Aeropuerto y consulta. Despegue o colisión
Dulce María Sauri Riancho
¿Participar o no en la consulta sobre el nuevo aeropuerto de Ciudad de México? De mañana, jueves 25, al domingo 28 se instalarán más de mil urnas en alrededor de 580 municipios de todo el país —24 casillas en Yucatán, 10 en Mérida—, donde podrán acudir los ciudadanos que decidan expresar su opinión sobre una obra que, para la inmensa mayoría, se localiza lejos de su población y de sus preocupaciones. Del tema, sólo conocen lo divulgado por los medios de comunicación o lo que se dijo durante las campañas electorales. El presidente electo y funcionarios del gobierno que se iniciará el 1 de diciembre han sido los encargados de promover la consulta. Dos son las preguntas; la primera dice: “Reacondicionar el actual aeropuerto de Ciudad de México y el de Toluca, y construir dos pistas en la base aérea de Santa Lucía”, en tanto que la segunda presenta la opción de: “Continuar con la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco y dejar de usar el actual Aeropuerto Internacional de Ciudad de México”.
Sólo hay que rascar un poco para darse cuenta de que esta “consulta” se encuentra fuera de lo establecido en la Constitución (artículo 35, f. VIII), pues no la convoca el presidente de la república, ni un tercio de las Cámaras del Congreso, ni el 2% de l@s ciudadan@s inscritos en el padrón electoral, que equivaldrían a casi dos millones de personas. Por si lo anterior no fuera suficiente para cuestionar su apelativo, tampoco se realizará conjuntamente con las elecciones federales (si es un tema de interés nacional), bajo la supervisión del INE, ni se le dio parte a la Suprema Corte para que analizara el contenido de las preguntas, con la finalidad de garantizar su imparcialidad y objetividad. Entonces, en definitiva, consulta constitucional no es. Pero se realizará al amparo de quienes habrán de asumir las grandes decisiones de gobierno en unas cuantas semanas.
Como usuaria forzada del aeropuerto internacional Benito Juárez de CDMX, he seguido con gran interés y creciente preocupación el debate sobre la pertinencia de continuar o detener la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco (NAICM). Por más de 20 años se han realizado estudios para definir el mejor lugar, cercano a la metrópoli y con una amplia superficie de terreno que permitiera edificar las pistas necesarias para desahogar en forma segura el creciente tráfico aéreo. Quien viaje por avión sabe de los continuos retrasos debidos a la saturación del espacio capitalino, en el aire y en tierra. Esta situación se ha vuelto un problema de seguridad, porque con minutos de diferencia un avión tras otro surca el cielo de la capital, con el riesgo permanente de problemas como el que desplomó al avión en el que viajaba Juan Camilo Mouriño.
Quienes conocen a fondo la operación aeroportuaria han elevado sus voces y su experiencia para solicitar que se estudie cuidadosamente la interrupción de la construcción en Texcoco. Tal parece que la futura administración hace oídos sordos, dispuesta a cancelarlo al costo que sea. Recientemente se ha planteado la opción de reactivar los aeropuertos de Toluca, Puebla y Querétaro, Pero la altura y las montañas no hacen verdadera alternativa a los dos primeros y el tercero está muy lejos de Ciudad de México. Mantener el aeropuerto actual y operar Santa Lucía para vuelos internacionales tiene la dificultad del espacio aéreo que comparten. Imagínense, amig@s lector@s, autopistas en el cielo. La que surca la capital está tan saturada como el Periférico, sólo que en vez de coches son aviones los que transitan. Y como los aviones todavía no se repelen automáticamente, los controladores aéreos tienen que hacer magias para evitar un accidente mortal. Además, si volamos de Mérida a Chicago, por ejemplo, tendríamos que salir del aeropuerto nacional (el actual) y recorrer casi 50 kilómetros con maleta y todo para tomar el vuelo a la ciudad estadounidense tras realizar nuevos trámites.
A México le hace falta un gran “hub aeroportuario”, palabreja de origen inglés que significa ser el centro de diversas conexiones, incluyendo la carga. Como no logramos en la primera década del siglo ponernos de acuerdo y construir el hub de Latinoamérica en México, Panamá se nos adelantó. Ahora, en su pequeño territorio aterrizan y despegan aviones que dan servicio a toda la región. De no concretarse el hub en CDMX, sólo quedaría Cancún como opción para conectarnos con centro y Sudamérica.
Tal parece que el futuro gobierno no quiere decidir y pretende pasar el costo político a la sociedad a través de una supuesta “consulta”. Ni la refinería en Dos Bocas, Tabasco; ni el Tren Maya estarán sujetos al filtro que se decidió aplicar en el caso del NAICM. Mal síntoma: como moderno Pilatos, el futuro presidente López Obrador se lavará las manos y entregará el destino del aeropuerto de Texcoco y de la política aeronáutica del país a los resultados de una consulta cuestionable en su metodología y dudosa en sus intenciones. ¿Se trata de “refrescar” el activismo de sus seguidores, dándoles una causa y poniéndoles un enemigo al frente? Para lo que pudiera ofrecerse, después del 1 de diciembre.
Yo no votaré. Mejor cruzaré los dedos en espera de un milagro de racionalidad. Soy tercamente optimista al pensar que ellos, nosotros y todos amamos a este gran país, y queremos que le vaya bien. Y para empezar a materializar ese deseo, el NAICM en Texcoco debe despegar.— Mérida, Yucatán.