¿Nos importa? | Elección estadounidense
4 noviembre*
Este miércoles 4 de noviembre quizá ya haya triunfador de
las elecciones en los Estados Unidos. O tal vez no.
Sin los resultados definitivos, las encuestas de salida y
los datos preliminares sólo habrán permitido señalar a quien encabezaría el
recuento antes de terminar el martes.
Sin embargo, no fue así en 2000, cuando hubo de transcurrir
un mes para que la Suprema Corte de Justicia definiera a George Bush como
ganador en Florida y, por tanto, de la presidencia de la república sobre el
demócrata Al Gore.
En 2016 cundió el desconcierto cuando la votación popular
dio el triunfo a Hillary Clinton, quien finalmente perdió frente a Donald
Trump, que acumuló un mayor número de delegados.
En los Estados Unidos existe una tradición reeleccionista
que favorece al presidente que busca refrendar su mandato. Como aconteció en
1992, 1996, 2004 y 2012, el candidato a vencer en 2020 era el presidente que
buscaba la reelección. Sólo en una ocasión cercana, en 1992, el primer
mandatario fue derrotado, cuando Bill Clinton se impuso a George Bush, padre.
En la elección presidencial de los Estados Unidos votan las
y los ciudadanos estadounidenses. Pero interesa, sin exageración alguna, al
mundo entero. Y muy particularmente a México, que comparte más de 3,000 km de
frontera terrestre, un intenso intercambio comercial y fuertes flujos
migratorios.
Nunca nos ha convenido inmiscuirnos en los asuntos
electorales de nuestros poderosos vecinos. Además del riesgo de la
equivocación, está la inutilidad del intento, porque no hay que olvidar:
“Estados Unidos no tiene amigos, sólo intereses”, frase atribuida a John Foster
Dulles, secretario de Estado de la década de 1950, que continúa siendo válida
hasta la fecha.
Fue la lección que debió haber registrado la élite política
mexicana cuando en 1992, con el afán de proteger la negociación avanzada para
suscribir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pusimos los
“huevos en la canasta” del presidente republicano que buscaba reelegirse. Ganó
su retador, Bill Clinton, con quien el gobierno del presidente Carlos Salinas
hubo de negociar la firma y puesta en marcha del TLCAN el 1º de enero de 1994.
Un año después, el mismo presidente Clinton, mediante Orden
Ejecutiva, puso los medios para el rescate financiero de nuestro país, sumido
en una profunda crisis económica, conocida en el mundo como el “Efecto
Tequila”.
La prudencia adquirida por el error de cálculo duró más de
dos décadas, hasta agosto de 2016, cuando se efectuó la visita del candidato
republicano Donald Trump a Los Pinos. También se había invitado a la candidata
demócrata, Hillary Clinton, pero ésta no respondió con la premura de su rival y
su visita naufragó.
El hecho fue que México se convirtió en escenario para que,
por primera vez, apareciera Trump con traje de estadista, aunque fuera sólo por
un día, pues al regresar a la campaña electoral continuó con su estrategia de
ataques a México y de descalificación a los migrantes mexicanos.
Es posible que esta “jugada de sacrificio” del gobierno de
Enrique Peña Nieto haya hecho un poco menos difícil la renegociación del TLCAN,
hasta llegar a la firma del T-MEC el último día de su gestión, el 30 de
noviembre de 2018. En los casi 11 meses que coincidieron los habitantes de Los
Pinos y de la Casa Blanca, no hubo el menor intento del mandatario mexicano de
pisar Washington.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador después de tres
intentos electorales, el antecedente del libro de su autoría, “Oye, Trump”,
parecían augurar rayos y centellas entre Palacio Nacional y la Oficina Oval.
Por el contrario, una actitud “tersa”, rayana casi en sumisión del nuevo
ejecutivo mexicano, permitió superar los puntos más conflictivos de la relación
bilateral -migración, drogas, comercio-, dar paso al nuevo T-MEC (Usmec, para
los estadounidenses) e incluso, recibir su beneplácito para ocupar un lugar
como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En estos años, ha cundido la convicción de que sólo Donald
Trump es capaz de hacer recapitular o retroceder en alguna decisión al
presidente López Obrador. No sólo en la política migratoria, que pasó de la
invitación al tránsito por el territorio nacional de las caravanas que buscaban
llegar a los Estados Unidos al virtual cierre de la frontera sur de México.
Trump también realizó la magia de convencer al presidente de
México de efectuar su único viaje al extranjero en casi 2 años. Cierto que fue
“relámpago”, de ida y vuelta, tiempo suficiente para la foto y el video que
permitiera acreditar ante la comunidad latina en los Estados Unidos que López
Obrador era “amigou” de quien busca la reelección.
Mucho se ha escrito de las posibles repercusiones de la
visita del presidente de México a la Casa Blanca de Trump. Sentimientos
personales aparte, no considero que tenga efectos severos en la complejidad de
la relación bilateral.
Si gana el candidato demócrata Joe Biden, puede haber
incomodidad, frialdad mientras los canales diplomáticos se adecuan a los nuevos
equipos; quizá habría cambio de interlocutores por el lado mexicano. Pero las
aguas retornarían al nivel necesario para convivir en materia de comercio y de
inversión.
Si, contra todo pronóstico, Donald Trump logró la reelección
ayer martes, la “luna de miel” durará un tiempo corto, antes que la
cotidianidad nos regrese a los problemas que no tienen fácil solución:
migración, narcotráfico, violencia.
Espero que la democracia representativa, federal y republicana
más antigua del mundo logre superar los retos de la elección 2020. Que haya
encontrado la vacuna en las urnas contra el virus de la intolerancia y la
polarización, de la posverdad como visión del mundo. Vacunándose ellos
facilitarán que los demás países inoculen sus propias dosis. Empezando por
México.— Ciudad de México.