Visión de corto plazo
Cavar para seguirnos hundiendo
Columna publicada en el Diario de Yucatán el 27 de octubre.
Dulce María.
Una gran preocupación invade muchos hogares yucatecos; tiene que ver con la determinación que tomará el Congreso de la Unión sobre el aumento de impuestos y el presidente Calderón sobre los precios de la electricidad y las gasolinas.
Se nos dice que es impostergable incrementar los menguados ingresos del gobierno, tanto del federal como de los estados y los municipios; que todos tenemos que pagar más para corregir los graves errores del gasto público de los últimos ocho años —los de la abundancia— y para sobrevivir el periodo de “vacas flacas” que viene por delante.
La disputa inicial se dio entre la propuesta del presidente Calderón de establecer una aportación del 2% para incrementar los fondos federales al combate a la pobreza y la de la mayoría de los diputados, que fue la aprobada, de aumentar “sólo” 1% el IVA, para elevarlo al 16%. La enorme diferencia estriba en que la recaudación del 2% sería sólo para el gobierno federal, en tanto que el IVA es un impuesto que se reparte entre éste y las 32 entidades federativas.
Otros aumentos se aprobaron en cascada: más impuesto sobre la renta para las personas y las empresas; un nuevo impuesto a las telecomunicaciones, que incluye los celulares, el internet y la televisión por cable y satélite. Adiós a la estrategia hacia la Sociedad de la Información y la Economía del Conocimiento, la densificación de las telecomunicaciones y el abaratamiento de su precio, además de la afectación de la economía de millones de usuarios de celular, ricos y pobres.
En contrapartida de lo que sucede en otras partes del mundo —Europa, Estados Unidos, países latinoamericanos— en México el gobierno ha decidido aumentar los impuestos. ¡Qué lejos de la estrategia anticrisis de Alemania, donde disminuyeron los gravámenes para las familias de clase media y para las que tienen hijos menores! ¡O de Francia, que redujo drásticamente el IVA a los restaurantes para contribuir así a su recuperación! ¿Cuántas familias de clase media se verán en la necesidad de dejar de pagar los créditos de la casa, del coche, o de sacar a los niños de la escuela privada por no poder afrontar los gastos? ¿En cuántos hogares yucatecos el padre o la madre —o los dos— han perdido su trabajo y el seguro social y el Infonavit que lo acompañaban? Como el desempleo es un lujo que muy pocos se pueden dar, esas personas de inmediato pasan a engrosar el comercio informal, a vender lo que sea y a ofrecer sus servicios sin prestación alguna, sólo para ganarse unos pesos.
Los motores de la economía mexicana se enfriaron: no habrá petróleo en abundancia ni altos precios para generar ingresos extraordinarios a los gobiernos; las exportaciones a los Estados Unidos están estancadas o en franco retroceso; las remesas que envían los mexicanos en la Unión americana a sus familias han disminuido drásticamente; la epidemia de influenza alejó el turismo.
Se dice como lugar común que la recuperación económica se tiene que fincar en el mercado interno, es decir en lo que las familias compran y consumen de lo que producimos en México, principalmente. Pero ¿con qué adquirirán bienes y servicios si el gobierno les está menguando sus ingresos al subir los impuestos? ¿Cómo invertirán las pequeñas empresas y de dónde sacarán su capital de trabajo? ¿Cuántas familias tendrán ingresos suficientes y estables para arriesgarse a comprar una de las miles de casas que han construido las empresas yucatecas y que todavía no han logrado colocar? Al panorama actual añádanse los aumentos de precios, en bienes y servicios, que propicia el aumento de impuestos.
Hay más y peor. El problema más severo es la visión de “corto plazo” con que se toman las decisiones en México. Si se tomaron medidas para brincar 2010 como sea, ¿qué pasará en 2011 si nada se ha hecho para superar el desempleo y la mengua de ingresos de muchas familias? ¿Qué dirán entonces el presidente Calderón, nuestros diputados y la gobernadora? No falta mucho, sólo 12 meses.
Si los ejes de las determinaciones fiscales y de gasto de los gobiernos fuesen el empleo digno, con salario suficiente para los ciudadanos y el mantenimiento del poder adquisitivo de las familias, otras serían las medidas que estarían aprobándose en el Congreso de la Unión. Las de ahora —si es que prevalecen hasta el final del proceso legislativo— sólo contribuirán a cavar más profundamente el hoyo en que estamos. Nos seguimos hundiendo.— Mérida, Yucatán.
Columna publicada en el Diario de Yucatán el 27 de octubre.
Dulce María.
Una gran preocupación invade muchos hogares yucatecos; tiene que ver con la determinación que tomará el Congreso de la Unión sobre el aumento de impuestos y el presidente Calderón sobre los precios de la electricidad y las gasolinas.
Se nos dice que es impostergable incrementar los menguados ingresos del gobierno, tanto del federal como de los estados y los municipios; que todos tenemos que pagar más para corregir los graves errores del gasto público de los últimos ocho años —los de la abundancia— y para sobrevivir el periodo de “vacas flacas” que viene por delante.
La disputa inicial se dio entre la propuesta del presidente Calderón de establecer una aportación del 2% para incrementar los fondos federales al combate a la pobreza y la de la mayoría de los diputados, que fue la aprobada, de aumentar “sólo” 1% el IVA, para elevarlo al 16%. La enorme diferencia estriba en que la recaudación del 2% sería sólo para el gobierno federal, en tanto que el IVA es un impuesto que se reparte entre éste y las 32 entidades federativas.
Otros aumentos se aprobaron en cascada: más impuesto sobre la renta para las personas y las empresas; un nuevo impuesto a las telecomunicaciones, que incluye los celulares, el internet y la televisión por cable y satélite. Adiós a la estrategia hacia la Sociedad de la Información y la Economía del Conocimiento, la densificación de las telecomunicaciones y el abaratamiento de su precio, además de la afectación de la economía de millones de usuarios de celular, ricos y pobres.
En contrapartida de lo que sucede en otras partes del mundo —Europa, Estados Unidos, países latinoamericanos— en México el gobierno ha decidido aumentar los impuestos. ¡Qué lejos de la estrategia anticrisis de Alemania, donde disminuyeron los gravámenes para las familias de clase media y para las que tienen hijos menores! ¡O de Francia, que redujo drásticamente el IVA a los restaurantes para contribuir así a su recuperación! ¿Cuántas familias de clase media se verán en la necesidad de dejar de pagar los créditos de la casa, del coche, o de sacar a los niños de la escuela privada por no poder afrontar los gastos? ¿En cuántos hogares yucatecos el padre o la madre —o los dos— han perdido su trabajo y el seguro social y el Infonavit que lo acompañaban? Como el desempleo es un lujo que muy pocos se pueden dar, esas personas de inmediato pasan a engrosar el comercio informal, a vender lo que sea y a ofrecer sus servicios sin prestación alguna, sólo para ganarse unos pesos.
Los motores de la economía mexicana se enfriaron: no habrá petróleo en abundancia ni altos precios para generar ingresos extraordinarios a los gobiernos; las exportaciones a los Estados Unidos están estancadas o en franco retroceso; las remesas que envían los mexicanos en la Unión americana a sus familias han disminuido drásticamente; la epidemia de influenza alejó el turismo.
Se dice como lugar común que la recuperación económica se tiene que fincar en el mercado interno, es decir en lo que las familias compran y consumen de lo que producimos en México, principalmente. Pero ¿con qué adquirirán bienes y servicios si el gobierno les está menguando sus ingresos al subir los impuestos? ¿Cómo invertirán las pequeñas empresas y de dónde sacarán su capital de trabajo? ¿Cuántas familias tendrán ingresos suficientes y estables para arriesgarse a comprar una de las miles de casas que han construido las empresas yucatecas y que todavía no han logrado colocar? Al panorama actual añádanse los aumentos de precios, en bienes y servicios, que propicia el aumento de impuestos.
Hay más y peor. El problema más severo es la visión de “corto plazo” con que se toman las decisiones en México. Si se tomaron medidas para brincar 2010 como sea, ¿qué pasará en 2011 si nada se ha hecho para superar el desempleo y la mengua de ingresos de muchas familias? ¿Qué dirán entonces el presidente Calderón, nuestros diputados y la gobernadora? No falta mucho, sólo 12 meses.
Si los ejes de las determinaciones fiscales y de gasto de los gobiernos fuesen el empleo digno, con salario suficiente para los ciudadanos y el mantenimiento del poder adquisitivo de las familias, otras serían las medidas que estarían aprobándose en el Congreso de la Unión. Las de ahora —si es que prevalecen hasta el final del proceso legislativo— sólo contribuirán a cavar más profundamente el hoyo en que estamos. Nos seguimos hundiendo.— Mérida, Yucatán.