Ante el 8 de marzo. A marchar y, luego, parar


Dulce María Sauri Riancho (*)
Faltan 10 días para el 8 de marzo. Hace 25 años comenzó a popularizarse como el Día Internacional de la Mujer.

La IV Conferencia, organizada por la ONU y efectuada en Beijing, China, en septiembre de 1995, propuso esa fecha para evaluar avances y hacer patente los obstáculos que habrían de ser removidos para garantizar el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres y las niñas en todos los ámbitos de la vida colectiva. Entonces, las instituciones responsables de los programas para el adelanto de las mujeres eran débiles, casi inexistentes.

Por eso fue muy relevante cuando el presidente de la república tomó la determinación de encabezar el acto conmemorativo en 1996, junto con su gabinete y teniendo como invitadas a mujeres de los distintos partidos políticos, de las organizaciones sociales de todo el espectro ideológico, unidas en la causa común de impulsar las causas de las mujeres.

La agenda de las mujeres antepuso el interés colectivo a las apuestas políticas personales o de grupo. Se hizo a un lado aquello que nos dividía para enfocarnos en las numerosas coincidencias.

Cuando empezamos ese camino ni siquiera se reconocía la violencia doméstica como un problema de interés público; todavía el Estado mexicano dudaba si pertenecía al ámbito privado. ¡Imagínense!

Año tras año las instituciones y, muy especialmente, las organizaciones de mujeres se preparan para el ejercicio de evaluación que constituye el núcleo de la conmemoración del 8 de marzo.

Instalar una fecha en la sociedad tiene sus riesgos cuando se desdibujan los motivos y se sustituyen por felicitaciones e incluso, por flores “a las mujeres en su día”. Por eso, las organizaciones feministas, las que luchan permanentemente por la transformación de la cultura patriarcal que se resiste a morir, insisten en llamar la atención hacia lo mucho que falta por avanzar.

En los últimos años, ha tenido eco en el país el llamado internacional a un paro, un “día sin mujeres” que permita destacar la importancia de la participación femenina en la sociedad.

Dos milenios

Hace casi 2,500 años (411 A.C.), Aristófanes, comediógrafo de la Grecia clásica, compuso Lisístrata, obra en que plantea la huelga sexual de las mujeres como estrategia para obligar a los hombres a negociar la paz. Dos milenios y medio atrás, era el sexo la única arma al alcance de las mujeres para hacerse oír. Ahora, estamos en todas partes, en el hogar y en la fábrica, en la universidad, en los laboratorios, en el cuidado de las personas y legislando.

Una huelga de mujeres en la tercera década del siglo XXI paralizaría las actividades públicas y privadas, haría visible la importancia del trabajo en el hogar y fuera de él.

Para el 8 de marzo próximo un colectivo de jóvenes mujeres, las Brujas del Mar, elaboró un cartel con el lema: “¡El Nueve Ninguna Se Mueve!”: Ni una mujer en las calles, en las escuelas, en los trabajos, en las universidades. El llamado incluye también a no realizar tareas fuera de la casa, como hacer la compra en el súper o en el mercado.

En los días que corren, las exigencias de las universitarias para sancionar y erradicar el hostigamiento y el acoso sexual en la UNAM coincidieron con una serie de violencias en contra de mujeres y niñas que no fueron investigadas ni castigadas.

La sangre de Ingrid y el sufrimiento de la niña Fátima pusieron en estado de máxima alerta a la sociedad en su conjunto. Por un momento, parece que dejamos a un lado la tolerancia ante el horror, para indignarnos y condolernos con las víctimas.

No natural

La violencia no es natural, como tampoco lo es el abuso de poder que representa cuando ésta se ejerce contra mujeres y niñas.

El Estado —léase el gobierno— tiene la responsabilidad de diseñar y aplicar políticas públicas y programas que la prevengan, que atienda a sus víctimas, persiga y sancione a los perpetradores y la erradique de la vida colectiva. Lamentablemente, el gobierno no está cumpliéndole a las mujeres.

En el ámbito federal, los presupuestos destinados a programas que apoyan y empoderan a las mujeres han sido cancelados o seriamente disminuidos, como el de las Estancias Infantiles donde dejaban a sus hija/os para ir a trabajar; o el de Refugios para víctimas de violencia, donde podían resguardarse junto con sus hijos. Se acabó la entrega de los apoyos en dinero a las familias a través de la madre, que no sólo empoderaba a las mujeres sino también garantizaba el correcto empleo de los recursos.

La administración federal se ha negado sistemáticamente a trabajar con las organizaciones sociales que apoyan a la población femenina contra el cáncer de mama, educación, capacitación, entre otras acciones que brindaban oportunidades a las mujeres.

La austeridad a rajatabla también ha acabado con los recursos para habilitar la atención jurídica a las mujeres en situación de violencia; los ministerios públicos especializados que subsisten lo hacen con carencias de medios para realizar eficazmente sus funciones. La lista de deficiencias en el terreno de las políticas públicas es larga.

El presidente López Obrador necesita enmendar el camino. No pretendo que reconozca en alguna de sus “mañaneras” que se equivocó al condenar al movimiento “Ninguna se mueve”. Sí me ilusiono con la imagen de un presidente que se conmueva —que se mueva con nosotras— para ordenar la reasignación presupuestal a todos aquellos programas “mochados” indiscriminadamente. En el poder Legislativo, y particularmente en la Cámara de Diputados, la mayoría de Morena tiene la enorme responsabilidad de enmendar los graves errores en la aprobación del presupuesto de este año, para que el próximo, en 2021, se entreguen recursos suficientes para los programas diseñados con el propósito específico de lograr que las mujeres vivamos una vida libre de violencias. Los tres poderes de la Unión, la Fiscalía, los gobiernos de los estados y los municipios, habrán de cerrar filas con las organizaciones de mujeres en esta lucha común.
El domingo 8 de marzo, a marchar. Y el lunes 9, a parar. Tenemos 10 días para prepararnos.— Mérida, Yucatán

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