cuando se pierde el trabajo, hay que salir a la calle y buscar lo que sea para ganar unos cuantos pesos.

En Yucatán, la situación de pobreza está un tanto atemperada con relación a estados como Guerrero, Oaxaca y Chiapas. La diversificación relativa de la economía yucateca y el peso de los servicios (comercio, banca, turismo), han permitido proporcionar ocupación, pero no empleos bien remunerados, de calidad, con IMSS, Infonavit y cotización al Sistema de Ahorro para el Retiro para la mayoría.

Quienes más resienten la falta de oportunidades son jóvenes y profesionales egresados de los centros de educación superior. Las cifras oficiales reportan 10% de jóvenes desempleados (de 14 a 24 años). Eso no es lo peor: de los que reportan desarrollar algún trabajo, 60% (6 de cada 10), lo hacen sin recibir salario alguno; muy probablemente, trabajan en el negocio familiar y reciben una especie de “gastada”, que desde luego, no es un ingreso regular.

En cuanto a los profesionales yucatecos, que se formaron con tanto empeño personal y esperanza familiar, muchas veces no encuentran un empleo acorde con su preparación, ni en Yucatán ni en otras partes del país. De acuerdo con las cifras oficiales, éste es el grupo más afectado. Además, sus salarios son en promedio más bajos que en otras entidades, incluyendo Quintana Roo.

Hay que saber leer las cifras oficiales, pero sobre todo, hay que reconocer el profundo malestar social ante la falta de oportunidades.

Más allá de la oferta electoral que obedece a los criterios de la mercadotecnia y a la certeza del pronto olvido, el crecimiento del empleo digno y bien remunerado para las y los yucatecos debiera ser auténtica prioridad.

Cuando los ecos de los ofrecimientos de 35 mil nuevos empleos, de las becas para jóvenes profesionales, entre otros, se acallen, habrá nuevas autoridades municipales y una nueva legislatura en el Congreso. Que no se olviden de sus promesas. Que no nos olvidemos de exigirles que las cumplan.— Mérida, Yucatán.

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