Riesgos de la polarización. Pedir perdón


Dulce María Sauri Riancho
¿Puede el PRI pedir perdón a las y los mexicanos por sus errores, vicios y deficiencias? ¿debe el PRI hacerlo? ¿puede haber perdón para configurar una nueva oportunidad de gobernar? ¿qué elementos pueden incidir para que, solicitado el perdón, éste sea concedido? Estas preguntas no son formuladas en el vacío, sino en un contexto marcado por una creciente polarización social y un abismo que parece ensancharse cada día entre distintos grupos, enfrentados todos con todos.

El fin de semana pasado encontré un editorial y una entrevista que abordan el peligro de la polarización. José Mojica en una entrevista a EFE, pone los puntos sobre las íes: “la actitud del Gobierno define en parte la actitud de la propia oposición, porque si a usted le escupen en la cara y lo quieren pisotear usted no tiene más alternativa que pelear”. Con el lenguaje directo del expresidente de Uruguay: “No es que usted quiera, es que se lo imponen y esta puede ser la torpeza porque eso le va a crear problemas al país”. Cierra contundentemente: “el peor veneno de este país (Uruguay) es la polarización”.

Por su parte, Moisés Naim titula su editorial “P+P+P=C”, para referirse a la cadena letal del Populismo, la Polarización y la Posverdad, como un camino seguro a la Crisis. La referencia es a otras latitudes, pero con argumentos fácilmente aplicables a nuestro país. El populismo, según el autor, es una estrategia para alcanzar y, si es posible, retener el poder; la polarización radicaliza y deforma la libre competencia para transformarse en un “conmigo o contra mí”. El continuismo en un régimen populista y polarizado atenta contra la democracia. Nada es nuevo: desgraciadamente esta combinación ha existido en distintos momentos de la historia de México y de otras naciones.

Sin embargo, el ingrediente novedoso del siglo XXI es la posverdad, creerle ciegamente a Facebook, Twitter o Instagram, en vez de las instituciones y los hechos, lo que configura una seria amenaza para la vida colectiva.

En el clima de polarización que invade México, existe una percepción sobre la inutilidad de las oposiciones. Esta apreciación se está modificando aceleradamente, al menos entre un sector de clase media urbana, el mismo que votó predominantemente por el presidente López Obrador. En tanto, otros exigen que las oposiciones al gobierno de la 4T se borren definitivamente del mapa político de México.
No pretendo resolver en estas líneas la existencia futura de las fuerzas políticas “históricas”, en las que también debemos incluir al PRD, con menos años de existencia. Dos frases de una pequeña muestra sobre lo que un sector de la población piensa del PRI, aplicables, por cierto, también al PAN: “Ustedes tienen la culpa de lo que nos sucede. Su mal gobierno trajo el triunfo de este demagogo”. “Sólo se pasan criticando todo lo que hace López Obrador, cuando antes estuvieron bien calladitos”.

No sé si el PAN, pero el PRI podría comenzar por reconocer sus errores, vicios y deficiencias. Se trata de un ejercicio de autocrítica sobre el comportamiento de la institución política que es el partido fundado hace casi 91 años.

Durante más de siete décadas, con tres denominaciones, el PRI gobernó, creó instituciones que, hasta la fecha, son orgullo de la mayoría y razón del mejoramiento de sus condiciones de vida, como el IMSS y el Infonavit, entre otras. Sobre todo, entendió y asumió el reclamo social para ampliar los cauces de la participación política y se involucró en un proceso democrático que condujo a su derrota en 2000.

La vocación reformadora del PRI no fue detenida por ese acontecimiento que cimbró al sistema político en su conjunto. Siendo mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores, contribuyó en forma efectiva a la formación del sistema de acceso y transparencia de la información pública gubernamental y apoyó la creación del Seguro Popular durante el primer gobierno de Acción Nacional, por citar dos ejemplos. Lejos de polarizar, el PRI contribuyó en los espacios legislativos y de gobierno en los estados, a la formación de consensos y acuerdos útiles a México.

Vuelto gobierno en 2012, la institución llamada PRI no supo leer los profundos cambios acontecidos en la sociedad en los 12 años fuera de la presidencia de la república. Fiel a su raigambre modernizadora, aplicó su energía en lograr una transformación en las instituciones para mejorar la economía, educación, salud, telecomunicaciones, etc. Pero dejó fuera de su agenda la indispensable modificación al propio partido y su programa de gobierno para responder a los retos de la desigualdad social creciente.

Consintió la corrupción de alguno/as de sus militantes más destacados, como gobernadores y altos funcionarios federales.

No encontró la manera de combinar el indispensable apoyo al gobierno que surgió de sus filas, con el necesario ejercicio crítico de su actuación.

El resultado ya es conocido: derrota en las urnas y una seria disminución de su presencia en el poder Legislativo federal y de los estados.

“¿Qué van a hacer para regresar? Tienen que recuperarse”. Por increíble que parezca a algunos, este reclamo existe, voces que alertan sobre la necesidad de construir una oposición al gobierno actual. Pero las raíces del PRI, su compromiso con las instituciones y la democracia le impiden fraguar su posible recuperación basada en la polarización de las y los mexicanos.

El acuerdo y la negociación política son valiosas experiencias que no pueden, no deben desaparecer de la estrategia del PRI. Sabemos que, justamente lo contrario, facilitó el tránsito de Morena, de ser oposición a triunfar en 2018. Pero, aunque sus raíces están estrechamente ligadas al pasado del PRI, no somos lo mismo ni podremos actuar de forma similar.

Espero que el trabajo de los partidos que se preparan hacia 2021 tenga esa dimensión autocrítica. Por parte del PRI, considero que, junto con los aciertos, reconocer errores, vicios y fracasos es el único camino para crear su nueva participación en la vida democrática de México. — Mérida, Yucatá

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