Termómetros y encuestas, no hay que confiarse.

Dulce María Sauri Riancho

Faltan escasamente cinco semanas para los cierres de campaña y la jornada electoral del domingo 16 de mayo.

¿Quién ganará la elección? En los 106 municipios especulan los observadores políticos —que los hay, aun en los más pequeños— y los ciudadanos interesados. Por razones entendibles, Mérida ha concentrado la mayor expectación: es la capital; ha sido gobernada por el PAN ininterrumpidamente casi 20 años; es la pieza central que le falta al PRI para cerrar el círculo de la alternancia política; es el principal bastión blanquiazul en el sureste de México.

Las encuestas de opinión son los instrumentos que ayudan a pronosticar resultados electorales. Son una especie de fotografía del estado de ánimo de la sociedad en relación con los partidos políticos y sus candidatos. Son útiles en la medida en que están bien elaboradas y reflejan sin mayores distorsiones la opinión de los entrevistados. Sirven a los partidos para trazar y reorientar sus estrategias de campaña y a la ciudadanía, para tener un termómetro más o menos preciso de la temperatura electoral.

Para que una encuesta sirva para informar necesita tener una buena muestra y haber realizado correctamente las preguntas. Una buena muestra reproduce a la población en su conjunto: mujeres y hombres, jóvenes y adultos, pobres y ricos. Las encuestas se pueden realizar por teléfono, aunque significaría que sólo la mitad de los hogares de Mérida podría participar; se puede efectuar con visitas domiciliarias, cara a cara. Un buen cuestionario no induce las respuestas del entrevistado.

Los responsables de realizar las preguntas, bien sea encuesta telefónica o domiciliaria, deben tener la habilidad de ganarse la confianza de las personas que pretenden entrevistar. Con tantas llamadas de promoción comercial a los teléfonos es muy fácil colgar antes que tomar unos minutos para contestar. Ante el clima de inseguridad, muchas personas se niegan a abrir la puerta a desconocidos que se presentan como encuestadores. “¿Y si son asaltantes”?, se preguntan las amas de casa.

Los “sondeos” por internet para conocer preferencias electorales son los nuevos invitados a los pronósticos de resultados. Sólo que hay que tomar en consideración la aún escasa penetración del internet, que no rebasa el 20% de los hogares, principalmente de clase media y alta; además, los jóvenes predominan; el acceso es voluntario, no por muestra. Por eso hay que tomar con muchas reservas sus resultados.

Otro “secreto de las cocineras” de las encuestas que hay que conocer para paladear plenamente el guiso es cómo se reparten los indecisos, que son las personas que respondieron que aún no saben por quién votarán. En algunos casos, con toda claridad se especifica el porcentaje; en otros, se “asignan” o distribuyen entre los partidos de acuerdo con una fórmula establecida por los encuestadores y que, salvo contadas excepciones, tiende a privilegiar al candidato y al partido más mencionado.

El Diario de Yucatán ha publicado los resultados de tres encuestas sobre la intención de voto para la presidencia municipal de Mérida: Wilsa, Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) y Numeralia, estas últimas en días recientes, que son las que comentaré.

GCE realizó sus preguntas por teléfono a 1,200 personas mayores de 18 años. Numeralia aplicó cuestionarios en los domicilios de 1,950 personas de 83 colonias. La intención de voto es muy semejante: más de 10 puntos arriba para Angélica Araujo sobre Beatriz Zavala (38%-28%). Con la información publicada en la edición impresa del Diario no es posible conocer las preferencias por grupo de edad: si los jóvenes están con Angélica o Beatriz; si las mujeres apoyan más a una o a otra; si las personas de clase media prefieren a la priista sobre la panista o si en las colonias populares el PAN volverá a ganar.

La llamada “vergüenza de la confesión” también está presente. Numeralia preguntó sobre el sentido del voto en la elección de 2007: sólo 26.5% declaró haber votado por el PAN entonces, a pesar de que este partido ganó con el 48% de los votos el municipio de Mérida. Correlativamente, existe el “imán del triunfador” que, de acuerdo con GCE, lleva a que el 44.4% de los encuestados perciba que el PRI ganará la elección, frente al 17.6% del PAN, independientemente de la decisión de votar a favor de uno u otro. Sin embargo, también GCE señala que más de una tercera parte de los entrevistados (37.3%) declaró “no saber” qué partido ganará.

Sobre los indecisos, sólo GCE los señala con precisión: tres de cada 10 entrevistados (30.2%) todavía no saben por quién votarán. Numeralia captó que dos personas de cada 10 dijeron “no votaré”, lo que es coherente con el 66% (siete de cada 10) que le expresaron a GCE que estaban “completamente seguros” de ir a votar.

Si fuera estratega del PRI, no me confiaría con los resultados favorables que reportan las encuestas. Entre indecisos por quién votar y personas que dicen no estar seguros de ir a las urnas el domingo 16 de mayo, más de una tercera parte de los electores de Mérida todavía no define el sentido de su voto. Además, en la memoria priista subsisten las encuestas de 2004, cuando todas anticipaban el triunfo de Víctor Cervera Pacheco por más de 10 puntos, unos cuantos días antes de la elección. Todos sabemos cuál fue el resultado.

Los estrategas del PAN pueden sentir que aún “se les mueve la patita”. Saben que en Mérida subsiste la tradición de la desconfianza para responder encuestas, que muchos deciden casi de última hora por quién votar.

Que tienen redes de simpatizantes y “voto duro” de muchos años; que saben —o sabían— movilizarse en las colonias populares. El convencimiento a los indecisos y la capacidad para movilizar a sus simpatizantes a votar serán los factores que determinen el resultado electoral del domingo 16 de mayo. Sólo una cosa es segura: tendremos, otra vez, presidenta municipal en Mérida.— Mérida, Yucatán.

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