De las Adelitas a las Juanitas: la lucha de las invisibles














Editorial publicada por el Centro de Inteligencia Política (CEINPOL), Enero de 2010.


Dulce María Sauri Riancho


“Cámara, ya llegué; Cámara, ya me fui”


Casi inadvertido pasó un hecho de la mayor trascendencia política. Por primera vez, la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, en su sesión del 13 de enero, negó la solicitud de licencia a un legislador o legisladora. Este dudoso honor le correspondió a la diputada federal Olga Luz Espinosa Morales.


En la primera sesión ordinaria de la actual LXI Legislatura de la Cámara de Diputados el 3 de septiembre pasado, se presentó un conjunto de 10 solicitudes de licencia para separarse “indefinidamente” del cargo. El mínimo común era que ocho de ellas correspondían a mujeres legisladoras que recién habían rendido protesta y que, en todos los casos, serían sustituidas por sus suplentes hombres.


El escándalo que se suscitó en la recién estrenada legislatura fue de antología. Entre la novatez y el nerviosismo de la nueva mesa directiva, la falta de experiencia de su presidente en los procedimientos del pleno y la justificada indignación de un número importante de diputados, transcurrió el primer debate de los tres años.


Los argumentos formales señalaban que habría que “obsequiar” –conceder- las solicitudes, puesto que era la voluntad de las legisladoras retirarse de sus cargos; que bastaba simplemente conque la manifestaran.


Otro grupo, esencialmente mujeres, argumentó que el Pleno estaba en presencia de un “fraude a la ley”. Que sólo para cumplir con el requisito establecido en el artículo 219 del COFIPE se habían incluido las candidaturas de mujeres como propietarias, puesto que el 40 por ciento se había vuelto obligatorio después de la reforma electoral de 2007.


Las participantes en el debate denunciaron una red de intereses y componendas al interior de los partidos políticos para inscribir a las mujeres acompañadas de suplentes del sexo masculino. Pero no eran hombres cualesquiera. Uno era esposo, otro hijo, cuñado o jefe. Toda clase de combinaciones que ilustran el abuso de poder que se ejerce contra las mujeres, aun las que ocupan puestos de alta responsabilidad.


Nacen las “juanitas”


El ingenio popular bautizó a las diputadas renunciantes como las “juanitas”, intentando así resaltar las semejanzas con Rafael Acosta, “Juanito”, candidato ganador en Iztapalapa, comprometido a ceder su cargo. Otro calificativo menos ingenioso y más ilustrativo fue el de “vientres de alquiler”, responsabilizadas de dar a luz a un diputado varón y entregarlo a sus verdaderos padres, sus compañeros legisladores.


Ese 3 de septiembre la mayoría priísta se batió en retirada. Su vice coordinador solicitó el retorno de las solicitudes a la Junta de Coordinación Política en espera de tiempos menos turbulentos para las 8 “juanitas”, 2 del PRI, además de las 4 del PVEM, 1 del PRD y otra del PT.


Estos se dieron hasta entrado octubre, en que se concedió licencia a Katia Garza Romo, del Partido Verde (PVEM) que fue suplida por su esposo Guillermo Cueva Sada. Por auténticas razones de salud, otra diputada, ahora del PANAL, también obtuvo autorización para separarse de su cargo; de igual manera fue sucedida por un hombre.


Lo fuerte vino en diciembre, una vez que concluyó el periodo de sesiones ordinarias. El 22 la Comisión Permanente concedió licencia a 7 diputadas (cinco de las originales). En la primera sesión de 2010, a otras 3. Para esa fecha, sólo faltaba desahogar las solicitudes de 2 “juanitas” de septiembre, una del PRD y otra del PRI.


En el primer período de sesiones las “juanitas” fueron auténticas “almas en pena” que transitaban por los pasillos de San Lázaro como fantasmas que querían ser invisibles. Fueron formalmente integradas a las comisiones de trabajo –todos los legisladores tienen que pertenecer a tres-, pero con la conciencia de su parte y la sensación de sus compañeros de que sólo estaban de paso.


Algunas, las más comprometidas o presionadas por su suplentes masculinos, quisieron seguir la estrategia de no asistencia, con el afán de reunir las 10 faltas reglamentarias que obligaran al Pleno a llamar a sus suplentes. Sólo que esta medida se agotaría en un período de sesiones y al siguiente tendrían el mismo problema.


Las “juanitas desesperadas”


Dos diputadas, quizá las que tenían suplentes más afanosos o desesperados, decidieron la acción directa: solicitaron la intervención del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para que, mediante juicio de protección de derechos políticos, obligara a la Cámara de Diputados a concederles la anhelada licencia.


La Sala Superior del TEPJF resolvió requiriendo a los diputados para resolver la solicitud de las dos “juanitas desesperadas”. En un caso, fue concedida la demanda en el paquete del 22 de diciembre.


En el otro, el de Olga Luz Espinosa, diputada de la III Circunscripción del PRD, la Comisión Permanente resolvió negar la solicitud de licencia por la vía de la abstención de la mayoría de sus 37 integrantes. Su suplente, ex presidente del CDE del PRD en Chiapas, se quedará esperando la llamada para rendir protesta como propietario. Espero que se resigne; que encuentre nuevos rumbos para su participación; que lo haga de frente, sin manipular ni abusar de nadie.


Conozco al suplente de Yulma Rocha. Trabajé con él en la campaña electoral de 2000. Guillermo Ruiz de Teresa es una persona valiosa. No necesitaría de subterfugios ni trampuchetas para ingresar a la Cámara de Diputados y desempeñar un buen trabajo. Mejor que espere el cada vez más cercano 2012 y que llegue por la puerta grande, no por la entrada de emergencia, desplazando a una mujer.


Me pregunto cómo se desenvolverán los suplentes –ahora en funciones de propietarios- en las actividades de la LXI Legislatura. ¿Participarán en los trabajos de comisiones y en los debates del Pleno? ¿Cómo se presentarán ante sus conciudadanos que saben que tuvieron que sudar la gota gorda –y no precisamente en la campaña- para llegar al cargo? Quizá a la mayoría de los hombres suplentes les parece natural que las mujeres propietarias presten su nombre, se sacrifiquen y luego declinen a los cargos para los que fueron electas. Dirán que, al fin y al cabo, ese es el papel que les corresponde a las mujeres.


Si no hay la firme convicción y el compromiso de cumplirla, ¿por qué cambiaron la ley electoral los legisladores y establecieron la obligación de las cuotas del 40 por ciento para candidaturas de mujeres? ¿Porque era políticamente correcto y no querían pagar el costo de negarse? ¿Sale más barato retorcer la norma, aunque se tenga que pisotear la dignidad de las mujeres?


Las Adelitas no merecen a las “juanitas”


En este año del centenario del inicio de la Revolución Mexicana, la evocación de las mujeres revolucionarias nos remite de inmediato a las Adelitas. Bravas y valientes, acompañaban a los ejércitos revolucionarios en sus desplazamientos y muchas veces empuñaron las armas. La historia las consigna con ese apelativo genérico, que no las distingue con nombre y apellido, al cual asociamos con los valores de entrega, generosidad y valentía.


Las “juanitas” de la primera década del siglo XXI tienen rostro, nombre y un importante cargo público. También esta denominación –que más bien es un adjetivo- contiene juicios de valor. Por una parte, la subordinación y la aceptación de ser utilizadas y desplazadas cuando hayan cumplido su función. Por la otra, la de los hombres, que todavía ejercen violencia contra las mujeres, entendida como un abuso de poder, del hijo, esposo, cuñado, hermano o del jefe.


Pasar sobre los derechos humanos de las personas con tal de lograr un objetivo, descalifica a los partidos políticos que engañaron a la ciudadanía al presentar a unas candidatas para luego pretender sustituirlas. Habla muy mal de las mujeres que aceptaron; peor, de los hombres que comprometieron el simulacro de las fórmulas con la certeza del control de la mujer propietaria (madre, esposa, cuñada, empleada).


Un grave tropiezo de una larga lucha


Como sistema político, a todos nos debería de avergonzar y preocupar la historia de las “juanitas”. A las y los ciudadanos nos corresponde demandar su corrección y la sanción al fraude moral que cometieron los partidos políticos con tal de arreglar sus problemas internos.

Por lo pronto, la Cámara de Diputados perdió a 12 de sus legisladoras, todas sustituidas por hombres. Es casi el 10 por ciento de las mujeres de la actual legislatura.


Entre las hazañas de las Adelitas y las actitudes de las “juanitas” transcurrieron muchos años y una intensa lucha de las mujeres para adquirir visibilidad, para tener nombre y apellido, para ejercer los derechos a participar y tomar decisiones en condiciones de igualdad.


Lo vivido, sí, es un retroceso que nos recuerda –a las mujeres y a todos- que la lucha por los derechos no se gana de una vez y para siempre; que el núcleo duro de la resistencia a los cambios está en la cultura de subordinación compartida por ambos sexos. Eso es lo que hay que cambiar, encuéntrese donde se encuentre, así sea en la Cámara de Diputados.


Dulce María Sauri Riancho

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